La madre patria vive un trance difícil que aflora en todo el mundo, ante los recientes tumultos de Barcelona luego de las sentencias contra los independentistas catalanes. Cómo superar este lance no es un desafío solo español, lo es también para la Unión Europea, quienes deben apelar a la democracia y al diálogo para resolverlo.
La conseja es tomar el rábano por las hojas para reconocer el origen del problema, que no es exclusivo de España sino de la historia del viejo continente. Para comprenderlo hay que profundizar las intimidades y dimensiones de los nacionalismos europeos, e identificar que los pueblos dispuestos a constituirse en naciones, bajo una sola lengua, economía, cultura y un solo Estado despacharon temprano el entuerto.
El tiempo lo hubo, desde el paulatino derrumbe del feudalismo europeo, iniciado en los siglos XVI al XVIII, se identifica en la Revolución francesa (1789) la expresión más acabada de conformación del Estado-nación, a tal nivel que en Francia conviven catalanes y vascos, como una región más de la nación gala, tanto en el Languedoc Roussillon, como en Biarritz, lo tienen claro al manifestar ¡Vive la France! Otros tomaron el tren más tarde, en el siglo XIX, y lo lograron con la unificación de Italia en el Risorgimento (1870) y Garibaldi a la cabeza, por otra parte la unificación alemana tomó su curso de la mano de Bismarck y la conformación del imperio (1871). Entre tanto, los anglosajones siglos atrás formaron sus naciones, bajo el manto de la Iglesia Anglicana y el pragmatismo del paraíso humano ubicado en la tierra y no el cielo.
La caprichosa historia europea no tuvo el mismo recorrido ni suerte con España, no hubo el liderazgo suficiente de las nuevas clases económicas para superar el Medioevo, y mucho menos de la curia y los terratenientes, al imponerse el conservadurismo de la monarquía como única representación de la nación y desperdiciar el último vagón del tren en las postrimerías del siglo XIX.
Al no resolver este desafío histórico logrado por otras naciones de Europa, abordó el siglo XX sacudida por su mayor tragedia, la pérdida de todas sus colonias en América, y el derrumbe moral, institucional, conjunto a la realidad de no haber podido alcanzar la unidad nacional. Hacia inicios de 1931 se crea la segunda república española en sustitución de la monarquía, etapa que desembocó en el episodio más triste de su historia, la guerra civil y la instauración del fascismo franquista que arrastró el país a la Edad Media desde 1939 hasta 1975, y la pérdida de vida de mas de 1 millón de ciudadanos españoles.
Al retomarse la transición a la democracia en 1976, la cuestión nacional fue abordada en las cortes españolas bajo la actual Constitución (1978), que establece la monarquía como institución unificadora, conjuntamente con el reconocimiento de las autonomías entre otras: País Vasco, Andalucía, Cataluña, Galicia, etc. Por tanto, el desafío para independentistas y gobierno central es reconocer las inequidades y llegar a un diálogo nacional, en el que no se excluya una consulta popular acordada por ambos, como lo manifiesta un catalán universal, Joan Manuel Serrat, quien cuestionara la poca transparencia del referéndum dominical de octubre de 2017 organizado a troche y moche por los independentistas, origen de los disturbios recientes de 2019 en diferentes ciudades de Cataluña.
En resumen, la gran pregunta que debe plantearse a los independentistas catalanes: ¿Puede hoy Cataluña lograr un desarrollo pleno en tiempos de globalización, cuando las fortalezas están en la integridad de las naciones y su capacidad de negociación frente a las grandes potencias? Quizás la respuesta la tengan los escoceses, quienes en septiembre de 2014 en referéndum, tras siglos de aspiración de independencia, se negaron a separarse del Reino Unido, o los propios británicos, quienes en su mayoría se arrepienten de haber aprobado el brexit en 2016, porque conocen de sobra la historia de Inglaterra ligada a Europa en lugar de buscar una aventura de un acuerdo bilateral con Donald Trump. Como dijera recientemente (21/10/2019) el novelista británico John Le Carré: “El brexit es la mayor idiotez perpetrada por el Reino Unido”, que pudiera conducir a la balcanización de la otrora primera potencia mundial.
Son riesgos que hay que asumir para luego no lamentarse, pues insuflarse el pecho celebrando la Díada o bailando la Sardana, no será suficiente para lograr una economía boyante en medio de un mercado global en el que sobreviven solo los competentes, si no pregúntense por que el Canadá francófono postergó sabiamente el grito separatista de Charles Degaulle ¡Vive le Quebec libre! (1967), al reconocerse uno de los países más prósperos del mundo. De hecho, desde 2017 miles de empresas han huido despavoridas del caos de un independentismo decadente y antihistórico, provocador de la pérdida de decenas de miles de empleos en Cataluña y del caos y la zozobra en la región.
Por tanto, tíos, poneros de acuerdo, ya que por ahí anda el derrotado Estado Islámico con el Corán en la mano reclamando el Al-Ándalus y el restablecimiento del Califato de Córdoba, cuando la España árabe del siglo X era la región de mayor estabilidad política y de desarrollo intelectual y económico de la Europa feudal.
Froilán Barrios
@froilanbarriosf
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