A partir de esa fecha fue asumiendo el control de todas
las instituciones del Estado. Se entronizó en la Asamblea Nacional, tomó el Poder Judicial, ha ido cercando a los
medios de comunicación independientes y acorralando a la oposición. En el plano
económico, él y su esposa, la vicepresidenta
Rosario Murillo -a quienes muchos entendidos en la materia consideran el
verdadero centro de poder, la lady Macbeth del país- crearon su propia burguesía. El nepotismo de los Ortega Murillo se
extiende por toda la economía. La red va desde las pocas industrias existentes,
hasta el comercio, el turismo y la banca. La generosa ayuda que le ha otorgado
el régimen venezolano a Nicaragua, ha ido a parar a las acaudaladas cuentas de
la pareja y sus vástagos, quienes viven en la opulencia, en una nación donde la
gente se muere de hambre.
Los quince años que Ortega lleva ejerciendo el mando le
parecen insuficientes. En diciembre del año pasado obligó a la Asamblea aprobar
la “Ley de defensa de los derechos del pueblo a la independencia, la soberanía
y la autodeterminación para la paz”. No sé si les parece familiar esa monserga.
Esa ley es una de las armas que le ha servido para decapitar a la oposición y
avanzar sin obstáculos a la reelección en las elecciones presidenciales del
próximo 7 de noviembre.
La primera víctima de esa escabechina fue Cristiana
Chamorro, hija de la mujer que le infringió la derrota electoral a Daniel
Ortega en 1990, tras una década de haber estado destruyendo lo poco que había
dejado Anastasio Somoza. Hasta el momento que la detuvieron y encerraron en su
domicilio, Cristiana aparecía liderando las encuestas de opinión, con altas
posibilidades de triunfar en los comicios de noviembre. Luego fueron cayendo
uno a uno los otros aspirantes a la presidencia y líderes opositores.
De esas capturas, hay dos que me parecen reveladoras del
carácter despótico del régimen de Ortega. Una es la de Dora María Téllez,
excomandante guerrillera del Frente Sandinista quien a sus veintitantos años
participó en el célebre asalto al Palacio Nacional en 1978, espectacular
episodio que logró la liberación de un importante grupo de guerrilleros presos,
entre ellos el propio Ortega. Téllez
desempeñó algunos cargos relevantes durante la gestión del dictador, hasta que
finalmente se distanció de él. El otro caso significativo es el de Víctor Hugo
Tinoco, también guerrillero al igual que Dora María, quien fue vicecanciller y
participó en la ronda de negociaciones que hubo en la década de los ochenta
entre el gobierno sandinista y la ‘Contra’, comandada por Edén Pastora.
La excusa para detener a los dirigentes opuestos a las
fechorías del dúo Ortega-Murillo es que propician actos que ‘menoscaban la
independencia de Nicaragua’. El patrioterismo cerril convertido en instrumento
de persecución y aniquilamiento de los adversarios.
Hasta hora, Daniel Ortega
ha actuado sin contrapesos internos ni internacionales significativos.
Salvo algunas declaraciones genéricas de Estados Unidos, la OEA, la Unión
Europea y algunos otros países, llamando a respetar la democracia y el Estado
de Derecho, las violaciones del tándem Ortega-Murillo no han recibido la
contundente respuesta internacional que debieron haberse producido. La
respuestaa del régimen ha sido la típica de las dictaduras: se trata de un
asunto interno y rechaza cualquier tipo de injerencia o intervención externa en
nombre de la soberanía y la autodeterminación de los pueblos. Con esa patraña,
las tiranías cercan a los partidos y organizaciones democráticas y acaban con la libertad.
La arremetida contra la oposición está produciéndose en
una situación en la cual el volumen de
nicaragüenses que huye hacia Estados
Unidos ha venido aumentando, porque la Covid-19 terminó por erosionar aún más
la débil economía de ese país. El descalabro ha impactado a los sectores más
pobres. Los círculos que rodean a Ortega y a su mujer han preservado los
privilegios de siempre. Los que han acumulado desde hace más de tres lustros.
En el ambiente de miseria que envuelve a ese país, Ortega se las arregla para
comprarles a los órganos de seguridad que lo mantienen en la casa de gobierno,
camionetas último modelo, sofisticadas armas
y equipos de protección a la policía que reprime las pocas
manifestaciones de protesta contra los abusos del déspota.
La campaña de Ortega contra la democracia debería ser
respondida por las democracias del planeta. Ese ejemplo resulta nefasto en una
etapa en la cual América Latina gira
hacia el autoritarismo. La conducta de
Bukele y Bolsonaro, el triunfo casi inevitable de Pedro Castillo, lo que ocurre
en Colombia, donde Gustavo Petro puede convertirse en Presidente, y lo que
sucede en Cuba y Venezuela desde hace décadas, son demasiadas alarmas
encendidas para convencerse de que hay que actuar contra el tirano de
Nicaragua.
Trino Márquez
trino.marquez@gmail.com
@trinomarquezc
Venezuela
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