jueves, 23 de febrero de 2017

CARLOS E. AGUILERA A., “LA REVOLUCIÓN PERDIDA”

INTOLERANCIA

Ernesto Cardenal, poeta, sacerdote, teólogo, escritor, traductor, escultor y político nicaragüense militó en las filas del sandinismo y por su valiente posición, directa y crítica sobre la situación de Nicaragua bajo el gobierno, desde el año 2007, de Daniel Ortega, hace pocas semanas reelecto por tercera vez, renunció tras la derrota del sandinismo en 1990, al entrar en conflicto sus ideales con las limitaciones de la revolución, así como con la jerarquía sandinista y el culto a Daniel Ortega.

En su obra “La revolución perdida”, Cardenal refleja  sus memorias personales y su testimonio sobre la revolución sandinista de su país en los años 70. Ministro de Cultura en el año 1979, es uno de los exponentes de la teología de la Liberación,  tras la renuncia a su militancia en el Frente Sandinista, se convirtió en el más acervo crítico del gobierno de Ortega desde su retorno al poder en el año 2007.

Cardenal, autor además de otros libros como “El evangelio de Solentiname”, en “La revolución perdida”, renueva el pasado para poner a la sociedad nicaragüense actual en contacto más directo con un tiempo que tiene mucho que revelarnos. Sigue siendo a sus 92 años de edad una persona recta, íntegra, dedicada a su arte y opuesto a la manipulación y tergiversación de una revolución por la que él dio lo mejor de sí. En 2009 obtuvo el Premio Iberoamericano de Poesía “Pablo Neruda”, que recibió de manos de la entonces presidenta chilena, Michelle Bachelet,  y el 15 de noviembre de 2012 en el Palacio Real de Madrid, recibe el premio de poesía dotado con 42.000 euros que lleva el nombre de Doña Sofía.

La disidencia en el cuerpo político de las tan mentadas revoluciones siempre ha sido un detonante, más aún cuando se trata de emblemáticos hombres que  lucharon por sus causas y luego se vieron defraudados por una y mil razones como recoge la historia, pues a nombre de una falsa democracia se han perpetuado en el poder hombres que se han legitimado como irreemplazables, burlando en consecuencia las aspiraciones populares. A cuenta de una falsa revolución con tilde de democracia, se han creado grupos de pillos y corrompidos que mancillan la dignidad de la gente que confió en ellos. En nuestro  sufrido país, a nombre de la tan mentada “democracia participativa”, slogan que a diario utilizan Maduro y sus huestes de corifeos, se protegen y otorgan visas a los inmorales de cuello rojo; se enaltece la soberanía de los que se creen dueños de los Ministerios, empresas del estado e instituciones del país, y se persigue y desdeña la presencia en las calles de las masas hambrientas de justicia y de comida y se ha destruido nuestra identidad  al permitir la intromisión de Cuba en los asuntos venezolanos, convirtiendo en consecuencia al país en un laboratorio infernal de experimentos de una revolución socialista, marxista y mal llamada bolivariana. En pocas palabras, en un verdadero desastre, como saltan a la vista “los logros” de este régimen, cuyo slogan es: ¡Hecho en socialismo!

La tolerancia es una virtud que tiene sus límites. Como tal, la tolerancia se basa en el respeto hacia lo otro o lo que es diferente de lo propio, y se puede manifestar como un acto de indulgencia ante algo que no se quiere no se puede impedir, o como el hecho de soportar o aguantar a alguien o algo. Ignoran, sin lugar a dudas Maduro y sus desenfrenados acólitos chavistas-maduristas, que la tolerancia es también el reconocimiento de las diferencias inherentes a la naturaleza humana, a la diversidad de culturas, religiones o maneras de ser o de actuar, y que la tolerancia es también un valor moral que implica el respeto íntegro hacia el otro, hacia sus ideas, prácticas o creencias, independientemente de que choquen o sean diferentes, por lo que es una actitud fundamental para la vida en sociedad. Es por ello que se le denomina tolerancia social.

La tolerancia es vital y con ella se evita que los pueblos duerman con pesadillas, como es el caso que vivimos millones de venezolanos, hartos de tan aciagos y desesperados momentos, pues estamos en presencia de un círculo cerrado por la manipulación del poder de quienes pretenden entronizarse en el mismo, evitando la convivencia humana en libertad, condición misma de la existencia humana. Sartré sostenía: “Los seres humanos estamos condenados a ser libres”, por lo tanto, no existe libertad si no existe justicia social, pues el ser humano no busca únicamente satisfacer sus necesidades vitales, sino que persigue su plena realización en toda la dimensión de la palabra.

Las prácticas antidemocráticas obligan a revalorizar los sectores marginados como punto de partida para un cambio social, para que haga posible acabar con lo que pareciera el síndrome de Estocolmo, pues mientras más pasamos secuestrados, más tenemos la posibilidad de desarrollar sentimientos de tolerancia y de benevolencia hacia los secuestradores, llegando al tal extremo de aceptar la insolencia, violencia, mentira, el insulto procaz, la corrupción, la mediocridad, todo lo cual violenta nuestra otrora pacífica manera de ser y vivir y de la cual siempre disfrutamos. El británico Sir Francis Bacon solía decir que “es muy difícil hacer compatibles la política y la moral”, y al mismo tiempo afirma que “todos tenemos una escala de lo despreciable, que va desde lo que nos molesta un poco, hasta lo que nos parece claramente repugnante, difícilmente soportable y nos produce asco”.

Una revolución se pierde cuando un país como el nuestro se posiciona con la mayor inflación del mundo y la crisis económica lleva a la nación a una subida de precios que finalizó el pasado año 2016 en un 500% y a pocas semanas iniciándose el nuevo año 2017 obtuvo un record que no se festeja, pues entró en hiperinflación. Los precios se duplican en Venezuela cada 17 días y la inflación superó una tasa del 50% por 30 días consecutivos.

También se pierde una revolución, cuando no se atienden las necesidades básicas de sus gobernados, cuando se humilla, ofende, agravia, insulta, denigra y expone al escarnio público a sus opositores nacionales o extranjeros, y también cuando el régimen no acepta ser culpable de la debacle que agobia a los sectores sociales, sin el menor asomo de crear estrategias que mejoren las condiciones de vida, de aquellos que menos tienen y más necesitan, a todo lo cual se suma la imperante corrupción que desborda todos los límites.

Venezuela vive una paradoja que a los ojos del mundo resulta inexplicable. Un país con abundantes riquezas hoy en deplorable estado de pobreza, abandono, inseguridad, desempleo, y  una patética crisis económica, social, política y militar jamás vista desde el nacimiento de la República, por la ineptitud, negligencia y abuso de poder, tras 17 años de desgobierno de sus actores que presumen ser socialistas, marxistas y mal llamados bolivarianos, protagonistas como reza el título del libro de Ernesto Cardenal, de “La revolución perdida”.

Carlos E. Aguilera A.
careduagui@yahoo.com
@_toquedediana
*Miembro fundador del Colegio Nacional de Periodistas (CNP.122)
Aragua - Venezuela

1 comentario:

  1. Me horrorizan los marxistas. El marxismo "practico" es una perversion

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