sábado, 9 de mayo de 2020

SIXTO MEDINA, LA OPOSICIÓN Y LA RECONSTRUCCIÓN DEL PAÍS

No creo, que en la historia de América del Sur, haya otro país expuesto a la decadencia en los términos en que está hoy Venezuela. Uno tras otro, ha extraviado todos sus logros. Ninguna sociedad, en tan poco tiempo, evolucionó como la suya. Ninguna, tampoco, ha caído tan rápido desde tan alto. Sus notables aciertos sociales y económicos se han esfumado.

De todos los signos de esta pavorosa involución, el de la multiplicación exponencial de la pobreza es el peor; el más vergonzoso y el más profundo. El que denuncia, con pruebas irrefutables, el fracaso de la política en la administración del país. La pobreza es, de más está decirlo, un gravísimo problema. Eso significa que no es, de ningún modo, un problema fecundo. Fecundos sólo son los problemas que plantea el desarrollo, la innovación. El crecimiento el que, al desplegarse, renueva el repertorio problemático de las naciones.

Donde la pobreza es dominante, donde ella alcanza la terrible magnitud, como ocurre en nuestro caso, no puede haber crecimiento; sólo puede haber, en todo caso, degradación, inmovilidad y estancamiento. Graves problemas, ningún problema fecundo.

En la actualidad, Venezuela no está encaminada hacia el progreso, hacia la solución del conjunto de problemas que importa resolver, los que son gravísimos y por ello mismo urgentes, y los que revisten fecundidad y piden, para irrumpir, que se salga del atraso. Desde esta perspectiva, bueno es señalar que si la oposición democrática se decide a sacar a Venezuela de donde está debe plantearse de nuevo el problema de la unidad. Sólo con la unión de todas las fuerzas políticas, sobre la base de una nueva concepción de la lucha democrática, se puede reconstruir el país y enfrentar a la autocracia que viene gobernando. Sin una oposición sólida no hay posibilidad alguna de llevar acabo las transformaciones estructurales. Esas que pueden hacer de este país una autentica nación.

Un rasgo preocupante de la situación actual es la debilidad política de la oposición. Desde que los partidos de oposición asumieron la unidad y una estrategia democrática, pasando por las instancias electorales. Utilizando todos los procesos electorales convocados por el gobierno, aun cuando se sabía que eran ventajistas, amañados y fraudulentos, no hicieron sino avanzar con una mayoría, superando algunas de las peores consecuencias de los errores cometidos en tiempos en los cuales políticas distintas a la democrática privaban en la conducción de los factores que adversan al gobierno.

En un régimen como éste, producto del cruce entre dictadura y democracia, le corresponde a los partidos democráticos luchar porque se establezcan instancias abiertas para que la oposición ocupe en cualquier momento posiciones de gobierno. Seria, contrario a la naturaleza de la política pretender que el gobierno haga por las fuerzas adversas lo que ellas no realicen por si mismas con esfuerzo y grandeza. A éstas les corresponde encontrar las respuestas y los caminos democráticos para acceder al poder.

Más allá de todo esto, el ejercicio de la política requiere un contenido programático, pero también un sentido político. Lo uno no quita lo otro, pero cada uno condiciona al otro. El sentido político supone poner el acento en los aspectos programáticos que son políticamente conducentes. El sentido pragmático pone límites a lo que puede aceptarse políticamente cuando se es flexible. El sentido pragmático bien podría llevar hoy a los distintos grupos opositores a poner el acento en los que los une- dentro de lo programáticamente aceptable para cada parte- y no en lo que los separa. Y sería, sin duda, la mejor fórmula para que la oposición encarara el futuro cercano con posibilidades de revertir su alicaída situación política.

Sixto Medina
sxmed@hotmail.com
@medinasixto 

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