La
industria de la moda es una de las más lucrativas a nivel mundial. Tiene un
valor semejante al PIB de Francia y emplea a más de 300 millones personas en el
mundo. Sin embargo, la moda rápida o fast fashion es la segunda industria más
contaminante del mundo y el Banco Mundial y la Alianza de la Moda estiman que
contribuye cada año con entre 8% y 10% de la emisión de gases de efecto
invernadero globales.
Los costos
de producción se han reducido con la producción masiva. Sin embargo, existen
otros costos menos evidentes como las externalidades negativas asociadas a
impactos ambientales como el uso de recursos naturales, contaminación y
contribución al cambio climático.
El coste
ambiental de la industria de la moda
Además de
ser un trabajo intensivo, este sector requiere de grandes cantidades de energía
para poder producir. Esto ahonda la problemática del cambio climático y las
consecuencias asociadas al aumento de eventos climáticos extremos que
repercuten en todos los sectores de la economía.
Desde el
inicio de la cadena productiva, cantidades significativas de petróleo son
necesarias para la elaboración de materias primas de la industria textil como
las fibras sintéticas, materiales como el poliéster y el acrílico que por sus
características son altamente demandadas.
La
Fundación Ellen McArthur calcula que se requieren 342 millones de barriles de
petróleo al año para la fabricación de fibras sintéticas, que resultan ser un
tipo de plástico. Este tipo de fibras tienen una alta demanda por sus
características de resistencia, durabilidad, elasticidad e impermeabilidad. Sin
embargo, esa misma durabilidad de las prendas no permite su fácil
desintegración una vez desechada en los rellenos sanitarios de los países.
De acuerdo
con la Fundación Ellen McArthur, más de seis de cada diez prendas tiene como
materia prima textiles de origen fósil. También se estima que 35% del total de
microplásticos que terminan en el mar provienen de ropa y textiles sintéticos.
Además de
ser una industria intensiva en el uso de energía, también lo es en el uso de
agua. De acuerdo con el periódico The Guardian, 1,5 trillones de litros son
requeridos anualmente por la industria de la moda porque confeccionar unos
simples vaqueros requiere de aproximadamente 7.500 litros.
Además,
según un estudio de la Universidad de California, las prendas de materiales
sintéticos desprenden en promedio 1,7 gramos de microfibra en cada lavada, que
termina volcado a las fuentes de agua.
La
fabricación de prendas de vestir ocurre en países en desarrollo donde las condiciones
laborales son más flexibles, hay mejores condiciones económicas para las
empresas y las regulaciones son más débiles. Si bien parte de las economías de
la India, China y Bangladesh dependen del sector textil, también es una
industria relevante para algunos países de América Latina.
La
industria en América Latina
La
industria textil fue una de las pioneras en el proceso de industrialización de
Brasil y el país es actualmente una referencia mundial en el diseño de trajes
de baño, jeanswear y homewear entre otras piezas. Este sector es el segundo
mayor empleador de la industria manufacturera y genera alrededor de millón y
medio de empleos directos y casi 8 millones indirectos en más de 33.000
empresas de todo el país.
En México,
por otro lado, la industria textil y de la confección empleó 640.000 personas
en 2018 y el sector ocupa la décima posición entre las actividades económicas
manufactureras más importantes de país. Con casi la totalidad de las prendas
exportadas a Estados Unidos, el desarrollo de esta industria se debe a las
malas condiciones laborales y la nula protección ambiental.
Si bien el
sector representa buena parte de los ingresos de los países en desarrollo, su
reinvención es vital para el planeta y sus habitantes. Por un lado, para mejorar
las condiciones laborales de los trabajadores textiles y por otro, para
desarrollar una producción más limpia con prácticas sostenibles a lo largo de
su cadena de producción que internalicen los impactos en el planeta.
Para ello,
es fundamental fortalecer la institucionalidad de los países en desarrollo para
mejorar las condiciones laborales de los empleados del sector y para el
desarrollo normativo y de control que garantice el cuidado y protección del
medio ambiente. Y desde los consumidores, es fundamental que seamos más
conscientes de los modos de consumo y uso de las prendas que utilizamos a
diario.
Tener
conciencia global sí está de moda, así como revisar los patrones de consumo y
producción para hacerlos más sostenibles. Hay que pensar en una economía
circular de la moda y para ello es clave tomar medidas que involucren al sector
para que realmente se minimicen los impactos ambientales presentes y futuros.
Daniela
Delgado es economista. Docente de Economía en la Univ. de las Américas – UDLA
(Ecuador), Directora del Observatorio de Energía y Minas de la UDLA. Candidata
a doctora en el Programa de Estado de Derecho y Gobernanza Global de la
Universidad de Salamanca.
Daniela
Carrión es economista y gestora de proyectos financiados por el Fondo Mundial
para el Medio Ambiente en Latinoamérica. Master en Relaciones Internacionales
de la Universidad Andina Simón Bolívar, Ecuador, y en Ambiente y Desarrollo, en
The London School of Economics and Political Science, Reino Unido.
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