INTOLERANCIA
Ernesto Cardenal, poeta, sacerdote, teólogo, escritor, traductor,
escultor y político nicaragüense militó en las filas del sandinismo y por su
valiente posición, directa y crítica sobre la situación de Nicaragua bajo el
gobierno, desde el año 2007, de Daniel Ortega, hace pocas semanas reelecto por
tercera vez, renunció tras la derrota del sandinismo en 1990, al entrar en
conflicto sus ideales con las limitaciones de la revolución, así como con la
jerarquía sandinista y el culto a Daniel Ortega.
En su obra “La revolución perdida”, Cardenal refleja sus memorias personales y su testimonio sobre
la revolución sandinista de su país en los años 70. Ministro de Cultura en el
año 1979, es uno de los exponentes de la teología de la Liberación, tras la renuncia a su militancia en el Frente
Sandinista, se convirtió en el más acervo crítico del gobierno de Ortega desde
su retorno al poder en el año 2007.
Cardenal, autor además de otros libros como “El evangelio de
Solentiname”, en “La revolución perdida”, renueva el pasado para poner a la
sociedad nicaragüense actual en contacto más directo con un tiempo que tiene
mucho que revelarnos. Sigue siendo a sus 92 años de edad una persona recta,
íntegra, dedicada a su arte y opuesto a la manipulación y tergiversación de una
revolución por la que él dio lo mejor de sí. En 2009 obtuvo el Premio
Iberoamericano de Poesía “Pablo Neruda”, que recibió de manos de la entonces
presidenta chilena, Michelle Bachelet, y
el 15 de noviembre de 2012 en el Palacio Real de Madrid, recibe el premio de
poesía dotado con 42.000 euros que lleva el nombre de Doña Sofía.
La disidencia en el cuerpo político de las tan mentadas revoluciones
siempre ha sido un detonante, más aún cuando se trata de emblemáticos hombres
que lucharon por sus causas y luego se
vieron defraudados por una y mil razones como recoge la historia, pues a nombre
de una falsa democracia se han perpetuado en el poder hombres que se han
legitimado como irreemplazables, burlando en consecuencia las aspiraciones
populares. A cuenta de una falsa revolución con tilde de democracia, se han
creado grupos de pillos y corrompidos que mancillan la dignidad de la gente que
confió en ellos. En nuestro sufrido
país, a nombre de la tan mentada “democracia participativa”, slogan que a
diario utilizan Maduro y sus huestes de corifeos, se protegen y otorgan visas a
los inmorales de cuello rojo; se enaltece la soberanía de los que se creen
dueños de los Ministerios, empresas del estado e instituciones del país, y se
persigue y desdeña la presencia en las calles de las masas hambrientas de
justicia y de comida y se ha destruido nuestra identidad al permitir la intromisión de Cuba en los
asuntos venezolanos, convirtiendo en consecuencia al país en un laboratorio
infernal de experimentos de una revolución socialista, marxista y mal llamada
bolivariana. En pocas palabras, en un verdadero desastre, como saltan a la
vista “los logros” de este régimen, cuyo slogan es: ¡Hecho en socialismo!
La tolerancia es una virtud que tiene sus límites. Como tal, la
tolerancia se basa en el respeto hacia lo otro o lo que es diferente de lo
propio, y se puede manifestar como un acto de indulgencia ante algo que no se
quiere no se puede impedir, o como el hecho de soportar o aguantar a alguien o
algo. Ignoran, sin lugar a dudas Maduro y sus desenfrenados acólitos
chavistas-maduristas, que la tolerancia es también el reconocimiento de las
diferencias inherentes a la naturaleza humana, a la diversidad de culturas,
religiones o maneras de ser o de actuar, y que la tolerancia es también un
valor moral que implica el respeto íntegro hacia el otro, hacia sus ideas,
prácticas o creencias, independientemente de que choquen o sean diferentes, por
lo que es una actitud fundamental para la vida en sociedad. Es por ello que se
le denomina tolerancia social.
La tolerancia es vital y con ella se evita que los pueblos duerman con
pesadillas, como es el caso que vivimos millones de venezolanos, hartos de tan
aciagos y desesperados momentos, pues estamos en presencia de un círculo
cerrado por la manipulación del poder de quienes pretenden entronizarse en el
mismo, evitando la convivencia humana en libertad, condición misma de la
existencia humana. Sartré sostenía: “Los seres humanos estamos condenados a ser
libres”, por lo tanto, no existe libertad si no existe justicia social, pues el
ser humano no busca únicamente satisfacer sus necesidades vitales, sino que
persigue su plena realización en toda la dimensión de la palabra.
Las prácticas antidemocráticas obligan a revalorizar los sectores
marginados como punto de partida para un cambio social, para que haga posible
acabar con lo que pareciera el síndrome de Estocolmo, pues mientras más pasamos
secuestrados, más tenemos la posibilidad de desarrollar sentimientos de
tolerancia y de benevolencia hacia los secuestradores, llegando al tal extremo
de aceptar la insolencia, violencia, mentira, el insulto procaz, la corrupción,
la mediocridad, todo lo cual violenta nuestra otrora pacífica manera de ser y
vivir y de la cual siempre disfrutamos. El británico Sir Francis Bacon solía
decir que “es muy difícil hacer compatibles la política y la moral”, y al mismo
tiempo afirma que “todos tenemos una escala de lo despreciable, que va desde lo
que nos molesta un poco, hasta lo que nos parece claramente repugnante,
difícilmente soportable y nos produce asco”.
Una revolución se pierde cuando un país como el nuestro se posiciona con
la mayor inflación del mundo y la crisis económica lleva a la nación a una
subida de precios que finalizó el pasado año 2016 en un 500% y a pocas semanas
iniciándose el nuevo año 2017 obtuvo un record que no se festeja, pues entró en
hiperinflación. Los precios se duplican en Venezuela cada 17 días y la
inflación superó una tasa del 50% por 30 días consecutivos.
También se pierde una revolución, cuando no se atienden las necesidades
básicas de sus gobernados, cuando se humilla, ofende, agravia, insulta, denigra
y expone al escarnio público a sus opositores nacionales o extranjeros, y
también cuando el régimen no acepta ser culpable de la debacle que agobia a los
sectores sociales, sin el menor asomo de crear estrategias que mejoren las
condiciones de vida, de aquellos que menos tienen y más necesitan, a todo lo
cual se suma la imperante corrupción que desborda todos los límites.
Venezuela vive una paradoja que a los ojos del mundo resulta
inexplicable. Un país con abundantes riquezas hoy en deplorable estado de
pobreza, abandono, inseguridad, desempleo, y
una patética crisis económica, social, política y militar jamás vista
desde el nacimiento de la República, por la ineptitud, negligencia y abuso de
poder, tras 17 años de desgobierno de sus actores que presumen ser socialistas,
marxistas y mal llamados bolivarianos, protagonistas como reza el título del
libro de Ernesto Cardenal, de “La revolución perdida”.
Carlos E. Aguilera A.
careduagui@yahoo.com
@_toquedediana
*Miembro fundador del Colegio Nacional de Periodistas (CNP.122)
Aragua - Venezuela
careduagui@yahoo.com
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Aragua - Venezuela
Me horrorizan los marxistas. El marxismo "practico" es una perversion
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