Uno sabe cómo comienzan las guerras. Lo que no se sabe es como se desarrollan, ni cómo ni cuándo terminan.
La guerra en Siria comenzó en mayo del 2011. Se inició como una confrontación de la mayoría suní contra el régimen dinástico de Bashar al – Assad de la tribu de los Alauís.
Han transcurrido nueve años del inicio de aquella matanza espantosa. Se han producido horrores que superan en crueldad a los peores ocurridos en cualquiera de las dos guerras mundiales del siglo pasado. Además de la acción de la dictadura Siria, de Daeshi y de Al Qaeda, poco a poco se han ido incorporando al conflicto milicias Kurdas, Chiíes, turcas, de Hezbolá además de la participación de Irán y de Arabia Saudita, además de la participación de Rusia y de Estados Unidos y fuerzas de la coalición Europea.
Como ha dicho, en un artículo dedicado a este mismo tema, mi amigo Leopoldo Martínez Nucete: “Cuando las armas se oponen a las armas no hay modo de saber cómo evolucionará el conflicto, ni quienes lo liderarán, ni cuando finalizará, ni cuál será el costo del mismo”.
Lo cierto es que la guerra en Siria ha servido de marco para degollamientos, muertes masivas por fuego aéreo y terrestre, desmembramientos, linchamientos y otras formas variadas de salvajismo y de crueldad. La guerra es una estupidez. La guerra representa el fracaso de la inteligencia, el fracaso de la política, el fracaso de la humanidad.
Cito de nuevo a Leopoldo: “las desgarradoras imágenes de lo que ha ocurrido en la ciudad histórica de Alepo son una diana destinada a los ojos y oídos de todo aquel que piense que no hay alternativa al conflicto y que no hay rutas negociadas para resolver diferencias políticas entre gentes de una misma nación”.
Seguramente los que en Siria voceaban la palabra “guerra” en abril o mayo del año 2011 lo hicieron con la misma frivolidad y con la misma ligereza con que lo hicieron los europeos cuando comenzó la primera guerra mundial.
Seguramente pensaron que la guerra sería cuestión de unos días, al cabo de los cuales regresarían victoriosos los ejércitos en medio de marchas, desfiles y aclamaciones populares. Nunca se detuvieron a pensar en la infinita capacidad de destrucción física, de asesinatos y de torturas que supone una apelación a las armas de destrucción que se utilizan en una guerra.
La crisis venezolana está tentando a los demonios de la guerra. Ojalá prevalezca la inteligencia, la humanidad y el buen juicio antes de que sea demasiado tarde.
Seguiremos conversando.
Eduardo Fernández
efernandez@ifedec.com
@EFernandezVE
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