Este preámbulo para orientar la idea de nuestra suposición, que obviamente también es valedera en el momento político, que al decir de Karl von Clausewitz en su comentada ficción estratégica, que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”; ¡aquí!, poniendo como símil el proceso electoral, nos ufanamos de dar por pedida la guerra (electoral) sin ir a la batalla, es decir, ¡sabemos que vamos a perder porque van a hacer fraude! ¿No es ésta una estúpida apreciación, que se transforma en una verdad imposible o improbable? ¡Nada se gana ni se logra, si no se promueve o acciona! Y parangonando con la teoría del azar, ¡Quien no arriesga no gana! ¡Es cierto, no pierde lo que arriesgaría, pero nunca ganaría lo que propone la oportunidad!
Los venezolanos buscamos un cambio político, que en democracia es mediante el voto, ¡que no la guerra!, pero la fuerza opositora lo ve imposible por miedo a la presunción, de que ¡será imposible contra la estrategia política del régimen!
Esa presunción dominante del posible fraude, transforma en grave peligrosidad el dilema del voto, tanto para las programadas parlamentarias, como a la llamada consulta popular, ambos actos con rango constitucional, que venidos o no a menos, parecieran puentes o piedras en el camino democrático para el esperado cambio del régimen; o cese de la usurpación como se le ha calificado desde febrero de 2019. Sin dudas, el ejercicio del voto en Venezuela se ha transformado en un dilema indescifrable, que ya desde que la Oposición democrática, sin unidad, se empecinó en asumir como protesta al desmadre partidista y la falta de acuerdos para logar el consenso, implementó y aun aúpa una desafortunada campaña abstencionista fundamentada en la presunción del fraude.
No dudamos de que hayan existido actos fraudulentos en los procesos electorales durante este largo período del “socialismo del siglo XXI”, pero debemos estar claros, que la mayor parte de las presunciones fueron el resultado, lamentable de la falta de coordinación procesal electoral en el cuido del voto y en la protección del proceso por parte de los líderes políticos de los diversos partidos en centro y mesas electorales.
También debemos convencernos, que la avalancha de votos del chavismo se debió a lo que podemos llamar “la locura chavista”, donde pareció un renacer de patria impregnado de un sórdido y estúpido militarismo, que no solo contagió a los humildes engolosinados con la brillantez del discurso de Chávez, sino que en esa malformación política, apareció el oportunismo de algunos líderes civiles y militares, que creyeron poder subir la cuesta sin importarles el resultado, sino su figuración.
Pero lo peor, ha sido la campaña que surgió para imponer como necesidad, el ¡uso de la fuerza para sacar al usurpador!, que unido a las divisiones y cambios de partidos de connotados líderes de la Oposición, catapultados además, por guerreros del teclado que en su mayoría ejercen el comando en el exterior; brotó el egoísmo que hizo surgir el grito de ¡abstención! por miedo al fraude.
No dejaremos de decirlo, el mal gobierno que tenemos se lo debemos a la caterva de incapaces que surgieron del “nuevo chavismo”, que quiso nutrirse después de los años de mando de Chávez con los forjadores del “socialismo del siglo XXI”; ese maremágnum y estúpida parodia cubana, que ha servido a muchos para apoderarse y formar su caudal de “ahorro” con los dineros del Estado, que por la gracia de Dios, tuvo el mayor auge como ningún país en la historia, conformándose así, la “claque” súpermillonaria y acaudalada con los ingresos petroleros, forjados por ¡la nueva PDVSA! en la Venezuela del ¡patria socialismo o muerte!.
Hoy, después de más de 20 años, sabemos que el gobierno en Venezuela es usurpador, porque así lo declaró la Asamblea Nacional, cuando también y en consecuencia, proclamó al ¡presidente encargado!, conforme a la Constitución y éste ha convivido en lo posible; si pudiéramos decirlo, como gobernante paralelo. Pero esa misma anti política que generó el adefesio de Chávez, volvió a surgir y se empodera del político opositor. ¡Qué! ¿Mal augurio o mala estrategia?; en verdad, ninguna de las dos. Es, ¡simplemente el pensar del necio!; ese que cree que la verdad es ajena o que ortos vendrán a recoger nuestra “postura”. Y así surgirán más y más opiniones de creyentes o incrédulos, que ¡si se vota, van a hacer fraude, porque todo está perdido!, ¡ya fue creado el Estado socialista!, y por ellos, no hay que votar. ¡Una vez más la abstención!.
¡No dudamos que todo sea preparado con ventaja y que haya la posibilidad de que el régimen vuelva a ganar el poder!; pero nos preguntamos: ¿Qué ganamos si no votamos? No es cierto que pueda declararse fraude si hay elecciones, porque con la proporción política que supera en un 80% la Oposición, si todos votamos y queda clara la diferencia en las mesas y urnas, el fraude será descubierto. ¿O es que no tenemos el ejemplo de USA?
¡Muchas presunciones son ciertas, pero no son la realidad! El resultado electoral se verá después de las elecciones, pero si no votamos, ganará la abstención que dará paso al régimen. En este caso, seguiremos con la duda sobre el fraude, pero la nueva Asamblea Nacional será legítima con los beneficiados con el voto.
Se hacen conjeturas sobre la implantación de la asamblea comunal, pero eso hay que verlo. Si se vota habrá representantes opositores que puedan cambiar ese esquema, pero si no se vota será igual, con la diferencia que aumentaremos el tiempo de la duda; y lo más grave, pensar en el arrepentimiento.
Por otra parte, la consulta refrendaría es también una acción constitucional que hay que hacerla. Hay que votar SI por las tres preguntas. ¡SI, Si y SI! ¿Creen acaso que los amantes del régimen no votarán por el No?
¡Solo con el voto masivo de la Oposición lograremos el cambio!
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