El pulso
que en 2019 pareció convocar el ímpetu de dos toros equivalentes en peso y
enjundia, ensartados por los cuernos al punto de inhibir todo movimiento del
otro, acabó zanjándose -lo pronostica García Linera- a favor de una de las
fuerzas. Sí: la irresolución de la parálisis puede “durar semanas, meses, años;
pero llega un momento en que tiene que producirse un desempate, una salida”. En
vuelco trágico, la apuesta de la oposición acabó desmantelada por la arremetida
del bloque que hoy, como entonces, detenta el poder fáctico.
De modo que
la situación de asimetría propia de la relación con regímenes autoritarios
-matizada por la dramática alineación del apoyo internacional y la expectativa
en torno al mantra de los tres pasos- volvió no sólo a hacerse patente. También
la escalada, sin suficientes puntos de soportes hacia lo interno, suscitó la
avalancha suicida. Subestimando amenazas y debilidades de base, se avanzó hacia
una etapa signada por la necesidad de tener el control total de la situación,
dando pasos temerarios hacia la “zona de dolor”. En ese punto, dicen expertos
como Friedrich Glasl, lo previsible es que quien tenga los medios los use para
aplastar al rival. Así ocurrió. El resultado ha sido este erial, la tierra
arrasada tras el barrunto de guerra. Una dirigencia anémica, descuadernada, sin
ideas nuevas o poder de convocatoria, y un país copado por el chavismo.
El
desequilibrio en la correlación de fuerzas, insistimos, no es condición
inédita, pero habrá que admitir que los errores de cálculo la agudizaron. Los
espejismos del costo/beneficio proyectado al margen de fortalezas nítidas y sin
considerar aliños caprichosos como la pandemia, por ejemplo, truecan en
bitácoras feroces. Ahora, con muchos menos bártulos que antes y acuciados por
los mordiscos de la emergencia sanitaria, toca hacerse las preguntas que antes
se esquivaron: ¿cómo transformar la tensión entre necesidad y contingencia para
alcanzar bien común, para generar avance y no sólo “fortuitos” retrocesos?
En términos
de acceso a ese poder-hacer, esa capacidad para introducir novedad en una
dinámica restrictiva, mucho se insiste en la reconstrucción de vínculos entre
liderazgo y sociedad: una sintonía que hoy naufraga en los fangos de la
desafección política. La crisis de representación, tan tóxica en sistemas
abiertos y competitivos, encaja golpes certeros a las oposiciones a gobiernos
autocráticos. No sólo porque socava oportunidades de articulación democrática,
sino porque conspira contra la amplificación de la potencia-acto individual.
Penosamente los partidos, privados de su facultad de incidencia, dejan de ser
instituciones efectivas para la agregación de intereses justo en momento en que
la desconfianza aprieta y el miedo a la enfermedad gana espesor. Llevará tiempo
atender ese boquete, sin duda. Entretanto, el riesgo es que cierto fatalismo
asociado a la impotencia lleve a creer que la solución ya no está en manos de
los políticos; que una puja de orden moral, una lucha de bien contra el mal
anularía toda posibilidad de humanizar el conflicto y transformarlo.
El
agravamiento de la pandemia, no obstante, redefine las urgencias. Nos mete en
un contexto donde la desconexión, la evasión o la intermitencia se traducen en
pérdida de vidas. Uno que exige poner al ser humano en el centro de la decisión
política. Desviarse de ese enfoque o revivir el vértigo de la escalada del
conflicto, por tanto, no parece oportuno, prudente ni ético. La certeza de la
asimetría no repiquetea en balde; más cuando el apremio por retener el poder,
asegurar estabilidad y lidiar con la exigencia de aperturas podría estar
perfilando un escenario inusual para quienes gobiernan.
En tal
sentido, el debate en torno a la adquisición de vacunas nos planta en campo
minado. Lejos de sacar a la política de la ecuación, se trata de radicalizar la
dimensión relacional, presionar hábilmente para reorientar las movidas de
trapaceros, no menos racionales jugadores. Si la respuesta es la bravuconada,
si a la solución se opone el efugio populista, el desafío es elevar los costos
de tal decisión, apelar al criterio del experto, no pagar con inanes
provocaciones. Un objetivo sería estrujar la ventaja de la que se dispone para
incidir en el destrabamiento, para vincular la acción al compromiso
ético-político. Mirada estratégica que luce vital cuando los recursos son tan
exiguos y la intransigencia es lujo que no nos podemos dar.
Mibelis Acevedo D.
mibelis@hotmail.com
@Mibelis
@ElUniversal
Venezuela
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