jueves, 2 de julio de 2020

ANA MARÍA MATUTE, SENTIR ZULIANO

I

La promoción de médicos cirujanos de la UCV Dr. Pastor Oropeza tenía por costumbre conmemorar cada año de graduados en una ciudad diferente del país. El doctor organizaba el viaje para toda la familia. Un largo paseo por las carreteras sinuosas de entonces con cuatro muchachos y la esposa.

De Los Teques a Maracaibo hay unos cuantos kilómetros, pero es uno de los viajes que más recuerdo. Sobre todo porque mi papá trazó una ruta hermosa que nos llevó a varias regiones del país.

Aunque yo era muy pequeña, recuerdo vivamente pasar el puente a bordo del Malibú de mi papá. La familia completa se hospedó en el Hotel del Lago y, además de la fiesta de celebración con los compañeros de estudio de mi papá, salimos a recorrer las calles y a comer en un restaurancito a las orillas del estuario. Fuimos a mercados, vimos de cerca a las guajiras con sus batolas coloridas y compramos alpargatas con borlas, cintas para la cabeza y demás.

II

Inmediatamente después de graduarnos, mi mejor amiga de la universidad consiguió trabajo en Lagoven, pero en Lagunillas. Un viaje bastante largo desde Caracas.

Claudia iba a instalarse en el campo petrolero y yo me ofrecí a acompañarla. Nadie sabe el calor que hace en ese sitio. No solo las altas temperaturas sino la humedad y la presión atmosférica que hace que uno se sienta aplastado contra el pavimento.

Nos llevaron a ver el dique, porque Lagunillas está literalmente bajo el nivel del mar. Sé que los campos petroleros son heredados de los estadounidenses, pero cómo no sentirme orgullosa en aquel entonces, finales de los años ochenta, con lo que las empresas petroleras ya nacionalizadas eran capaces de mantener.

Por supuesto que hicimos otro tour por Maracaibo con templo de La Chinita incluido. Volví otras veces, incluso disfruté de una feria de la virgencita. Siempre he pensado que el zuliano, y en especial el maracucho, es inmensamente generoso, sumamente alegre, especialmente orgulloso de su terruño y muy trabajador.

III

Muy pocos saben que con el Zulia me une un lazo importante. Mi abuelo materno (margariteño) trabajó como enfermero en los barcos petroleros gringos. Perdió la vida en un accidente a bordo de uno de los cargueros y fue enterrado en Maracaibo.

Por aquellos años muchos eran los margariteños contratados para navegar hasta el centro petrolero más importante del país, y muchos formaron sus familias en el extremo más occidental de Venezuela.

Será por eso que me duele tanto lo que pasa en el Zulia. Por eso o porque, como cualquier venezolano, pienso que es injusto todo lo que han pasado estos años. De ser una de las ciudades con más futuro, Maracaibo ahora es un pueblo fantasma.

Y ahora, el covid-19 les golpea duramente sin que nadie del régimen meta la mano para ayudarlos. Están muriendo hasta los médicos que con valentía se han atrevido a denunciar la terrible realidad de la epidemia.

¿Por qué el ensañamiento en contra de una región que ha dado tanto? Es difícil de explicar. Solo pido un milagro a la Chinita para que los saque de tanto sufrimiento.

Ana María Matute
amatute@el-nacional.com
@anammatute
@ElNacionalWeb

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