Explotó la burbuja. La mediana normalidad que intentaban aparentar en Venezuela se acabó. El coronavirus ha dejado al desnudo una depauperada economía familiar que solo sobrevive por las remesas que reciben de sus familiares en el exterior, un país petrolero que ya no tiene gasolina ni para atender a la Gran Caracas, un sistema eléctrico que no soporta la carga de una nación sin empresas y con 4 millones menos de venezolanos, pero sobre todo, ha dejado en evidencia irrefutable a un gobierno que somete a su gente a un despiadado control social a través del confinamiento, dejándolos sin capacidad para alimentarse, para movilizarse ni para cumplir las normas elementales de salud para enfrentar la pandemia.
La burbuja explotó. La cuarentena es mundial, y por ende, sus consecuencias económicas, sociales, psicológicas y emocionales nos afectan a todos. En el caso venezolano la realidad se complica aún más porque la ayuda económica que recibía la mayoría de las familias desde el exterior está paralizada. Nuestros connacionales se quedaron sin trabajo, o en el mejor de los casos, sus ingresos mensuales han sufrido una reducción de 25%, 50% o 75%. Incluso, cientos han tenido que regresar al país porque se quedaron sin techo para vivir.
La burbuja explotó. Muchos de los más de 4 millones de venezolanos que han salido del país buscando posibilidades para mantener a sus familias dentro de nuestras fronteras, hoy podrían estar en peores condiciones que todos. Hasta ahora, para que un migrante pudiera enviar entre 100 y 150 dólares al mes debía desprenderse al menos de 25% de su salario, sobre todo quienes apostaron por un país latinoamericano. Por ejemplo en Colombia, donde se registran 1,3 millones de desplazados venezolanos, el sueldo mínimo son 226 dólares, quedándoles solo 126 dólares para pagar la renta, servicios, comprar alimentos y transporte, entre otras cosas, durante el mes.
La diáspora venezolana se calcula hoy en 4 millones de personas, mientras que las proyecciones para el cierre de año estiman 5,6 millones. Después de Siria, somos el segundo grupo de poblaciones desplazadas más grande del mundo. Según estimaciones económicas, al cierre de 2019 entraron al país 3.400 millones de dólares en remesas y se esperaba que para finales de año estas alcanzaran los 5.000 millones. Mientras tanto, a lo interno la hiperinflación pulveriza cualquier ingreso. El aumento de precios es insostenible, pueden llegar a cambiar hasta 5 veces al día. Incluso el dólar, que es una de las monedas más fuertes en el mundo, en Venezuela también sufre el revés de la inflación. Cálculos de la firma Ecoanalítica dan cuenta de un aumento del costo de la vida de 110 a 750 dólares al mes.
La burbuja explotó. Al cierre de la jornada de ayer lunes el precio del barril de petróleo venezolano se desplomó hasta los 3 dólares, lo que hace inviable cualquier manejo del presupuesto nacional, ya deficitario e hiperdevaluado desde hace muchos años. La administración de Nicolás Maduro quebró al país, no tiene ni medio partido por la mitad.
La burbuja explotó. Ya no se salva ni Caracas. En la capital comienzan a padecer el calvario que se vive en el interior del país desde hace años. Ya se ven largas colas para surtir gasolina y muchas veces sin éxito. Los someten a racionamientos eléctricos diarios y sufren apagones constantes, el agua brilla por su ausencia y hasta la mínima transacción se hace en dólares porque bolívares no hay. El caos nos llega a todos, nadie se salva de la tragedia nacional que se profundiza con cada día que pasa. ¿Hasta cuándo aguantaremos?… ¡Boom!
Gladys Socorro
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