El diplomático Dag Nylander, director de Paz y Reconciliación del Ministerio de Asuntos Exteriores de Noruega, quien participó en las negociaciones con la FARC en La Habana y luego fue nombrado Buen Oficiante para el tema del Esequibo, es quien está al frente en el proceso de negociación en Oslo.
Hay una percepción en el ambiente de que haber aceptado la invitación de los noruegos no ha sido una buena idea. A pesar de las críticas y no teniendo el poder y la fuerza para forzar la salida, Maduro y su combo ven una opción a explorar, teniendo claro los objetivos y el marco temporal en el que se debe dar el proceso.
Parafraseando lo que dice Horacio en la famosa obra de Shakespeare “Hamlet”, aunque no para Noruega sino para Dinamarca, las “negociaciones en Oslo huelen mal. Pero ¿qué es lo que huele mal?
Razones para no negociar
Un grupo de compatriotas insiste que no hay que negociar. Y argumentan, primero, que no se le deben hacer concesiones a quienes han desmantelado y vendido al país al mejor postor, a fin de hacerse no solo con el poder sino también ricos. Y menos si han violado sistemáticamente los derechos humanos. Segundo, no se puede confiar en ellos. La experiencia es muy clara. Y tercero, no podemos reconstruir el país con los que lo han destruido.
En parte tienen razón, porque en una negociación se debe tener claro que ambas partes deben ceder en algo o en mucho. Cuánto y en qué vamos a ceder es un tema álgido que, sin duda, traerá problemas. Baste mirar a Colombia con los acuerdos de paz de La Habana con las FARC y los problemas derivados de ese acuerdo. Sin embargo, la guerra interna (si bien no terminó en su totalidad pues el ELN sigue en ella) al menos ha bajado en intensidad. Y eso es un logro. Aunque aún persistan las críticas y los problemas de implementación.
En cuanto a la desconfianza, en el régimen también tienen la razón; por eso la participación de una Comunidad Democrática internacional es clave. En cuanto a la eliminación del chavismo, la respuesta es más sencilla: ellos son venezolanos y como tal deben participar en cualquier proceso político si cumplen las normas de la democracia representativa. Puede que desaparezcan como el perezjimenismo -aunque este vive en el corazón de muchos- o se mantengan al acecho como hizo la “pacificada” izquierda de los años sesenta. Para evitar esto, nuestro compromiso será derrotarlo ideológica y prácticamente.
La mejor alternativa es la fuerza
Sin duda que la mejor alternativa para acabar con la pesadilla en la que nos hemos metido es el uso de la fuerza. De esta forma sacaríamos a Maduro y a su combo del poder y los meteríamos a todos presos para que paguen sus crímenes.
No habría negociación sino la capitulación del régimen. Y como las condiciones del armisticio las pone el vencedor, todo lo anterior sería posible. Podemos imaginarnos a los alemanes firmando hace 99 años el Armisticio de Compiègne y luego el “Tratado de Versalles”. O mejor imaginémonos el desmantelamiento del nazismo con las tropas aliadas entrando a Berlín en 1945.
Lo anterior es pura imaginación. La oposición venezolana no tiene la fortaleza para compeler la salida del régimen por la fuerza. Ni por la presión de calle, como sucedió con Chávez en abril de 2002 aunque esta vez la ruptura interna de la institución militar deberá ser más radical; ni por una acción militar sea doméstica, internacional o combinada. La primera sería el clásico golpe de Estado, la segunda, la cacareada invasión -intervención- de fuerzas internacionales y la tercera una combinación de ambas.
Muchos piensan que lo que hace falta para que los marines marchen hacia Miraflores es que se lo pida Guaidó, o mejor dicho que la Asamblea Nacional lo autorice sobre la base del artículo 187-11. Aquí merece la pena citar al reconocido politólogo venezolano Ángel Álvarez cuando dice en un tuiter: “Creer que una potencia militar internacional no interviene un país determinado porque una fuerza desarmada y debilitada no se lo pide o lo impide es de una gran candidez política. Las invasiones ocurren cuando realmente interesan al invasor, “no a petición de parte interesada.”
¿Negociar otra vez?
En un anterior artículo argumentábamos que no es el método, es decir, la negociación con sus variantes lo que ha fracasado en repetidas ocasiones. Una negociación tiene éxito cuando hay condiciones para ella. Y es evidente que, a diferencia de 2003-2004 y en especial del 2014 o 2017-2018 ahora se han dado cambios importantes. Solo para nombrar dos: primero hay un liderazgo reconocido de Juan Guaidó, y segundo la comunidad internacional que acompañó los anteriores procesos ahora tiene una posición muy firme en defensa de la democracia y la libertad en Venezuela y maniobra para que esta crisis se resuelva tan rápido como sea posible.
En otras palabras, para el proceso en Oslo, que se ha vendido como una mediación, la oposición va mucho más fuerte que en las dos anteriores. Esto no asegura que el proceso de Oslo resuelva el cómo saldrá Maduro y su combo del poder; pero es una alternativa que había que explorar.
Un marco claro
El gobierno de Guaidó ha sido reacio a sentarse a negociar. Razones no le faltan. Por esto, desde el comienzo, esta alternativa se mantuvo en secreto hasta que el régimen la coló para debilitar a Guaidó –al menos logró que una jauría verbal le cayera encima. De allí que al aceptar que esta es una de las diferentes alternativas que se exploran dejó establecido un marco muy claro y que todos conocemos: “cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres”.
La comunidad internacional abrió un compás de espera para ver qué pasa en Oslo. El Grupo de Lima ha mantenido una cierta distancia de la iniciativa, mientras el Grupo Internacional de Contacto (impulsado por la Unión Europea) la recibió muy bien, insistiendo en que la solución pasa por unas elecciones “libres y justas”. Incluso Rusia y Cuba también apoyan las conversaciones en Oslo; pero insisten en no imponer un ultimátum a Maduro -lo que da mala espina.
Por su parte, EE.UU. fue muy claro y en un comunicado dijo que “… lo único para negociar con Nicolás Maduro son las condiciones de su partida” y esperan “…que las conversaciones en Oslo se centren en ese objetivo, y si lo hacen,… el progreso sea posible”. Advirtió que “los esfuerzos anteriores para negociar el fin del régimen y las elecciones libres han fracasado porque el régimen los ha utilizado para dividir a la oposición y ganar tiempo”.
¿Por qué Oslo?
Los noruegos han aquilatado una bien merecida fama como agenciadores en la solución de conflictos entre o intrapaíses. Desde los noventa han participado en unos 10 procesos. De ellos dos en la región: el de Guatemala (1996) y ahora en el de Colombia. Por cierto que el diplomático Dag Nylander, director de Paz y Reconciliación del Ministerio de Asuntos Exteriores noruego, quien participó en las negociaciones con la FARC en La Habana y luego fue nombrado Buen Oficiante para el tema del Esequibo, es quien está al frente de este proceso. Nylander, sin duda, conoce el tema y a las partes.
Lo preocupante es que estas intervenciones noruegas, en la mayoría de los casos, han durado años y lo de Venezuela es un asunto a resolverse lo más rápido posible.
Según se ha dejado colar, el punto central que se trata en Oslo es la realización de elecciones “justas y libres” para fines de año con la supervisión de la comunidad internacional. Otros temas son los usuales, ya tratados anteriormente, como desarmar y dispersar a los colectivos, el ingreso de ayuda humanitaria, la liberación de los presos políticos y la participación de todos los inhabilitados en la contienda electoral.
¿Convenía ir a Oslo?
Solo el anuncio de que se estaba negociando creó malestar, no solo en Venezuela sino en el exterior. A Luis Almagro, secretario general de la OEA, no le gustó y como vimos EE.UU. tiene sus aprensiones. Pero Europa tiene peso y esto empujó para que las negociaciones se dieran.
La ventaja de ir a Oslo es que “todos están avisados”, es decir, todos sabemos a qué atenernos y las tácticas del chavismo. Decir que es lo mismo que antes es no entender que las condiciones que existían en 2017-2018, o antes en 2014, cambiaron y en algunos casos como en el contexto internacional ese cambio ha sido sino radical al menos muy importante. En lo doméstico no solo está el liderazgo de Guaidó sino el deterioro del pranato en el poder que se evidencia cada día.
Vale la pena volver a insistir que aquí el punto clave es convencer a Maduro y a su entorno de que medirse en unas elecciones limpias les es más conveniente que intentar mantenerse en el poder y ser sacado por la fuerza finalmente; por eso la amenaza creíble del uso de la fuerza es clave, aunque esa fuerza sea solo para quebrar significativamente la alianza en el poder.
Si Oslo fracasa, la comunidad internacional tendrá que entender que hay poco espacio para maniobrar una salida no violenta y que una salida de fuerza sería una solución válida.
Alfredo Michelena
@Amichelena
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