Primero se impone “la revelación”
propia del periodismo norteamericano. Mi nieta Paola Ramos estuvo muy cerca de
Joe Biden. Tiene y me ha transmitido una gran opinión del Presidente y de su
esposa. No sólo como jefes, sino como personas. “Son, me dijo, una pareja
decente y admirable”. Declinó, sin embargo, continuar trabajando con ellos.
Prefirió los medios de comunicación, como sus padres Jorge Ramos y Gina
Montaner (separados, pero en los mejores términos posibles). Como su abuelo.
En todo caso, es importante conocer
personalmente a los principales adversarios y aliados. Comencemos por los
aliados de la OTAN, tan castigados como incomprendidos por Donald Trump. Cuando
Biden ganó las elecciones, uno de los primeros mensajes de felicitación fue un
twitter de Ana Hidalgo, alcaldesa de París nacida y criada en España, en la que
le daba la bienvenida a un mundillo del cual Estados Unidos no se debía retirar
voluntariamente. Es verdad que ese momento llegará algún día, pero todavía no
es hora. Durante los cuatro años previos, la cabeza del mundo libre dejó de
funcionar. Trump había suscrito la retórica antiglobalización de Steve Bannon,
sin advertir cuánto daño le hacía a Estados Unido alejarse de las líneas
maestras que surgieron del fin de la Segunda Guerra mundial.
Estimular la separación del Reino
Unido de la Unión Europea fue un error. Pelear con Emmanuel Macron, Presidente
de Francia, por el rol de su país en la Primera y Segunda Guerras
mundiales, y con Mette Frederiksen, Primer
Ministro del Reino de Dinamarca, por no venderle Groenlandia, fue una colosal
estupidez. Como lo fue, literalmente, empujar a Dusko Marcovic, Primer Ministro
de Montenegro, por apresurarse a hacerse la foto con sus “colegas” de la OTAN,
quienes sabían que el “bully” por excelencia los detestaba.
Sigamos con los adversarios.
¿Sirvió para algo la reunión de Vladimir Putin y Joe Biden? Para poca cosa.
Acaso para que Putin confirmara que Biden no es un anciano perdido en las
tinieblas del Alzheimer, y para que Biden aceptara que Putin, además de ser un
“asesino”, como le llamó hace pocas fechas, es un hombre inteligente y astuto.
Dos “hallazgos” para los que no hacía falta viajar hasta Suiza. Los perfiles
psicológicos que trazan los expertos de los servicios de inteligencia en este
tipo de retrato robot seguramente lo afirman.
Fue curioso que Biden le entregara
a Putin una lista de 16 campos en los que no podía haber “cyber ataques”.
¿Quería eso decir que cualquier terreno ajeno a esos blancos inatacables podían
ser víctimas de los “hackers” cuasi oficiales rusos? ¿O sería para estudiar la
reacción de Putin? Si aceptaba la lista y la respetaba era una prueba
contundente de la complicidad entre el Kremlin y las bandas de maleantes,
seguramente al servicio de Putin. Como la aceptó, el presidente Putin confirmó
la casi segura convicción por parte de Estados Unidos: detrás de los ataques
cibernéticos, es cierto, estaban los hackers, pero tras ellos, manejando los
hilos, estaban los servicios rusos.
Realmente, me conmovió el respaldo
dado por Biden a Alexai Navalny. (En
alguna medida fue similar a la solidaridad de George W. Bush con los disidentes
cubanos). Llegó a decirle a Putin que podía esperar unas “consecuencias
devastadoras” si Navalny es asesinado en la cárcel. No explicó por qué serían
“devastadoras”, pero probablemente se trate de una respuesta colegiada, dentro
de la OTAN, que incluya una ruptura de los lazos comerciales con Moscú, aunque
difícilmente Alemania deje de adquirir el combustible que necesita para
alimentar los hogares y las enormes instalaciones industriales. ¿Puede ser una
represalia cibernética? En todo caso, los servicios rusos se estarán planteando
lo mismo. A Ike Eisenhower le fue muy rentable blandir la espada y dejarla en
alto durante los ocho años de su mandato sin aclarar nunca lo que se proponía
hacer.
Me dejó intrigado cómo, en cuatro
horas de conversación, no se tocó el tema de las andanzas de Moscú en el
traspatio norteamericano, en Venezuela y en Cuba. Parece que los servicios de
inteligencia gringos han dado con la pista que conduce a Rusia a propósito de
las agresiones acústicas a diplomáticos y personas de la comunidad de
inteligencia, tanto estadounidenses como canadienses. La fuente, por lo visto,
es el entorno de Alejandro Castro Espín, la persona a que su padre, Raúl
Castro, le entregó las relaciones con Estados Unidos durante el gobierno de
Barack Obama. Cosas veredes, Mío Cid.
Carlos Alberto Montaner
montaner.ca@gmail.com
@CarlosAMontaner
Cuba- Estados Unidos-España
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