No siempre, pero con extraña frecuencia percibo en escritos que haya destinado a los duros problemas soportados por Chile, que sienta una extraña pena, debida tal vez a que mi padre y varios de mis tíos fueron inscritos por mis abuelos como españoles nacidos en Valparaíso, donde vivieron poco menos de veinte años. Mi padre nos hablaba de la guerra del Pacífico y la prestancia de los militares chilenos.
¡Extraña convivencia afectiva entre la ejemplar institucionalidad chilena y la eficacia demostrada por sus militares en la confrontación bélica con Perú y Bolivia!
Un incendio atroz abrasa en este instante a Valparaíso, ciudad natal de Salvador Allende y, como ya tengo dicho, de mi padre. Pero no es de esa tragedia de la que hablaré ahora, sino de la que podría estallar a propósito del anunciado plebiscito, parece -y ojalá termine siendo- una salida, digamos natural, a la crisis que carbura en Chile.
Es innegable el arraigo de las organizaciones sindicales en Chile, pero vale preguntarse cuál será el estado en que se conservan sus raíces. Por supuesto, hay una cultura acumulada. En 1850 Francisco Bilbao y Santiago Arcos fundaron la Sociedad de los Iguales, similar a la Liga de los Justos, que encomendara a Marx y Engels redactar el Manifiesto Comunista. En 1896 se crea en Chile la Unión Socialista, que al año siguiente pasa a llamarse Partido Socialista.
Diez años después el sindicalista chileno Luis Emilio Recabarren se perfila como el más destacado líder obrero de Chile y Argentina. Fue fundador por excelencia de partidos y sindicatos. Debemos suponer entonces que esa izquierda conservará influencia en el país que acaba de poner su suerte en manos de un azaroso plebiscito. Además de medir la fuerza de sus tradicionales bastiones, la izquierda democrática pondrá a prueba su capacidad de resistencia y recuperación.
¿Cómo incidirá semejante tradición en el desenlace que tendremos a la vista en las próximas semanas, si nadie emprende la harto difícil tarea de sabotear los resultados?
En la España franquista y el Chile pinochetista la gravitación de la derecha tuvo inspiraciones impresionantes en su originalidad. De hecho, aunque se expandió a la sombra de la dictadura no tardó en familiarizarse y hacer suya con entusiasmo, la mecánica democrático-electoral. Personalidades de esa corriente, dotadas de singular habilidad, aprendieron y aprovecharon con destreza la novedosa vía para acceder o avanzar hacia las cercanías o a la plenitud del poder, proyectando así la disputa derecha–izquierda a normales términos electoral-parlamentarios.
Quedarían superadas, pero solo en parte, las posiciones extremas, quizá por eso, no faltarán los amagos de violencia en las confrontaciones electorales. Tal vez por el peso de la incertidumbre.
Renovación Nacional parece haberse consolidado como primera organización de la derecha, pero sus figuras, proclamadas y autoproclamadas de rancio derechismo, exhiben una buena flexibilidad política que los habilita para lo que venga.
Las figuras que despuntan en la derecha y la izquierda, del gobierno y la oposición deben pasar aún por pruebas que midan in extremis su calidad dirigente y manejo de las jugadas de rutina, como esa supremamente elemental a la vez que indispensable de la obvia negociación acerca del mejor uso del dispositivo plebiscitario. Arrojarlo al voleo sobre chacales hambrientos sería contraproducente.
No obstante, no sería un despropósito confiar en la aptitud política de los chilenos, después del artístico despliegue que exhibieron para salir de la ominosa mole acaudillada por Augusto Pinochet.
Adolfo Suárez, el rey Juan Carlos y Fraga Iribarne fueron figuras claves del franquismo que supieron unirse en la acera opuesta a Felipe González y Santiago Carrillo. Unos y otros fueron ciertamente decisivos en la dramática transición democrática de España.
En cuanto al reto de abril en Chile, se observan no pocos paralelismos, comenzando con la procedencia franco-pinochetista de los gobernantes en los inicios de las dos transiciones, y del predominio de los moderados sobre los maximalistas en la izquierda socialista, obligados todos a descubrir cómo hacer sonar la flauta que una el signo al sentido, tal como lo postulara el gran poeta de la negritud, Léopold Sédar Senghor. El premio a quien acierte sería el premio de todos los premios: salvar a Chile de los rufianes que lo esperan ocultos y armados; el Chile de Bolívar, San Martín, O’Higgins, los hermanos Carrera, Bello, Neruda, Huidobro, con sus instituciones sólidas, su democracia ejemplar y elevados sentimientos solidarios.
Américo Martín
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