Esta realidad es parte de un irreversible proceso
histórico de cambio multidimensional que ha venido recibiendo el nombre de
globalización y se manifiesta en todas las facetas de la vida. Hay aspectos
positivos como la conformación de una economía planetaria, las nuevas
tecnologías, las comunicaciones; y negativos como su carácter predominantemente
económico, con pocos cambios políticos. Las fronteras nacionales van cediendo
en un tiempo caracterizado por una gran movilidad de mercancías y personas.
Emergen nuevos poderes que trascienden las estructuras estatales en un ambiente
de escaza regulación jurídica sin autoridades mundiales con poder coercitivo y
autoridades nacionales débiles y poco eficaces. Ciertamente, lo político cede
ante la economía.
El debate sobre esta temática ha ido adquiriendo
importancia y aparece en las campañas electorales de los países democráticos.
En los Estados Unidos los partidarios de Trump con frecuencia hablaron de
globalización y orden mundial.
Ante estas realidades identificamos tres posturas
básicas que denominaremos globalistas, nacionalistas y cosmopolitas.
Globalistas serían quienes pretenden mantener el statu
quo, es decir, que las actividades económicas y financieras continúen
desarrollándose planetariamente con absoluta libertad, es decir, sin regulación
alguna que las limite. La consecuencia sería el aumento del creciente poder de
empresas transnacionales que continuarían siendo más fuertes que muchos estados
y organizaciones internacionales. Se impondrían los más poderosos, los nuevos y
opacos poderes de facto, lo cual incrementaría su influencia indebida, su
abuso.
Nacionalistas denominaríamos a quienes afrontan la
realidad pretendiendo volver al pasado, al mundo conformado a partir de la Paz
de Westfalia de 1648 que marcó la existencia del monárquico Estado nacional
moderno. Conceptos como la soberanía, no injerencia e igualdad de los estados
sustentarían su independencia frente a los poderes supranacionales. Proponen
aislacionismo, proteccionismo y prácticas no exentas de xenofobia.
Cosmopolitas llamamos a quienes proponen una
democratización global fundada en el bien común universal, el cual deberá
prevalecer sobre los intereses particulares de estados y empresas. Exigen
autoridades mundiales con poderes coercitivos en diversas materias, así como la
promoción de la integración de los estados en unidades políticas democráticas
más amplias.
Este proceso democratizador multicolor y heterogéneo
supone la globalización de los derechos humanos. Será necesario asumir la
autonomía de los pueblos, su derecho a la democracia y flexibilizar o mejor aún
desechar conceptos como la soberanía que no se corresponden con las nuevas
realidades y distorsionan la democracia y el estado de derecho.
Consideramos necesario establecer un nuevo orden
global y una estructura democrática pluralista para gobernar el mundo cuidando,
como aconsejaba Maritain, no reproducir a escala planetaria las estructuras,
defectos y perversiones del Estado nacional que es necesario ir corrigiendo
simultáneamente. En tal sentido será fundamental un gobierno de tipo
subsidiario articulado en múltiples niveles que colaboren recíprocamente e
impidan una monocracia global. En definitiva, se trata de ser ciudadanos del
mundo sin renunciar a la patria asumiendo en el plano mundial una vieja tarea:
someter el poder al derecho y rehabilitar la política subordinándola a la
ética.
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