martes, 21 de abril de 2020

MARÍA GABRIELA MATA, PENSAR EL FUTURO

Si algo de bueno ha tenido el coronavirus es que nos obliga a pensar el futuro. Más allá de las cifras de contagios y muertes, y de la carrera científica por la creación de la vacuna, o el seguro declive de la economía y el reacomodo mundial, he seguido con interés lo que dicen los intelectuales con relación a cómo la situación nos desnuda en nuestra (in)humanidad.

Edgar Morin señaló en una entrevista para El País de España (11 de abril, 2020) que “vivimos en un mercado planetario que no ha sabido suscitar fraternidad entre los pueblos”. El filósofo francés reflexiona a los 98 años sobre los efectos de la pandemia y alerta contra los peligros del darwinismo social y la destrucción del tejido público en sanidad y educación, pilares de la dignidad humana.

En su opinión, la unificación técnico-económica del mundo, o la interdependencia como preferimos decir los internacionalistas, ha generado una enorme paradoja y es que, en lugar de favorecer un real progreso en la conciencia y en la comprensión de los pueblos, ha desatado formas de egoísmo y de ultranacionalismo. El virus habría desenmascarado esta ausencia de una “auténtica conciencia planetaria de la humanidad”. Ha creado, de hecho, un miedo generalizado al futuro que nos hace encerrarnos detrás de las fronteras.

Por otro lado, tenemos la opinión de Habermas, representante tardío de la escuela de Frankfurt, cuya defensa de los valores de la Ilustración en el debate modernidad vs posmodernidad y sostenida crítica a la amnesia respecto al pasado nazi han hecho de él una conciencia moral de Europa. Ya desde los noventa analizaba la alienación que generan tanto el trabajo en cadena como el consumo sin freno. Y nos avisaba que, de la producción al transporte, pasando por la comunicación o el ocio, la “cultura de las máquinas” terminaría dominando nuestra vida. Que cada día estaríamos más lejos de la naturaleza y del resto de los seres humanos. Por ello su hincapié en la Teoría de la Acción Comunicativa mediante la cual promueve el acuerdo, el consenso y el mutuo entendimiento. No se trata, sostiene, de buscar la verdad al margen de los intereses, sino de rastrear el modo en que las ideas de verdad, libertad y justicia están “constitutivamente insertas” en las estructuras del lenguaje. En su último libro habla de las relaciones entre las creencias y el conocimiento. (El País, 9 de abril, 2020).

Hoy, frente al coronavirus señala: “Nunca habíamos sabido tanto de nuestra ignorancia”. En su opinión, en “nuestras sociedades complejas nos enfrentamos permanentemente a grandes inseguridades, pero estas aparecen de forma local y no simultánea y son resueltas en uno u otros subsistemas de la sociedad por expertos”. Ahora, en cambio, la inseguridad existencial es “global y simultánea” y está incluso en la cabeza los individuos conectados a las redes de comunicación (La Vanguardia, 4 de abril, 2020).

Según Adela Cortina, filósofa española, la sociedad tiene que cambiar radicalmente después de esta crisis. “O sacamos los arrestos éticos o muchos quedarán en el camino”, dice a Efe y nos invita a decidir qué queremos: “Si una sociedad unida en la que trabajen todos juntos para que la gente esté mejor, o una marcada por la separación y el ir unos contra otros” (La Vanguardia, 25 de marzo, 2020).

Para Ocarina Castillo (Infobae, abril 2020), individuo de número de la Academia Nacional de Historia, “asistimos a una crisis de nuestra civilización”, conjunto de costumbres, ideas, creencias, y conocimientos científicos y técnicos que caracterizan a un grupo humano en un momento de su evolución. Entre otras cosas, afirma que hay que tomar distancia de las interpretaciones xenofóbicas, alarmistas y descalificadoras culturalmente. Por ejemplo, no confundir un problema del manejo higiénico de alimentos y de los mercados, con afirmaciones xenofóbicas en contra de hábitos alimentarios ancestrales de grupos culturales distintos a nosotros.

A la de Ocarina Castillo se suman muchas otras voces valientes que se han atrevido a dar su opinión en el contexto propiamente venezolano. Digo valientes porque en nuestro caso se superponen a los tiempos de la pandemia los tiempos de la política. Obvio que lo ideal sería “librarnos simultáneamente de la amenaza del covid y del virus autoritario que corroe y destruye al país”, como dijera Vladimir Mujica (Tal Cual, 10 de abril, 2020). En todo caso, la sociedad civil organizada está demandando insistentemente #AcuerdosXLaVida #AcuerdosXLaGente en el entendido de que el gobierno solo no puede. “El verdadero antídoto contra una epidemia no es la segregación, sino la cooperación”, cierra su llamado de auxilio por la universidad un grupo de profesores de la UCV citando al escritor israelí Yuval Noah Harari (13 de abril, 2020).

Tantas mentes brillantes no pueden estar equivocadas. La elección es individual, cada uno con su consciencia, pero también colectiva. Lo que hagamos como personas, como pueblo, como civilización y finalmente como especie determinará el futuro del planeta.

Termino destacando junto a Morin la importancia de la fraternidad, para algunos “el principio olvidado” de la trilogía de la Revolución francesa (Baggio, 2006).  Sus innegables raíces religiosas y los excesos jacobinos lo han mantenido al margen de los debates ideológicos. Sin embargo, es el elemento faltante en nuestras sociedades complejas, que ven la libertad estirarse más allá de los valores compartidos y la igualdad sucumbir sometida por el pensamiento único. Sí, la fraternidad, con todo y los prejuicios que carga a cuestas, pudiera resultar la clave para rebatir el desencanto posmoderno y garantizar nuestra supervivencia.

Desde un punto de vista político, la fraternidad ofrece una redefinición del vínculo social a partir del reconocimiento de la identidad específica de cada uno en un cuadro de referencia unitario que es la familia humana. Si podemos definirnos “hermanos”, el otro no es distinto a mí sino otro yo mismo.

La superación de interpretaciones en términos de reducción, parcialidad, simplificación, desnaturalización o negación remite directamente a la subsistencia de seres humanos frente a seres humanos, con igualdad de derechos y con las mismas facultades de ejercer su propia libertad (Baggio et al., 2012). 

Eso implica el derecho a disentir, sin represalias de ningún tipo. Implica empatía, no compasión o caridad, empatía con sus problemas, que también son míos, y la disposición de actuar unidos para resolverlos.

María Gabriela Mata
matacarnevali@gmail.com.
@mariagab16
@ElNacionalWeb  

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