Desde que
tenemos memoria Cuba no ha sido otra cosa que un país parásito. A nadie es
necesario relatarle lo que ha sido protuberante. La isla del Caribe fue un
gorrón de la Unión Soviética y durante las dos últimas décadas se ha amamantado
del chavismo venezolano. No es la definitiva salida de los Castro del poder lo
que determinará su regreso a la sindéresis política y sobre todo al tino
económico. Para usar las acertadas y cortas palabras del diario español La
Razón, al dimitir Raúl Castro en los días pasados ha legado el poder y la
conducción del país “a una nueva hornada de burócratas que tendrá que hacer
frente al colapso de la economía y las demandas de apertura”.
Todavía el
descalabro económico venezolano no ha dejado al régimen cubano a la intemperie,
pero el desastroso manejo de la Revolución Bolivarianas de las capacidades y
potencialidades de un país que dejó indefectiblemente de ser rico, alcanzará a
Cuba de manera dramática y desde hace un tiempo ya, ha planteado a La Habana la
imperiosa necesidad de transformarse.
La
liberalización viene ocurriendo desde que se atisbó en la capital que la ruina
sería la triste suerte de la isla y de sus 11 millones de bocas. Así fue como
se inició desde la Jefatura del Consejo de Ministros de Miguel Diaz-Canel un
lento pero irreversible viraje. La eliminación de la dualidad cambiaria, que
aun trastabillea en su puesta en marcha, fue la primera pieza del acercamiento
a la ortodoxia. Era acuciante la necesidad de transformar su política cambiaria
pero su ejecución ha sido un campo minado. La resultante es un peso cubano
ahora casi sin valor y una inflación que galopa.
El
reconocimiento de ciertas formas de propiedad privada y la aceptación de
iniciativas privadas en una serie actividades profesionales han sido otras
vertientes de apertura que tampoco terminan de tomar forma, pero que ya han
sido instituidas. El delfín seleccionado por los Castro ha tenido que echar
mano de mucho más tacto y destrezas en el cabildeo para llegar a acuerdos con
la élite gobernante, pero se cae de su propio peso el hecho de que si no se
produce en Cuba una transformación de envergadura en el manejo de los asuntos
económicos dentro del mundo post covid que está surgiendo, el colapso total del
país cubano está a la vuelta de la esquina y el hambre rampante seguirá
cosechando enemigos para el gobierno central. Fue así como también hace escasos
días se anunciaron 63 medidas de una nueva política agropecuaria que
representará un giro de 180 grados en la aceptación de los derechos de los
productores pero también una estocada mortal al exceso de centralismo, control
y burocracia.
Asi pues,
los cambios en Cuba los está produciendo la fuerza de la circunstancia sin que
se vislumbre una nación capaz ni interesada en tomar la responsabilidad que asumieron
la Unión Soviética y Venezuela. No es la China pragmática de hoy, quien con
frentes abiertos en los cuatro puntos cardinales, se jugará el resto frente a
los Estados Unidos para tratar de salvar a la economía insular. Washington será
más bien quien ponga sus alfiles para ir cediendo en sus sanciones en la medida
en que apuntala la actual apertura en ciernes. Y la presión norteamericana
producirá, además, una aceleración de las exigencias del mundo por libertades y
por modernización
No faltará
quien afirme que la fortaleza cubana reside en lo político y en la moderna
gravitación planetaria del comunismo y de los socialismos radicales. Lejos de
ello, en los años recientes Cuba dejó de ser un destino turístico político para
esas izquierdas trasnochadas que volaban al Caribe buscando el prometido Dorado
que nunca fue.
Beatriz
De Majo
bdemajo@gmail.com
@BeatrizdeMajo1
Venezuela – España
bdemajo@gmail.com
@BeatrizdeMajo1
Venezuela – España
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