Tuvieron razón quienes fustigaron la política cuando demostraron la futilidad que, casi siempre, acompaña sus ejecutorias. Sobre todo, en momentos en que sus operadores presumen de la fuerza de su gestión para rebasar las discreciones propias de las formalidades que se configuran bajo la praxis de la economía y del devenir del desarrollo social y cultural. Incluso, muchas veces, las pachotadas de individuos de tan reducida condición política, imponen sus intereses. Aunque algunas veces, a través de negociaciones, que bajo conveniencia forzada, imperan en contextos donde la palabra poco o nada se acata y respeta. Particularmente, cuando las mismas se trazan en terrenos de poder político donde se acostumbra a conceder espacio a la violencia. Ya sea por la fuerza, la amenaza o por la siembra del miedo.
Desde hace décadas, el populismo devenido en abierta demagogia viene aprovechando oportunidades para hacerse del mayor número de condiciones posibles con las cuales articular mecanismos de usurpación y falsificación política. En ese fragor, su praxis ha pervertido la moral pública tanto como ha trastornado situaciones propias de la funcionalidad administrativa y de la dinámica del poder político. En el curso de esas determinaciones, entra la sumisión en el sucio juego que su desenfreno bien sabe animar.
Es ahí cuando emergen circunstancias que incitan confusiones a instancia de oscuros intereses manipulados desde los mismos cenáculos del poder político. Sobre todo, en coyunturas en que los intríngulis del poder quedan al descubierto o desenmascarados dada la ristra de traiciones, detracciones, complicidades y transgresiones cometidas en desacuerdo con leyes públicas o acuerdos instituidos o reconocidos.
Es el problema que ocurre en ambientes que simulan el ejercicio de la política. Pero de una política disfrazada a duras penas de “democracia”. Es justamente el problema que se suscita cuando se juega equivocadamente con las libertades y los derechos consumados éstos con la impudicia que puede concebirse desde el sarcasmo, el revanchismo y el resentimiento. Es el problema que acompaña toda realidad política dictatorial.
Es, nada más y nada menos, lo que describió la farsa que acababa de jugarle el régimen usurpador venezolano al proceso de negociación que venía asintiendo el gobierno de Noruega en pos de conciliar criterios que, supuestamente, buscaban dirimir la grave crisis política venezolana. Sin embargo, lo que recién se advirtió con la reunión de los presuntos negociadores del régimen y advenedizos en nombre de la oposición venezolana, reveló lo que se venía venir. Y fue que más pudo la avaricia del régimen dictatorial, que lo que pesa bajo su supuesta administración de gobierno. Es decir, el soterrado y abultado caos que vive la salud, los servicios públicos, la alimentación y la calidad de vida del venezolano.
Tan obscena trastada, puso de relieve no sólo la grosera avaricia del régimen por seguir obscenamente enquistado al poder. Sino también, la descarnada voracidad de una oposición minoritaria que mejor pareció ser la representación más indigna de adláteres del oficialismo en situación de pesadumbre. O de quienes por padecer la distancia de las apetecidas y tentadoras mieles del poder, se atrevieron a saltar con el mayor descaro la barrera del pudor político (talanquera), trasponiendo los límites de la vergüenza. Sólo que la jugada intentada con la incursión de estos personajes, arrogándose la representatividad de la legítima oposición democrática, le salió al revés.
Es lo que dio cuenta el desarrollo de los hechos que vivió el país político, cuando la desfachatez retrató a reconocidos personajes del activismo político nacional en abierto perjurio. O mejor dicho, en el curso exacto de una traición no más a la patria, que a los valores de la democracia y a las esperanzas de una población acontecida por la soberbia de un régimen represivo, traidor, corrompido y abusivo. Lo que quedó evidenciado del fracasado encuentro, de facciones de la politiquería rastrera con agentes opresores del régimen urticante, fue un acto de cruda torpeza propio del más suspicaz oportunismo.
Pero igualmente, propio de cual montaje de teatro sacado de una novela manchada de sangre. Propio de algún juego deshonesto, viciado y contaminado de un fraudulento poder. Propio de un absurdo obligado a ser convertido en desastrosa realidad sujeta a la insidiosa y traicionera incertidumbre. Propio de cual iniciativa desviada por el carácter despreciable que inmediatamente alcanzó. Esa gente no contó que en política la avaricia funciona al revés de lo que en otra situación puede generar. O sea, causa más ruina que la ganancia perseguida. En síntesis, fue, grotescamente, la jugada (política) que no funcionó…
Antonio José Monagas
@ajmonagas
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