Propenso a la reflexión me detengo y dispongo nuevamente a escarbar y opinar, más allá de chismes y miserias, sobre las espantosas dificultades del presente venezolano, con el deseo febril de encontrar explicaciones adecuadas y salidas eficientes al fracaso cotidiano que nos toca vivir desde hace tanto tiempo, a fin de procurar el oxígeno necesario con el cual cimentar voluntad ciudadana mayoritaria, hoy ensimismada, que deberá ser democrática, indetenible, plural, sólida, emprendedora y útil.
Por convicciones personales y profesionales practico el vicio de tantear en la esfera compleja y elusiva de la Política, respuestas a ese y otros territorios de la realidad.
Y es dentro de ese contexto, casi que con euforia romántica, pasando por alto aquella conseja que susurra que detrás de todo exceso se esconde un defecto, o aquella afirmación según la cual en Hispanoamérica padecemos de una cultura demasiado entusiasmada por lo político, otro posible territorio para el realismo mágico, me he atrevido a escribir tajante en otro momento que la política es el barco de nuestro destino. Y no satisfecho con ello, como en un reto o una confirmación testaruda que muestra mis angustias, he agregado con énfasis que cuando encontremos inscrito sobre una tumba el epitafio donde se lea “Aquí yace el cadáver de la Política”, la humanidad ya no tendrá tiempo de mirar atrás.
En resumidas cuentas a lo que voy es a reiterar la convicción que atesoramos en que la política es el perentorio y escaso recurso civil que aún tenemos a mano para enfrentar nuestras angustias, sin necesidad de cancelarnos físicamente los unos a los otros.
Lo que ocurre es que como tantos espectáculos así también la política dejó de ser lo que fue o ya no existe. Ahora no se llena el aforo, no se vende la boletería y nos quedamos colgados de una brocha en el aire, sin punto de apoyo, con un libreto en la mano vociferando en el vacío en un dialecto que también pocos entienden o cuyo mensaje a nadie importa.
Y la causa de tal distanciamiento de público no radica solamente en el balance que se hace de las ejecutorias políticas sino por el creciente descreimiento social en la validez y aplicación efectiva de los contenidos y formas que asumen los principios de la democracia o de la soberanía o del Estado o de la justicia y pare usted de contar, aunque bueno sea aclarar en este punto que la política no es una virtud o un defecto exclusivo y acaparado por “demócratas”, sino una energía humana compartida, supeditada a las ambiciones de poder, cuyos fines y apariencias suelen ser la más de las veces oscuros y engañosos.
Ahora indico, y no por ello justifico o diluyo, que el caso venezolano no es el único desastre político de la actualidad. Es tal la cantidad y calidad en el desbarajuste de certezas y presencia del caos, que encontrar elementos generales de solución, más allá de la reacción ante la espina de la realidad en la garganta que nos empuja a gritar desesperados que “de la forma que sea con tal de salir de esto”, la crisis que vivimos no es materia sencilla de solución que tenga respuesta inmediata basada en experiencias históricas precedentes, en la que se nos indique sin más hacia dónde remar y con qué brújula. ¿Dónde se consigue hoy esa mágica formula en Venezuela? Por eso es que además, a falta de respuestas y soluciones, el apego ciudadano a la política ha perdido fuerza, y ganado en distanciamiento, descreimiento y rechazo por parte de la gente. La política es, cada vez más y dentro de estas circunstancias, el arte de lo que parece imposible.
En dicho escenario crítico nos encontramos a la vista con tendencias mundiales a salidas no políticas o marcadamente anti políticas, casi que en su mayoría antidemocráticas o definidamente autoritarias, pues aquella Catedral donde nos cobijábamos y sentíamos protegidos por los principios de la ética, de la soberanía nacional, de la justicia, etc., donde se atesoraban mitos y símbolos de nuestra fe ciudadana, se encuentra en ruinas y por el momento no parece ser el techo seguro, cuántos no se han derrumbado, en el que confíe la gente para protegerse y donde hallar solidaridad ciudadana en instituciones garantes y funcionarios solícitos o al menos responsables, partidos políticos creíbles o líderes sensibles en quienes encontrar soluciones satisfactorias a los apremios individuales y sociales.
Al producirse esa crisis de y en la política, subrayo el caso de las situaciones nacionales, han aparecido como salvavidas, que para eso fueron fundados, pero ahora francamente con visos de “casas de auxilio”, los escenarios mundiales y las instituciones formales o no, que desde fuera intentan mantener el orden internacional y también los nacionales, en vínculo de dependencia creciente. Vacíos y carencias internas que entonces buscan culpables o salvadores en actores externos. Otro efecto de la globalización como se ejemplifica en el llamado “Efecto Mariposa“según el cual todo es causa y consecuencia de todo.
En tal sentido, el complejo e inaudito caso venezolano, con sus pelos y señales particulares de identificación, aderezado por la nueva potencialidad disyuntiva del escenario internacional, por las ambivalencias mercantiles del “pragmatismo ético” en boga, aunado todo ello a la merma o desaparición de los principios morales o políticos que nos guiaban, actores representativos, y la concomitante reaparición de factores que pensábamos extintos, ha sido entre otros producto de los errores y responsabilidades muy nuestras acompañados por un letargo y una complacencia interesada o sibilina de tantos, absurda en todo caso, frente a circunstancias que se han salido de la mano y control de propios, de vecinos y demás, que ahora ya no tan distanciados se han incorporado decididamente a favor del restablecimiento de la Democracia en Venezuela. Bienvenidos sean. Gracias, por fin, aunque todavía falte.
Tomadas en cuenta todas esas desventajas y emergencias apuntadas, no todas señaladas, multiplicadas por los tiempos que corren que son muy grises y a pesar de ellas es que seguimos pensando en que las soluciones existen y que hay que insistir, como hacemos, para que prevalezca el objetivo superior de la paz sobre el odio y las aspiraciones de libertad y progreso para todos a través de los resortes con los que tomar impulso y a su vez amortiguar nuestras diferencias para así lograr las aspiraciones de libertad, justicia, progreso y democracia, a través de la presión nacional e internacional, el diálogo y la negociación, con la Diplomacia de la mano, brazo civilizado y tenaz con que la Política cuenta a cada instante.
Leandro Area Pereira
@leandroarea
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