El traidor es traidor porque es cobarde. Tirso de Molina, seudónimo de fray Gabriel Téllez (1579 -1648), religioso español, dramaturgo, poeta y narrador del Barroco
Una semana no tan
Santa la de Venezuela. Como todas las semanas cada vez más trágicas que viven
los venezolanos, carentes de cualquier tipo de resguardo y protección. Sin
embargo, a todo riesgo, más de siete millones de venezolanos buscaron alivio a
sus males cotidianos dándose un bañito en la playa o pasando un par de días
alejados de la asfixia citadina.
Avavit (Asociación de
Agencias de Viajes y Turismo) declaró un descenso de hasta el 50% en la
ocupación hotelera y parques temáticos. Conseturismo registra una caída del 40%
en el movimiento turístico de la Semana Mayor, lo cual habla de la crisis
económica que castiga el bolsillo de los venezolanos, los problemas en el
transporte aéreo y terrestre, pero también del temor de abandonar el nicho del
hogar y arriesgarse a la aventura de vacacionar en el país más inseguro del mundo.
Ante una crisis
eléctrica que el gobierno no quiere comunicar en sus gravísimos alcances al
país, decide dar una semana de vacaciones obligadas a toda la masa laboral del
país, con el impacto que esto produce sobre una economía ya moribunda. Los cortes
programados y los aún más frecuentes apagones imprevistos amargaron las
vacaciones y el descanso. Hoteles, centros vacacionales padecieron fallas
eléctricas que crearon conflictos con los huéspedes y visitantes. Las
hidrológicas también aprovecharon la semana santa para hacer reparaciones que
al final, son como intentos de tapar algunos huecos a un colador que no se ha
renovado en 17 años.
La inseguridad habla
desde las morgues: más de 300 muertos por el hampa en Caracas, asaltos en
clínicas, iglesias, centros comerciales. Bandas dirigidas por pranes desde la
cárcel organizando razzias entre ellas, muertes de policías, ataques a comandos
policiales.
Y otra inseguridad
más terrible: la falta de asistencia, de comida, de medicinas. El caso de la
joven zuliana que murió en Morrocoy es una imagen dramática del riesgo a que
estamos expuestos todos los ciudadanos de Venezuela: morir sin asistencia, sin
medicinas, sin auxilio de un gobierno responsable por la vida de sus
ciudadanos.
El miércoles Santo,
Laura Gabriela Polanco, de 18 años, compartía en Cayo Sal con su familia.
Habían venido desde el Zulia a pasar unos cortos días de relax y playa. La
muchacha comenzó a sentirse mal y vomitó. Su familia lo atribuyó a unos
camarones y como la muchacha no mejoraba pidieron ayuda a Protección Civil,
quienes la sacaron del cayo en una lancha y la llevaron hasta un punto de
control del Instituto Nacional de Espacios Acuáticos (Inea). De allí, en vista
que presentaba un edema de glotis, fue transportada al ambulatorio de Chichiriviche.
Dicen que la recibió una médico comunitaria que recomendó llevarla al hospital
de Puerto Cabello. En ninguno de los sitios había antialérgicos, oxígeno ni
equipos médicos para auxiliarla.
Esta joven venezolana
murió porque en Venezuela hay una crisis humanitaria de proporciones mortales.
Murió porque el gobierno prefiere gastar el dinero del país en campañas
mediáticas que aúpan su fantasía chavista, antes que invertir en los problemas
reales que matan a venezolanos inocentes como Laura Gabriela.
La familia de la
muchacha cargó con el dolor de la insólita muerte de la bella joven, no sin
antes pasar por el calvario de recorrer toda la costa en busca de una urna y un
vehículo que llevara el cuerpo de regreso al Zulia. No la encontraron sino en Yaracal.
Y en cuanto al transporte, ni siquiera una ambulancia estaba disponible para
eso. En su propio vehículo tuvieron que llevarse el féretro e irse con su dolor
inasistido a enterrar a la muchacha en su tierra.
Cuando médicos,
ingenieros, abogados, economistas y periodistas advierten la debacle en puertas
en todos los servicios y asistencias humanas, el gobierno mira hacia otro lado.
El Guri está a poco más de un metro de llegar al nivel crítico que obligaría a
apagar todo el sistema que alimenta el 70% de la red eléctrica del país. Las
clínicas han suspendido todas las cirugías que no sean estrictas emergencias y
piden a los familiares hasta el suero para atender al paciente. Esta semana un
médico oncólogo anunció que se iba a tomar sus vacaciones vencidas porque ya no
tenía cara para recetar a sus pacientes medicinas para dolores oncológicos que
no se consiguen en el país y ya hasta las alternativas se agotaron. Badan está
vacío y en este país petrolero los pacientes están muriendo de enfermedades tratables
y del dolor que no encuentra alivio medicinal. Desde noviembre de 2015 no se
hacen trasplantes de médula porque no hay con qué. Las clínicas tienen parados
por repuestos equipos vitales de diagnóstico por imagen y de quirófanos. Y no
hay acceso a dólares ni para remediar los casos más urgentes.
Pero sí hay dólares
para continuar giras mundiales para explicar lo maravillosa que es la
revolución del finado y lo malos que son la oligarquía opositora y el imperio.
Sí hay dólares para la gran vida de los boliburgueses en París, en Madrid, en
Florida. Sí hay dólares para seguir pagando la “asesoría” cubana, los subsidios
petroleros de Petrocaribe y a los chuletos del Alba. Sí hay para construir una
fábrica de fusiles kalashnikov en Aragua pero no para construir laboratorios
que fabriquen medicinas y suplan las que ya no fabrican los grandes
laboratorios farmacéuticos que han huido de Venezuela. Ni siquiera los
Diablitos de Underwood se quieren quedar en un barco que está zozobrando
mientras los timoneles cantan y beben agarrados al último mástil.
Vergüenza es una
virtud que desconoce el oficialismo. Siguen diciendo que Venezuela es una
potencia, el presidente anuncia que en los próximos tres meses se va a
recuperar la economía, exhiben su dinero mal habido sin pudor, callan ante la
evidencia del descarado narcotráfico que raya a Venezuela ante el mundo y
además de eso, no reconocen su absoluto fracaso a la vista de esta nación
arruinada.
En Bélgica, el
gabinete en pleno renunció porque se siente responsable de no haber previsto un
ataque terrorista. O sea, no tienen la culpa del ataque pero reconocen su
responsabilidad en no haber cuidado que no pasara. Estos descarados ni siquiera
reconocen su fracaso o piden ayuda en vista de su manifiesta incapacidad.
Lo que viene es
sequía, oscurana, hambre y enfermedad. No es alarma, es la realidad clarísima.
Y todavía el judas del Psuv dice que no permitirá que la oposición tome el
poder. No entiende que es la aplastante mayoría de los venezolanos quienes
quieren botarlos. Como decía mi abuela canaria: “¡A correr, miñosos!”.
Charito
Rojas
Charitorojas2010@hotmail.com
@charitorojas
Notitarde
Carabobo - Venezuela
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