Tengo la impopular costumbre de revisar lo que dicen exponentes de derecha y de izquierda. Eso sí, exponentes, no intelectuales orgánicos como los llamaba Gramsci. Con esto introduzco una reflexión que me topé en Twitter y que llamó mi atención:
“Extraordinario graffiti del mayo francés «seamos realistas, pidamos lo imposible». Y son en verdad realistas las izquierdas, pues al empujar a fondo logran notables en las agendas a diferencia de timoratos del otro lado del mostrador imbuidos de «corrección política»”.
El tuit es del economista argentino Alberto Benegas Lynch, hijo, del que nadie podrá decir que simpatiza con la izquierda. El mayo francés es el de 1968, cuando se registraron en París unas protestas inicialmente estudiantiles -y yo diría que antipolíticas- contra el consumismo, el capitalismo y toda forma de organización y autoridad a las que se sumaron con rapidez el Partido Comunista Francés y grupos de obreros para protagonizar una revuelta y huelga general históricas, lo que obligó al presidente Charles De Gaulle a convocar elecciones anticipadas.
Pero hay más, el extraordinario graffiti del que habla Benegas -«Seamos realistas, pidamos lo imposible»- es una frase de Herbert Marcuse, considerado el padre de la “nueva izquierda”. Con todo esto quisiera amortiguar las falacias ad hominem que surgirán contra la reflexión de Benegas, aunque esta deformación en el criterio de los venezolanos ya pareciera invencible.
Para mí, el hecho de que Benegas, tan de derecha, alabe y recomiende un proceder de la izquierda, me lo hizo más interesante y me puso a tratar de trasladar eso de “empujar a fondo” a nuestra circunstancia local para mover lo que está establecido.
Creo que “empujar a fondo” es algo a lo que se atreven con más facilidad quienes son desafiantes y emocionalmente efervescentes que, además, son quienes justifican mejor las propuestas ideológicas que hablan de revoluciones. Lo mismo podría ser más difícil para quienes valoran más el orden y la convivencia, pero “empujar a fondo” no debería confundirse con perder el respeto a las leyes ni a sus más exigentes principios sino relacionarse con comprender mejor los límites y acercarse a ellos.
«Seamos realistas, pidamos lo imposible» no es una sentencia absurda sin final feliz posible, es una orden táctica. Una que reconoce el tamaño y métodos del enemigo a vencer y que por lo mismo nos exige desafiarlo en aquello en lo que no creyó que nos atreviéramos a hacerlo.
Puesto en esos términos «Elecciones presidenciales y parlamentarias, libres y justas» representa lo imposible que, en términos realistas, amenaza por igual a la dictadura, a los extremistas y a los colaboracionistas. Como “elecciones libres y justas” no es una declaración poética sino un exigente estándar internacional que ya todos deberíamos conocer, considero que «Elecciones presidenciales y parlamentarias, libres y justas» es prácticamente una consigna para aglutinar a los demócratas que, por años, hemos estado horrorizados frente al falso dilema entre violencia o genuflexión.
No, la dictadura no quiere «Elecciones presidenciales y parlamentarias, libres y justas», pero este año está entrampada en la necesidad coyuntural de un proceso electoral y para ello intenta legitimar unas parlamentarias de ficción a través de los colaboracionistas de la Casa Amarilla quienes, cada vez que exijamos «Elecciones presidenciales y parlamentarias, libres y justas», tendrán que renunciar a llamarnos “abstencionistas” como hacen, ofensiva y desvergonzadamente desde que participaron en la farsa de 2018.
Esto también descalabra a quienes sueñan con una acción armada que instaure otra dictadura que pretenden que demos por buena. Así que con «Elecciones presidenciales y parlamentarias, libres y justas» nos distinguiríamos de los tres enemigos que debemos vencer para un retorno democrático al sistema republicano.
No soy ingenua, este es el discurso que legítimamente puede blandir el pueblo. Cualquier otra acción escapa de nuestras desarmadas manos pero esta implica una presión, una manera de empujar que puede precipitar cualquier desenlace. Y eso es lo que esconde el «Seamos realistas, pidamos lo imposible» de Marcuse que nos hará empujar, esta vez, a fondo.
Carolina Gómez Ávila
@cgomezavila
@DiarioTalCual
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