Prácticamente, todos los líderes de Europa están de plácemes, comenzando por el francés Emmanuel Macron. La señora Angela Merkel, por medio de Heiko Maas, su Ministro de Relaciones Exteriores, mostró su enorme satisfacción. Justin Trudeau (Canadá) y Scott Morrison (Australia) también. Donald Trump no le gustaba a casi nadie.
Las excepciones eran Vladimir Putin de Rusia y Boris Johnson, Primer Ministro del Reino Unido. Putin porque era su extraño compinche. Johnson, porque era la persona detrás del “Brexit”, a la que algunos llaman “el Donald Trump de Gran Bretaña”, y no por el cabello indomable, sino por la acción de la que no pocos líderes conservadores están totalmente arrepentidos, pero no pueden dar marcha atrás.
En todo caso, Johnson se apresuró a felicitar a Joe Biden por su triunfo. Fue Lord Palmerston, el Primer Ministro británico en el momento de mayor peso del imperio, a mediados del siglo XIX, quien aseguró que: “No tenemos aliados eternos y no tenemos enemigos perpetuos. Nuestros intereses son eternos y perpetuos, y nuestra obligación es vigilarlos”. A eso se dedica el señor Johnson.
En realidad, EE.UU lidera el “mundo libre” a regañadientes. Tras la guerra con España, en 1898, quedó agotado el capítulo imperialista. Las intervenciones en Centroamérica y el Caribe fueron para evitar la presencia de las potencias europeas en el traspatio de su casa. Incluso, Estados Unidos se arriesgó a pelear con Inglaterra y Alemania para impedir que las “cañoneras” europeas le cobraran las cuentas impagadas a Venezuela. Hace un par de años aparecieron los planes de ataque de Alemania a Washington.
En 1932 fue electo F. D. Roosevelt a la Casa Blanca para enfrentarse a la crisis financiera de 1929. El New Deal excluía la conducta imperial de Estados Unidos, como se refleja en la abrogación de la Enmienda Platt en 1934. Pero el 1 de septiembre de 1939 comenzó la Segunda Guerra mundial. Se inició con un artero ataque contra Polonia concertado entre Hitler y Stalin.
Algo más de dos años después, el 6 de diciembre de 1941, tras consultar con sus aliados alemanes, los japoneses atacaron Pearl Harbor. No les voy a contar la historia de la guerra, porque ustedes se la saben de memoria, pero sí de cómo EE.UU se convirtió en la cabeza del Mundo Libre.
Todo comenzó cuando el país estaba seguro de que ganaría la contienda y derrotaría a los nazis. Roosevelt estaba convencido de que tras la Primera guerra, el mundo se precipitó en la Segunda por el aislacionismo de los electores americanos, y por atar de pies y manos a Woodrow Wilson, a quien ni siquiera le refrendaron en el Congreso de Estados Unidos sus famosos 14 puntos que regularían las relaciones internacionales. Incluso, rechazaron la participación del país en la “Liga de las naciones”, que era la décima cuarta y última de las propuestas del presidente.
A principios de junio de 1944 los norteamericanos lanzaron la “Operación Overlord”. Decenas de miles de soldados, apoyados por miles de aviones de combate y barcos de guerra, cruzaron el canal y desembarcaron en Normandía. Era la mayor operación anfibia de la historia.
Tuvo éxito y Roosevelt poseyó la certeza de que la derrota de Hitler era cuestión de tiempo. En consecuencia, en julio, 730 delegados de 44 países aliados se reunieron en Bretton Woods, New Hampshire, a pactar “el sistema”.
Tanto Roosevelt como sus asesores económicos estaban persuadidos de que la Segunda Guerra mundial, entre otras razones, había sido el resultado del desorden monetario y las constantes devaluaciones de las divisas para obtener una mejor posición comercial. Ese panorama es visto hoy día de diferente manera, pero esa era la visión que entonces prevalecía.
Eso se arreglaría regresando al patrón oro y creando el “Fondo Monetario Internacional”, una institución financiera que ayudara a los países cuando tuvieran problemas de liquidez. Además, se fomentaría la creación del “Banco Mundial”, cuya principal función sería estimular el comercio internacional y la reconstrucción de las destruidas infraestructuras de cincuenta ciudades minuciosamente devastadas.
Ocho meses después de Bretton Woods, en abril de 1945, Hitler se suicidaría derrotado, rezongando que los alemanes no se merecían a un líder como él. Los japoneses resistieron un poco más, hasta agosto, cuando los norteamericanos lanzaron dos bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki.
Harry Truman no sabía a ciencia cierta la capacidad destructora de los artefactos. Roosevelt, que no pensaba morirse, ni siquiera le había contado los pormenores secretos del “Proyecto Manhattan”, nombre inocuo tras el que se ocultaba el desarrollo de las armas nucleares, teóricamente conocidas desde los años treinta.
Lanzaron una bomba, dieron un ultimatom a los japoneses, y a los tres días tuvieron que aventar la segunda. El emperador, ante la posibilidad de que le pulverizaran el país, sacó la bandera blanca y comenzó la posguerra.
El mundo al que hoy regresa Estados Unidos es al surgido de la solución de ese conflicto. Regresa a la OTAN, a la solidaridad y al multilateralismo donde USA es el “primus inter pares”. Regresa a unas fronteras más porosas en las que los extranjeros indocumentados no son enemigos, sino víctimas de las mafias o del hambre.
A mediados de 1945 Estados Unidos, con el 4% de la población mundial, tenía el 50% del PIB planetario. Hoy tiene el 22%. Magnífico. Eso no quiere decir que el país se ha empobrecido, sino que los otros se han enriquecido. La sociedad norteamericana es hoy considerablemente más rica que entonces, pero jamás los seres humanos, en toda su historia, había estado mejor.
EE.UU cuenta con 80 de las 100 mejores universidades y centros de investigación del planeta. Con las fuerzas armadas más eficientes, incluyendo los cuerpos de inteligencia. Con una divisa, el dólar, en la que se realizan el 80% de las transacciones internacionales, pese a haber abandonado el patrón oro en 1971, en la época atribulada del señor Nixon, lo que revela la confianza mundial en una economía imbatible que muy pronto superará al Covid 19.
A los 18 meses de la pandemia de 1920, pese a los 600,000 muertos de entonces, con menos de un tercio de la población actual, y a no contar con vacunas, la nación entraba en franca recuperación y en los “locos o felices años veinte”, época de brillo y gastos desmedidos (que acaso condujeron al Crash del 29).
Igual sucederá hoy con Biden y Harris. La fórmula se conoce: mercados abiertos y libres, Estado de Derecho, propiedad privada y democracia. Nos espera un mundo extraordinario de globalización, mestizaje y aceptación de las diferencias. Gozaremos, al menos, de una década espléndida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario