Paradojas, las llaman los filósofos de la ciencia. El
caso de la “parajoja del mentiroso” es emblemática: la oración “Esta oración es
falsa”, dado el principio del “tercero excluido”, es, por un lado, verdadera y,
por el otro, falsa. Si es verdadera, lo que dice la oración es falso. Pero la
oración afirma que ella misma es falsa, por lo cual no es verdadera. Ahora, si
la oración es falsa, lo que afirma debe ser falso, pero esto implica que es
falso que ella misma sea falsa, lo cual la hace verdadera, contradiciendo la
afirmación anterior. En fin, no es posible asignarle a esta paradoja un “valor
de verdad” absoluta.
El caso es que de antinomias parece estar plagada la
margarita del “me quiere o no me quiere” del amplio espectro del arcoiris de
los sectores que se enfrentan (Gegen), de un modo o de otro, al gansterato que
usurpa el poder en Venezuela. “Oposición”, se autodenominan. Como si las
palabras carecieran de contenido. Como si se pudiese establecer una relación de
oposición –de correlatividad– entre términos no solo distintos sino
recíprocamente incompatibles. Opuestos son “derecha e izquierda”, “arriba y
abajo”, “padre e hijo”. Y son llamados términos opuestos correlativos porque no
existe posibilidad de la existencia del uno sin la del otro. Entre ellos no
puede no haber complementariedad. Ahora, ¿es posible que “criminal” o “gánster”
sea el término opuesto correlativo al de los sectores políticos que aspiran a
establecer un régimen político democrático? ¿Existirá correlatividad entre un
narcotraficante y un dirigente político? ¿Se podrá llamar “izquierda” a un
cartel criminal y autoconcebirse como la “derecha” política que se le opone?
¿Se puede afirmar que toda la autodenominada “oposición” política venezolana es
de “derecha”?
Como podrá observarse, la confusión es grande. Y la
presuposición de “conceptos” pareciera hallarse sobresaturada. La palabra
“claro”, por cierto, se ha convertido en la muletilla predilecta de una
dirigencia política que, cual Selección Vinotinto, sube y baja la cancha una y
otra vez en busca del anhelado “gol de la dignidad”, frente a la apabullante
goleada de un grupo de malhechores que, mientras saquea lo que queda de país,
finge jugar con ellos, los atracan, los golpean, les sacan toda clase de
“tarjetas” y los expulsan de la cancha (los meten presos), los amenazan con sus
pistolas y metralletas, los apuñalan y los asesinan. “Estamos muy claros”, afirma
con el mayor convencimiento, y bajo la forma del estribillo, la cada vez más
inasible dirigencia “opositora”, que no logra percatarse de que “el partido”
que se imagina estar “jugando” se convirtió, hace ya mucho tiempo, en un juego
de policías y ladrones, pero invertido.
En un reciente artículo de opinión, María Corina Machado advertía enfáticamente que “un gobierno de transición con parte de las mafias no es una fórmula para sacar a los criminales del poder, sino para redistribuir el poder entre los criminales”. Es esta una advertencia de cuidado, porque, a menos de que falle la consistencia lógica de la antinomia, la única forma de ser efectivamente el término opuesto del gansterato es formando parte –así sea en plano negativo– de la gansterilidad. O para decirlo en buen criollo, quien anda con lobos. no maúlla precisamente: aprende a aullar. No han faltado en los últimos días los argumentos –y cabe advertir que el uso indiscriminado del término “narrativa” ya apesta– en defensa de la participación en los comicios para gobernaciones y alcaldías convocadas por el régimen: “no se pueden abandonar los espacios”, se afirma. “Hay que recuperar la institucionalidad”. “Los demócratas tienen que defender el voto votando”, etc. En el fondo, la premisa mayor encierra una acusación más o menos directa contra el llamado abstencionismo.
Solo que, paradójicamente, se puede también
afirmar lo contrario: “El voto no se defiende votando según las normas
establecidas por el gansterato, sino exigiendo reglas efectivamente
democráticas”. Como ha afirmado Andrés Velázquez: “Después de 22 años de
trampas, de horror, destrucción total, miseria y dictadura, no estamos para
cuentos infantiles. Pelear por condiciones electorales libres, justas,
transparentes y verificables no es un capricho ni es abstencionismo, es lo que
nos corresponde hacer a los demócratas”.
La antinomia pareciera traspasar el discurso de
quienes ejercen la política propiamente dicha en contra (Gegen) de la
no-política, es decir, de esa representación de cualquier otra cosa posible
menos que de la política. Y no pocas veces, en nombre de la inteligencia,
pareciera haber llegado el momento de poner más atención a la actividad de
pensar lo que se hace y de decir lo que se piensa que a la repetición de frases
huecas y sin contexto, tan afanosamente recomendadas por los llamados
“técnicos”, “expertos” y “especialistas” –fieles representantes de la paradoja
del mentiroso–, quienes parecen haber perdido la brújula por el camino de las
abstracciones o -habrá que sospecharlo- de sus propios intereses. Detrás del
abstencionismo parece hallarse la respuesta a la participación. Detrás de la
participación parece hallarse la respuesta al abstencionismo. Lo otro no es
solo lo otro. Es, en sustancia, lo sí mismo. No es la esperanza sino la
desesperanza lo que logra concretar los anhelos de la esperanza. Fichte
–maestro de la negatividad– sigue siendo un valioso pensador para poder
comprender la dureza del desgarramiento del presente.
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