martes, 26 de mayo de 2020

GABRIELA CALDERÓN DE BURGOS, LA VIDA SIGUE, DESDE ECUADOR

En la antigüedad nos enfrentamos a enemigos formidables, como la viruela. Esta enfermedad afligió a la humanidad durante 3.000 años. La periodista científica Gina Kolata indica que esta es una de las pocas enfermedades que hemos logrado erradicar. Lo normal es lo contrario. Los seres humanos aprendemos a co-existir con las enfermedades mediante innovaciones tecnológicas que nos permiten encontrar métodos efectivos de prevención, tratamientos eficaces y/o vacunas. Sucede que durante gran parte de la historia de la humanidad nada de eso teníamos.

La historiadora Barbara Tuchman en Un espejo distante: El calamitoso siglo 14 indica que la peste negra azotó de manera recurrente a la humanidad durante un periodo de 500 años. No existían remedios para combatirla, ni conocimiento acerca de cómo prevenirla. Se estima que acabó con un tercio de la población de Europa. La profunda ignorancia acerca de cómo se contagiaba —tardaron cinco siglos en descubrir el bacilo— promovía activamente el miedo. Pensaban que la enfermedad se podía transmitir incluso a través de la mirada. En el siglo 14 no tenían idea de que los portadores de la peste eran algo tan común en ese entonces: las pulgas y las ratas. Proliferaba la superstición y la idea de que era un castigo de Dios. Buscaban culpables, entre estos señalaban particularmente a los judíos y comerciantes.

Tuchman dice que después de la plaga “ningún cambio radical fue inmediatamente visible. La persistencia de lo normal es fuerte”. Kolata indica que las pandemias tienen dos tipos de conclusión: la médica y la social. La primera sucede cuando las muertes se desploman y la social cuando declina la epidemia del miedo. Kolata dice que “un fin puede darse no porque la enfermedad ha sido derrotada sino porque la gente se cansa de estar en estado de pánico y aprende a vivir con la enfermedad”.

Así sucedió cuando se terminó una de las pandemias más mortales en la historia reciente: la llamada influenza española de 1918. La enfermedad fue amainando conforme también llegaba a su fin la Primera Guerra Mundial. Kolata dice que la gente estaba lista para un nuevo comienzo, dejando atrás la peste y la guerra.

Luego en el siglo XX nuestros padres convivieron con el virus H2N2 (“gripe asiática”) de 1957 que cobró entre 1 y 2 millones de víctimas y el virus H3N2 (“gripe de Hong Kong”) que causó 1 millón de muertes. Durante esas epidemias no hubo cuarentenas generalizadas ni obligatorias. Durante el peor momento en cuanto a muertes de la epidemia del H3N2 en enero de 1968 se planificó el histórico concierto de Woodstock que se realizó en agosto de 1968.

En momentos oscuros de crisis proliferan los agoreros del desastre. Ahora dicen algunos que debido al COVID-19 se acabaron las grandes ciudades, los eventos masivos, las reuniones sociales, la educación presencial y las oficinas. También la repetición incesante de que debemos aceptar una “nueva normalidad”. La historia nos enseña algo muy distinto: las ciudades continuaron creciendo porque sus beneficios continuaron superando sus costos. La prosperidad y el bienestar de la humanidad continuaron mejorando a pesar de los desastres que sobrevinieron. Y todo eso gracias a que se aumentó paulatinamente la libertad para experimentar y aventurarse ante lo desconocido.

Gabriela Calderon de Burgos
gcalderon@cato.org
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Este artículo fue publicado originalmente en El Universo (Ecuador) el 22 de mayo de 2020.

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