Para mí, la frase aquella atribuida a Simón Bolívar de que “Colombia era una universidad, Quito un convento y Venezuela un cuartel”, me pareció siempre una exageración. Porque ser un cuartel, lo que se dice cuartel, eso nunca ha sido mi país en toda su historia. Un cuartel es sinónimo de orden, respeto, disciplina, planificación, logística, en fin, muchas otras cosas que en la pequeña Venecia brillan por su ausencia.
De hecho, a mi parecer, Venezuela es y ha sido siempre todo lo contrario a un cuartel. Por eso es tan difícil responder a los españoles a la pregunta “¿Por qué Guaidó no ha logrado su cometido?“. Que no es otra cosa que un eufemismo para ocultar una pregunta más directa: “¿Están realmente los militares venezolanos con el régimen?”. Por eso siempre será muy difícil responder “¿qué ocurrió, ocurre y qué ocurrirá en Venezuela?”.
Lo primero que usted debe saber, apreciado lector, no es si los militares están con Maduro, porque le puedo asegurar que no, no lo están, de hecho la mayoría siente por él un desprecio interesante. Ni siquiera lo quieren aquellos que usted ha llegado a creer que se rasgan las vestiduras por él o matarían por él. De hecho, la inmensa mayoría de ellos piensan que no está a la altura de su anterior comandante en jefe, piensan que está llevando al país al colapso total y, además, que habría que reemplazarlo y rápido.
Quienes no me conocen, dirán que puedo estar diciendo esto porque soy una opositora recalcitrante y porque apoyo al presidente encargado Juan Guaidó y a la recientemente institución que representa, razón por la que tiendo a analizar esta coyuntura histórica de Venezuela como si fueran mis deseos los que hablan. De hecho, usted con toda razón me diría: “¡Venga ya! Si Guaidó no ha podido convencerles de nada!”.
El problema, amigos míos, es que yo no digo esto porque Guaidó me caiga bien, lo digo porque me he ocupado, a lo largo de estos 20 años de chavismo en mi país, de estudiar minuciosamente a los militares, de quienes podría asegurar saben perfectamente el rumbo que lleva la nación, son conscientes de la gravedad de la situación y de que, si no ocurre un cambio en las próximas horas, podrían perderlo todo. Y, principalmente, entienden perfectamente que ya Venezuela es un estado fallido. Ahora bien, aquí está la confusión en la que todos caen en este momento delicado para mi país y que nadie o muy pocos entienden, inclusive la dirigencia política interna y externa. Y es que no se trata de un asunto de buscar con pinzas dentro de la FAN (Fuerza Armada Nacional) a quienes estén o no con el régimen: el problema es que todos en su conjunto son el régimen.
No se trata de buscar dentro de las Fuerzas Armadas a quienes estén o no con el régimen: el problema es que todos en su conjunto son el régimen
Nicolás Maduro es incidental. Un mal accidente, un error histórico tras la muerte de Hugo Chávez y es por esto que usted leerá lo mismo, no de mí -una conspicua socialdemócrata-, sino de boca de Juan Carlos Monedero, Heinz Dietrich o Alan Woods, por nombrar a alguno de los asesores reales del modelo venezolano. Porque saben de qué hablo, Maduro no existe, solo “el régimen” y los regímenes alternativos que lo usufructúan como un títere, mientras los hijos del “régimen” ya viven en España y creen que algo como Vox es la solución para Venezuela.
Por eso no deja de ser poético ver cómo hoy Garzón, Iglesias o Monedero saltan en la defensa de un Maduro que no puede salir de Venezuela, ni asilarse porque es un preso más, de los millones que tiene “el régimen”. Uno que comenzó establecido por el caudillo a imagen y semejanza no de la Cuba revolucionaria, aquella que inició su mito en Bahía de Cochinos, invadió Angola y peleó en las selvas de Vietnam, convirtiéndose en una leyenda latinoamericana para los comunistas del tercer mundo, sino precisamente en el régimen sobreviviente posterior, ese surgido tras el derrumbe del campo soviético, destinado a la supervivencia absoluta. En fin, no la Cuba de Fidel que pretendía cubrir de rojo el continente, sino la del pragmático Raúl, un solitario destinado a sostenerse en la precariedad.
No deja de ser poético ver cómo Garzón, Iglesias o Monedero saltan en la defensa de un Maduro que no puede salir de Venezuela
Por eso, Chávez a los militares les delegó no solamente funciones, sino que les encomendó ramas completas de la economía de Venezuela. La industria siderúrgica -empresas básicas-, por ejemplo, era regentada por un mayor general y cada uno de los rubros derivados estaban comandados por generales, es decir, había uno para el hierro, otro para el aluminio y así como para el cobre, el estaño, las briquetas y pare usted de contar.
Si el rubro económico eran las minas y canteras, pues había otro mayor general a cargo y varios a quienes les fue adjudicada la administración del oro, la plata, los diamantes, el coltán, etc. Si se trataba del rubro dedicado al trasporte, pues ese comandante del transporte respondía como si se tratara de una División de Infantería. Había pues un mayor general siempre a cargo de posiciones en la administración pública, como por ejemplo el transporte aéreo, naval, terrestre, las líneas aéreas y las navieras; en fin, que todo era gobernado por los generales de Hugo Chávez.
A la muerte de Chávez, cerca de la mitad de la economía real de Venezuela era manejada por los militares
A la muerte de Chávez, cerca de la mitad de la economía real de Venezuela era manejada por los militares, pero Hugo como buen comunista se reservó para los “otros suyos” -es decir, para sí mismo- el poder real económico. Tenía a la inmensa mayoría de la fuerza armada tratando de producir desde bombillos hasta briquetas, mientras su planificación estaba a cargo de civiles comunistas principalmente europeos, su ministro de planificación era un ministro comunista cuyo padre combatió en la Guerra Civil española y el 90% del flujo de caja respondía directamente a él.
Pero muerto Chávez el panorama cambió, todos esos ministros civiles comunistas fueron expulsados, junto a los asesores extranjeros y no pocos fueron purgados, encarcelados y sustituidos por “el régimen”. Cuando Maduro empezó a darse cuenta del error que había cometido, ya era demasiado tarde y trató de cambiarlo, pero en vez de eliminarlo buscó afectos propios, dando paradójicamente cada vez más poder al “régimen”, a tal punto que hoy, el 96% de la economía o lo que queda de ésta, responde al estamento militar.
Es allí donde usted entenderá mis palabras iniciales. ¿Quiere el régimen a Maduro? La respuesta es no. Lo detesta. Pero es útil para que Iglesias o Garzón salten a protegerlo en el nombre de quien sabe que, como la gran paradoja que es, un nacionalismo militarista que consume como un parásito las rentas, que ascienden a miles de millones de dólares y que por ahora no cederán hasta verles los huesos. El régimen es la peor de las derechas, una que está más allá de “ultra”, es casi decimonónica, es un modelo diseñado para que se capaz de usar al pobre, para explotar al pobre.
De ahí la difícil y grave crisis política que usted ha visto en Venezuela en estos últimos meses. Que el liderazgo democrático exija el “cese de la usurpación” es una tarea muy compleja de cumplir si entendemos bien a qué clase de enemigo nos estamos enfrentando. Usted se preguntará como algo obvio que el presidente Guaidó le ha ofrecido a Maduro marcharse y de igual forma le ha propuesto a los militares una ley para perdonarlos si estaban dispuestos a abrir los caminos hacia la democracia. ¿Y cómo es posible que se negaran a semejante idea? Pues la respuesta ya la sabe, es simple una vez que se conoce la complejidad: Maduro es una máscara que oculta el rostro del “régimen”. No es un tema de rusos o cubanos (aunque lo es indirectamente), no es se trata de un hombre, nuestro problema es mucho más inquietante.
¿Quiere el régimen a Maduro? La respuesta es no. Lo detesta. Pero es útil para que Iglesias o Garzón salten a protegerlo
Por eso usted ha visto cómo en las últimas horas el presidente Guaidó ha pasado a la ofensiva y ya no pide el cese de la usurpación, ya ha decidido salir en su condición de comandante en jefe de la Fuerza Armada de Venezuela con hombres armados, a conquistar él mismo ese tan necesario “cese de la usurpación”. Pero en la Venezuela moderna o menos bárbara, y luego de 1939, solo existe una referencia real de pronunciamiento militar exitoso, y ese fue en 1958: “Conforme a los deseos de las Fuerzas Armadas”, como dijo el general Marcos Pérez Jiménez, “que trajo 40 años de democracia”.
Pero en el mundo civil y político venezolano, de tanto repetir una mentira muchos han terminado por creerla y por eso existe un mito que todos sin excepción creen, una épica fantástica que sostiene que han sido los civiles los que lograron que el 23 de enero se consiguiera la democracia en Venezuela, cuando la realidad es que el tirano salió, porque desde el 1 de enero las bombas le estaban cayendo en la cabeza y además porque la poderosa División de Infantería de Maracay estaba en su contra. A la semana siguiente el dictador Pérez Jiménez ya sabía que 32 de las 36 guarniciones a nivel nacional estaban alzadas y solo contaba con el apoyo de los nada despreciables y emblemáticos batallones Bolívar y Caracas.
En apenas una semana, el día 18 de enero, los principales periódicos españoles explicaban que le sucedería lo mismo que a Perón y el día 19 de enero ya Marcos Pérez Jiménez había caído técnicamente, solo era cuestión de horas para que los jefes que lo apoyaban en los dos últimos batallones le retiraran su respaldo.
El propio general, quien murió plácidamente en su palacete de La Moraleja de Madrid, en su biografía explicaría que: “Cuando ya los recluidos en los sótanos –incluido Miraflores- sobrepasaban los dos mil quinientos oficiales (..) y la situación lucía irreversible (..) llamé al Batallón Bolívar y, cuando no me contestaron, sabía que estaba todo perdido (..) nadie se me acercó a decirme: tiene usted que irse”.
Quería decir con esto Pérez Jiménez que en Venezuela solo se puede ser exitoso en un pronunciamiento militar si se tiene prácticamente a todos los militares consigo. De hecho, todo presidente de la democracia sabia perfectamente que nunca habría golpe posible si controlaban, como Pérez Jiménez, los dos batallones más grandes de Caracas y además la casa militar, a la que Chávez convirtió en una poderosísima Brigada. Todos los presidentes de la democracia sabían que aunque cualquier golpista contara con todas las demás guarniciones de Venezuela, nadie marcharía a Caracas contra estas unidades. Y esto es lo que ocurrió en los dos intentos de golpes contra de democracia en el año 1992.
¿Puede el pueblo de Venezuela saltar a las calles y vencer el tableteo de las ametralladoras? No. ¿Forzar una negociación? Quizás
¿Qué está hoy pasando en Venezuela y mientras escribo estas líneas? Veamos, aquí lo único que está claro es que el pronunciamiento ha sido hecho a muchas millas de donde está el verdadero poder militar y todo luce que las bayonetas, de manera desproporcionada, siguen del lado del régimen que usurpa el poder y tiene a todo un país secuestrado. Por eso es difícil entender qué es lo que se pretendía ayer martes con esta extraña movida. ¿Habrá una carta bajo la manga? Esa es para hoy la esperanza de la inmensa mayoría.
¿Puede el pueblo de Venezuela saltar a las calles y vencer el tableteo de las ametralladoras? No. ¿Forzar una negociación? Quizás.
El problema es que primero hay que decidir con quién se pelea y con quién se negociará realmente, con Maduro o con “el régimen”. Y eso deben tenerlo a esta hora muy claro los actores tanto a nivel nacional como internacional.
Venezuela se está jugando su libertad, que Dios ilumine y guíe a los decisores.
Thays Peñalver
@thayspenalver
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