Este
nuevo cuadro había sido anticipado por los especialistas. La apertura insensata
que hubo durante los carnavales llevó a la Academia de Medicina, a inmunólogos
y otros especialistas a señalar que semejante insensatez no pasaría impune, y
que las consecuencias se verían pronto. La predicción se cumplió. Los casos de
infección y las muertes se dispararon. Además de ese descuido, otros factores
operan en el origen de la escalada: el hambre crónica y la desnutrición
generalizada; el costo de las mascarillas, que le impide a la gente cambiar de
barbijo con la frecuencia requerida; la falta de agua y jabón antibacterial,
que imposibilita mantener el estricto aseo recomendado para prevenir la
enfermedad, la necesidad de trabajar, movilizarse y exponerse. En una nación
arruinada como la Venezuela de Nicolás Maduro, con un servicio de salud pública
en escombros, resulta imposible impedir
que el virus se propague y produzca el alto número de muertes que, según todos
los indicios, están ocurriendo en gran parte del territorio nacional.
Por
increíble que parezca, la escalada de la Covid-19 tomó al régimen inerme. No
bastaron los llamados de alerta de los médicos e institutos que han seguido la
evolución de la pandemia. Las salas de
terapia intensiva de los centros de salud pública, luego de más de un año de
haberse introducido el virus en Venezuela, no han aumentado al ritmo de la
demanda, ni han sido dotados de los equipos necesarios. Carecen hasta de
oxígeno. El gobierno no ha anunciado oficialmente ningún plan de vacunación, ni
siquiera preliminar y tentativo. Ningún ciudadano normal vislumbra en el
horizonte cercano cuándo podrá inocularse. A Fedecamaras, que anunció un
ambicioso plan para adquirir millones de vacunas que se colocarían de forma
gratuita, se le niegan los permisos sanitarios y se le levantan obstáculos
incomprensibles en las actuales condiciones de emergencia nacional. Maduro
rechazó la aplicación de la vacuna Oxford-AstraZeneca, que llegaría al país a
través del mecanismo Covax de la OPS, porque los recursos financieros serían
proporcionados por el equipo dirigido por Juan Guaidó. La desidia se ha
combinado con la crueldad y el revanchismo político, para crear un coctel
explosivo en el que los únicos perjudicados son los venezolanos humildes.
Los
miembros de la nomenclatura madurista, incluidos los militares, no se han visto
afectados por su propia negligencia. Ellos no pagan las consecuencias de su
indolencia. El costo es igual a cero. Nicolás Maduro y su entorno más cercano
ya de vacunaron. A diferencia, por ejemplo, de Ángela Merkel quien no se ha
inoculado porque aún no le ha llegado su
turno. La jefa del gobierno de la nación más poderosa de Europa tiene el
pudor de aparecer como una ciudadana más, en unas circunstancias en las cuales
los gobernantes no deben utilizar el poder para conseguir privilegios indebidos. Perdonen la
comparación.
Lo
más sensato sería que el gobierno aceptase un acuerdo con Juan Guaidó y la
oposición reconocida por casi sesenta países democráticos del mundo, para que
entre ambos sectores se aligere la compra de vacunas y defina de común acuerdo
un programa para su distribución y aplicación.
La iniciativa de Fedecamaras está allí. Los empresarios no han
renunciado a materializarla. Solo habría que destrabar el mecanismo para que lo
más pronto posible las dosis de la vacuna -cualquiera de las aceptadas por la
OMS y la OPS- comiencen a llegar a Venezuela y a ser suministradas.
Un
gobierno responsable enfrentaría una situación de emergencia como la que vive
Venezuela, utilizando todos los recursos a su alcance. Nos corresponde
presionar a Maduro para que la negociación y los compromisos se logren. Ante el
crecimiento de la pandemia, los venezolanos necesitan algo más que rezarle al
Nazareno de San Pablo en Semana Santa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario