La violencia -injustificable por su grado de salvajismo, desproporción y, sobre todo, masoquismo, pues hubo autoflagelación, del grupo de vándalos que destruyó varias estaciones del Metro de Santiago, numerosos autobuses del trasporte público, supermercados, tiendas de pequeños comerciantes que habían dedicado su vida a levantar esos negocios- mostró de forma inequívoca las fisuras del ‘modelos chileno’. Aunque en las revueltas ha habido mucha espontaneidad, no todo es tan ingenuo. Algunos movimientos que integran el Frente Amplio, coalición identificada con Nicolás Maduro que reúne a organizaciones de izquierda extrema, elaboraron la “Guía para realizar plan punto final”, donde la protesta violenta no es desechada. Allí hay una fuente de inspiración.
En pocos días se convirtió en hilachas ese Chile que los organismos internacionales, los tanques de pensamiento liberal y numerosos partidos democráticos de América Latina, mostraban como ejemplo del patrón que deben seguir los países de la región. Los informes de la Cepal, el Pnud, el FMI y el Banco Mundial hablan de una nación que creció, en dictadura y en democracia, de forma sostenida durante más de cuatro décadas y que se colocó en la plataforma de lanzamiento hacia el desarrollo integral. Con un PIB per cápita de 25.000 dólares al año, según el FMI, sería el primer país del continente en superar el umbral del subdesarrollo. Esos sueños se hicieron añicos en un fin de semana.
El odio y resentimiento de grupos, especialmente juveniles, que se sienten excluidos y maltratados, eclosionó de manera irracional. Estas capas llenas de un rencor alimentado por la izquierda marxista y anarquista, cuya presencia resulta mucho mayor a la que se creía, salieron a protestar porque el Estado de Bienestar construido por los gobiernos que han ocupado el Palacio de la Moneda desde 1990, no les parece suficientemente generoso, ni equitativo.
Se levantaron porque -a pesar de que cientos de miles de familias han salido de la pobreza y el salario mínimo es de $424 mensuales, entre los más elevados de la región- el ingreso no les alcanza para vivir con holgura. El costo de la educación, la salud, las medicinas, el transporte colectivo y la vivienda resulta excesivamente alto, y la seguridad social insuficiente.
De nuevo se evidencia el abismo entre la rancia aristocracia chilena, descrita de forma descarnada por Isabel Allende en Largo pétalo de mar, y el resto de la sociedad. Afloraron los desacuerdos tan hondos que siguen existiendo entre los pinochetistas y los socialistas. La sociedad chilena parece cruzada por contradicciones que solo en apariencia habían comenzado a superarse. Lo que ha emergido a la superficie es una enemistad social atávica, que el crecimiento del PIB, la modernización continua, el sistema de seguridad social basado en las Administradoras de Fondo de Pensiones, y todo el incremento de la producción y la productividad, no han logrado atemperar.
Chile a vive una severa crisis de legitimidad.
Aunque algunas agrupaciones del Frente Amplio guarden conexión con los hechos violentos ocurridos, el malestar se salió del control de los partidos. Las organizaciones que integraron la famosa Concertación por la Democrática, artífice de la transición pacífica entre la tiranía de Augusto Pinochet y la democracia, fueron tomados por sorpresa. El Partido Demócrata Cristiano y el Partido Socialista ya no representan la nueva complejidad de la sociedad chilena. Es entramado surgido con la globalización, la terciarización del trabajo, la revolución informática y el acelerado cambio tecnológico.
El reto de construir otro pacto de gobernabilidad no es solo de Sebastián Piñera y los grupos que lo respaldan. Es de todo el estamento político y la élite. El nuevo consenso o, mejor, los nuevos acuerdos, tienen que darse entre todos los sectores nacionales. En Chile se encuentra en entredicho el Estado de Bienestar que la democracia intentó construir a partir de la modernización de la sociedad.
Si los saqueos y la furia alocada de los vándalos conducen a un retroceso al pasado. Si la salida se coloca en exacerbar el Estado populista a través de la elevación de los subsidios, el aumento de las exoneraciones, la reducción de los impuestos y la disminución del cobro de los servicios públicos, no se hará otra cosa que empeorar los problemas sociales en el corto plazo.
Venezuela es el mejor ejemplo de los efectos nefastos del asistencialismo irresponsable. El Metro es gratuito, pero no funciona; se convirtió en un calvario para los usuarios. La electricidad se regala, pero los apagones son permanentes y eternos. El agua no se cobra, pero jamás llega. La gasolina es regalada, pero escasea en todo el país. El gas es muy económico, pero no se consigue.
Si el nuevo “Pacto Social” del cual habla Sebastián Piñera significa, no la corrección de las desviaciones del ‘modelo chileno’, sino su sustitución por un esquema populista basado en la demagogia y el asistencialismo, colocado de espaldas a la productividad, la eficiencia y el equilibrio entre costos y precios, Chile volverá a sumergirse en el atraso. El liderazgo que enfrente y solucione la crisis vigente debe entender que la modernidad, la eficiencia, el desarrollo y la equidad se complementan.
Trino Márquez C.
@trinomarquezc
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