Muchos de los cambios que ha vivido Venezuela en lo que va de siglo XXI, devinieron en retrocesos que desvirtuaron la idiosincrasia de su sociedad. Sociedad ésta que, de alguna forma y en algo, quiso dirigir el timonel hacia la dirección que apuntaba al desarrollo económico y social tantas veces expuesto por intelectuales, académicos y dirigentes políticos. Siempre, con la pretensión de infundir el ánimo que desde siempre tan gigante tarea ha requerido. De eso, no cabe duda alguna.
El error estuvo en que quienes buscaban irradiar al país el mensaje que comprometía tan importante cambio de rumbo, no convencieron. No persuadieron. Y dicho problema, tuvo distintas razones. Algunas de las cuales siguen marcando la actitud y disposición no sólo de actores que pretendían moderar en situaciones azoradas por contingencias sometidas por condiciones de pobreza, de inseguridad, de hambre. También, dada la ausencia de proyectos de avance que pudieron provocar el despegue necesario o suficiente del rezago ético y moral. Pero no lo consiguieron. Y aunque suene paradójico, es el problema mayor que ha caracterizado a Venezuela. Incluso, desde el siglo decimonónico hasta el presente.
Sin embargo, no puede descartarse o dejar de reconocer que la sociedad venezolana dio un vuelco en su conducta. No sólo en lo social, o político. Igualmente, en lo familiar y personal. Conducta ésta que si bien destaca un resultado que implica cambios en su percepción política frente a la crisis inducida por la destemplanza de un régimen indolente, del mismo modo deja ver problemas que se manifiestan en comportamientos egoístas que dañaron el carácter magnánimo y solidario del venezolano. Individualismo éste que, además, trabó el esfuerzo educacional que venía lográndose desde la escuela pública y las universidades nacionales en provecho del desarrollo en el sentido más decidido de la palabra. Particularmente, desde los años setenta.
Muchos conocen de las grandes crisis y transformaciones ocurridas en el ocaso del siglo XX. Incluso, en lo que va del actual. Pero de ahí a reconocer sus magnitudes y consecuencias, es otra cosa. La diferencia es significativa. Pareciera no haber conciencia de que una de las razones ideológicas primordiales que determinó la historia política, social y económica del mundo, ya no es la misma. Esa razón, se mutó en su condición y forma hasta adquirir nuevas manifestaciones por las cuales dejó de ser lo que había sido hasta ahora para convertirse en algo diferente. En una nueva razón que implicó gruesos cambios.
Esa mutación alteró el campo de análisis de las ciencias sociales, políticas y económicas. No obstante, sus efectos siguen escurriéndose y escondiéndose entre variables omitidas cuyo impacto se tornó en incógnita de una ecuación poco notada. Sin embargo, quienes hoy se han disfrazado de gobernantes, nada saben a ese respecto. Por tanto, sus decisiones causan más estrago que los resultados que sus discursos comprometen.
La mayor cuota de ideas sobre las cuales esos personajes de marras, en nombre de “doctrinas libertarias” cundidas de un imberbe socialismo o desnaturalizada concepción política de lo que su enunciación abarca, se corresponden con esa disociación que, además, raya con una absurda bipolaridad política cuyos perjuicios tienen en crisis a buena parte del mundo.
De las complicaciones surgidas al calor de tan grotescas fracturas, se forjó una nueva situación montada en la ola de nuevas realidades. Realidades éstas que a decir de Peter Drucker, “(…) son distintas de las que las cuestiones sobre las cuales siguen escribiendo libros y haciendo discursos los políticos, los economistas, los eruditos hombres de negocio y las dirigentes sindicales”.
Ya para entonces, aseguraba Drucker, quien era profesor en la Escuela Claremont de Postgrado, California, que prueba convincente de tan mayúsculo problema, “(…) es el profundo sentido de la irrealidad que caracteriza gran parte de la política y de la teoría económica de nuestro tiempo”. Justamente, es lo que refleja la actualidad cuando se advierten los trastornos, desgracias y decadencias que arrasan con la moralidad a través de la corrupción. Con la ética, mediante los desarreglos provocados por las confusiones de actuaciones impúdicas de gobernantes incapaces. Y con la razón, a través de la desesperanza imbuida por la represión, el chantaje y la opresión de la gestión de regímenes populistas, demagógicos, autoritarios y hasta totalitarios.
Venezuela no ha escapado de este género de desavenencias y atiborrados conflictos. Todo esto, ha afectado formas de vida que se mantuvieron vinculadas a profundas culturas ideológicas que daban cuenta de un orden mundial que de alguna manera, casi siempre demostró eficacia. Pero ahora, las realidades muestran una cara temible y terrible. Y justo, ante tal inquietud, vale preguntarse si acaso ¿Venezuela se atoró en la mitad de tan frustrante situación?. Pues de ser indudable, podrá inferirse que Venezuela, hasta lo que va de 2020, sigue hundida bajo los embates de una realidad disfrazada.
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
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