La
ciudadanía es fundamentalmente expresión del concepto de política. Aunque
también la ciudadanía refiere otros ámbitos del conocimiento universal. Pero
también, actitudes que comprometen valores morales y éticos. Más, aquellos que
exaltan la honestidad, solidaridad, tolerancia, respeto, responsabilidad,
amistad, comunicación, reciprocidad, unificación, equidad, generosidad,
justicia, ecuanimidad y participación, básicamente.
Debe
advertirse que esto no es fácil de comprender en toda su magnitud cognitiva.
Tampoco, en lo que su praxis concibe. Hablar de ciudadanía, y de construcción
de ciudadanía, se convierte en un problema que difícilmente se supera en la
edad adulta. Son múltiples las variables que en lo social, política y
culturalmente, encierra el concepto de ciudadanía. Sobre todo, su ejercicio.
Cuando la
persona alcanza la adultez, la construcción de ciudadanía se complica. No sólo
porque para entonces, encauzar una conducta distinta de la que se disfruta en
la zona de confort que para dicha edad tiende a disfrutarse, es un proceso
bastante intrincado. Porque dicho espacio de placidez está supeditado a
patrones de vida muchas veces manejados desde el egoísmo, la arbitrariedad, la
ironía, la prepotencia y la aversión. O también, desde la posición social, el
nivel económico o la postura política a la que sigue. Razones éstas que
dificultan estimular en el adulto, un sentido de ciudadanía que concilie
valores morales y criterios políticos.
Pudiera
pensarse en sembrar ciudadanía de alguna forma posible y viable.
Particularmente, desde la óptica de la política. Aunque algo difícil, no es
óbice para repeler tal idea. Aunque se ha demostrado que la ciudadanía se
construye preferentemente en la escuela. En escuelas abiertas. Regidas por el
principio: “valores y modales antes que conocimiento”. No obstante, la
ciudadanía se cimienta en el hogar. Aún así, cabría la posibilidad de inducirla
por otra vía y ante otro momento. Y es a lo que esta disertación apunta.
Precisamente,
en aras de reducir la brecha entre la resistencia del adulto a adoptar posturas
de ciudadanía, y la terquedad propia de actitudes incompatibles con lo que
compromete el sentido de ciudadanía, podría ensayarse algún método.
Podría
pensarse en una metodología de razón sociopolítica. La misma podría comenzar
advirtiendo el rechazo que, por naturaleza humana, condiciona una cierta
actitud personal alineada con una conducta marcadamente anti-cívica. Conducta
ésta, apartada de normas preparadas para actuar en consonancia con todo lo que
construye ciudadanía. O sea, en la línea de adquirir un mínimo pero necesario
conocimiento, de conceptos tales como política, sociedad, gobernabilidad,
ideología, desarrollo, historia, derechos humanos y valores morales y
políticos. Esto innegablemente, sumado al concepto de urbanidad.
La
metodología considerada, se pasea por los siguientes momentos de análisis: 1)
Momento de reflexión o de deliberación del propósito perseguido. 2) Momento de
recuperación, tiempo ocupado para ajustar la idea a las circunstancias
reinantes. 3) Momento de reconstrucción, dedicado a elaborar propuestas
relacionadas con la propuesta en curso. 4) Momento de enriquecimiento
teórico-instrumental dirigido a delinear las propuestas discutidas en la fase
anterior.
La
intención de afianzar el ejercicio de ciudadanía apoyado en la praxis política,
apuntaría a la idealización de un “país posible”. O de una “realidad
armonizada”. Los participantes estarán
asistiendo a un acto en el que el imaginario individual, habrá de jugar con la
posibilidad de construir el andamiaje necesario sobre el cual habrán de
erigirse factores, razones, recursos, hechos y proyectos relacionados con la
ciudadanía. Asimismo, se examinarán instituciones, organizaciones y sociedades
dispuestas a relacionarse con propuestas debatidas dirigidas a construir
ciudadanía.
Este
proceso de enseñanza-aprendizaje, incitado por la necesidad de pautar una
metodología que tienda a afianzar la
construcción de ciudadanía desde el ejercicio de la política, está conducido
por un factor común denominador. Es el manejo teorético y práctico de
ciudadanía apoyado por la práctica política. Esto deberá sumar razones en lo concerniente al concepto
de ciudadano. No sólo en cuanto a sus implicaciones. Igualmente, en cuanto a
que advertiría el déficit de ciudadanía que pesa sobre la responsabilidad del
ciudadano. Especialmente, en términos del desempeño cívico que corresponde a su
haber y entender.
De ahí la
necesidad de plantear esta propuesta desde la óptica de la política. No sólo
para comprender que la ciudadanía detenta una condición política. Sino también,
para reconocer que la política constituye al terreno desde el cual el hombre le
imprime fuerza a sus decisiones. O sea, es el recinto en el que descansan las
razones que justifican la conducta ciudadana ante cualquier coyuntura o
situación. Indistintamente de si la misma es causante de equivocaciones o
aciertos.
El problema
de actuar al margen de un comportamiento ciudadano, se suscita cuando cualquier
actitud afecta a otro. Y dado que el ser humano vive en sociedad, no debe
obviarse el riesgo que implica tomar decisiones propias que perturben a otros.
Y es ahí donde la ciudadanía tiende a fracturarse como concepto y razón de
convivencia. La pluralidad se fractura por la ausencia de tolerancia.
Es justo el
momento en el que el egoísmo se apropia de la coyuntura social y política. Es
situar la realidad en el límite exacto entre la anomia, la barbarie y la
civilidad.
La
intención suscrita en estas líneas, es proponer un modelo alfabetizador que
despierte la necesidad y el interés, condición política ésta, de
“ciudadanizar”a cuantos hombres y mujeres sean posible. Así, con la mayor
modestia, estas ideas podrían actuar como razón para construir ciudadanía. De
tal modo de formar un ciudadano en todas sus potencialidades cívicas. Es la
intención de motivar la ciudadanía desde la política.
Antonio
José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
Venezuela
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