martes, 21 de abril de 2020

OFELIA AVELLA, METAFÍSICA DE LA COMUNIDAD

De tanto en tanto, cuando los seres humanos han visto tambalear sus seguridades, han sentido también la necesidad de reflexionar sobre lo que es el hombre y su relación con los demás. Metafísica de la comunidad es el título de un libro del filósofo Von Hildebrand.  Una filósofa que le fue cercana, en amistad e inquietudes, Edith Stein, comenta sus ideas en un artículo que ha iluminado el mío.

La época que vio desarrollar las inquietudes de este grupo de filósofos muy unidos en intenciones, estaba dominada por un relativismo, un determinismo y un naturalismo sin alma muy arraigado en los ambientes. El dolor, con su crudeza, forzó a muchos a volver el rostro a la realidad: a una que no era una mera idea, sino la vida misma. No bastó una Primera Guerra ni el desmoronamiento de los imperios, sino que a la posguerra –más dura que la guerra, según dicen-, siguió una segunda, generadora de más heridas y sufrimientos.

En contextos como estos, acaecidos tantas veces a lo largo de la historia, los seres humanos experimentan la vida como un soplo ligero, de una duración muy frágil. Todas esas estructuras e instituciones que pudieron haber parecido tan estables, pueden llegar a un fin, tras un largo proceso, ciertamente, pero al término de una era, de un período, que incluimos después en un libro de historia.

Es lógico que en momentos de desconcierto, de dolor, de guerras (como fue el caso de estos filósofos), muchos se asombren de los terribles frutos del odio y deseen, por lo mismo, ahondar en lo contrario: el amor. Cuando se advierten tantos cambios en el entorno y se ve el futuro incierto, siempre abierto, junto a la fragilidad de la vida, se empieza también a sentir hambre de estabilidad.

Es interesante que Von Hildebrand hable de una metafísica de la comunidad, así como Marcel habló de una metafísica de la esperanza. La experiencia de ambos, y de tantos otros, fue la de la necesidad de encontrar un fundamento común a todos los hombres: algo que diera una razón más profunda de nuestro coexistir en el período histórico que nos toca vivir.

La comunidad tiene su raíz en las personas concretas. La primera gran relación que debe estar bien resuelta para lograr entrar en una comunión profunda con otro es la de cada uno consigo mismo. Esta primera congruencia o desavenencia se despliega luego en las relaciones con los otros más próximos, para extenderse luego a una comunidad más amplia. Pero siempre la “actitud del otro” es acogida y “retribuida”, bien sea en la “compenetración del amor” o en la del odio.

No somos islas. Nuestra presencia entre otros, tanto como nuestra incidencia en el ambiente, impacta siempre. Además, lo fundamental es que lo que hace posible una comunidad son esas exigencias naturales en el ser humano: es la misma “estructura de la persona” lo que nos lleva a tender a la comunión con los otros.

Lo más “común” a todos es que somos seres humanos: esta es como la estructura del edificio que se quiere levantar. La intimidad de la comunión espiritual con nuestros compañeros de camino en esta vida no es siempre, por supuesto, igual de unitiva. No es lo mismo amar a un hijo, a un esposo, a una madre, que a una amiga, a un compañero de trabajo o a un desconocido. Pero si nos hacemos conscientes de que toda comunidad empieza a fundarse en esa primera relación más cercana yo-tú, ese buen espíritu de una comunión sana irradiará su amor a esos con los que compartimos nuestra historia.

Por más oculto que parezca el cambio interior, es de allí de donde nace toda apertura a la comunidad. Esa ha sido siempre la fuente de toda renovación profunda en los ambientes y en el mundo. Buscar lo común: lo más íntimamente común, eso que nos hace humanos, para hacer de nuestro entorno una verdadera comunidad.

Los momentos difíciles centran más en la realidad y obligan a ver las cosas con una mayor cercanía. Es una oportunidad con la que podemos intimar en estos tiempos.

Ofelia Avella
ofeliavella@gmail.com
@ofeliavella
@ElNacionalWeb

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