En la pobreza, el hombre puede salvaguardar la magnificencia de sus sentimientos. En la indigencia, puede conservar la vergüenza a pesar de las atribulaciones que lo envuelven. Pero en la miseria, nada puede hacer pues todo cambia tan rápido, como rápido sucede el destello de un relámpago en medio de un vendaval.
La miseria es un vicio del cual se aprovechan estafadores, embaucadores y apostadores para beneficiarse de la desdichada condición de quienes caídos en desgracia, impensadamente, buscan desesperadamente aferrarse a alguna brida para intentar su inmediata salvación. Además, difícil de lograr.
El problema emerge cuando la miseria se topa con la política. Ahí la política busca paliar dicho problema. Pero creando otros. Ahí, indolentes y frígidos politiqueros, advierten en tan “primorosas” ocasiones, pingües oportunidades de negocio. Oportunidades éstas, generalmente contentivas de los recursos y causas necesarias para convertirlas en impúdicos motivos para negociar lo posible. Incluso, en contra de principios, razones de moralidad y de referentes éticos.
Además, acuden a estrategias que luego de asomar presumidas hipótesis salen con un “chorro de babas”. Así se permitan concluir con respuestas vacías. Pero que en aras del provecho rebuscado entre los intríngulis de algún negocio “en puerta”, exprimen al máximo la situación en beneficio propio.
Plena razón tuvo Nikita Kruschev, dirigente de la fenecida URSS, para decir que “los políticos son iguales en todas partes. Prometen construir un puente, incluso donde no hay río”.
El subdesarrollo es escenario vivo de este tipo de situaciones. Siempre presididas por individuos revestidos de poder político. Caracterizados por ser politiqueros carentes de vergüenza. Y que lejos de evitar o reducir problemas, los incitan o encubren.
Venezuela, no ha escapado de caer en tan maloliente fosa. De hecho, cada negociación o mal llamado diálogo que ha venido realizándose en lo que va de siglo XXI, convocados por el actual régimen, ha sido razón para disfrazar de interés nacional lo que concierne a problemas relacionados con su despótico ejercicio de gobierno. Siempre anunciados dichos eventos con la intención de solventar los conflictos inducidos por las crisis políticas, económicas y sociales.
Estos encuentros entre factores de la oposición democrática y del régimen, literalmente hablando, no han constituido diálogo alguno. La acepción de diálogo, implica la comunicación de una verdad tomada de una situación protagonizada por quienes son capaces de enlazarse a través de una palabra debidamente expuesta.
Mientras que una negociación es un proceso donde el escepticismo marca la pauta del encuentro. El mismo implica que las partes a negociar se encuentren dispuestas a renunciar a algo. Ello, a fin de ganar lo que mejor favorezca los intereses en juego. Y en política, esas partes están revestidas de la mayor desconfianza que amenaza con trabar cualquier posible arreglo.
La negociación que esta vez escogió a Ciudad de México como escenario que brinda ciertas garantías, no ha sido fructífero en lo que respecta a reducir la brecha que acentúa las diferencias entre propuestas de libertad y manifiestos de crasa terquedad.
Negociaciones que conducen al limbo
En el fragor de las realidades que pesan sobre Venezuela, estos procesos de negociación, ahora impúdicamente suspendidos, fundamentan sus intereses en un cuadro donde la relación “ganar-ganar”, es difícil de entenderse como estrategia política. Sobre todo, cuando las partes negociadoras saben que negociar no es vender. Tampoco, convencer.
En política, negociar es no verse aplastado por la furia del adversario. Y tal consideración, hace que los propósitos en juego tiendan a confundir toda la argumentación en ciernes.
En lo que corresponde a la negociación que está apuntándose en México entre representantes del régimen y de la facción representativa de la aludida Plataforma Democrática Unitaria, se volvió una entelequia. En un cuento de camino. Y frente al cual, se imponen los intereses de quien detenta el mayor poder político.
Por eso, la filósofa alemana, Hannah Arendt, refería que “las cuestiones políticas son demasiado serias para dejarlas en manos de los políticos” Cuestiones tan serias como la reinstitucionalización del país y el regreso a la democracia.
A decir del dicho popular que reza, “una mala transacción es mejor que una buena batalla”, en México poco o nada se alcanzó. Ni siquiera por haber sido todo una mala transacción. El problema de lo que ha sido la negociación que tiene a México como grama de teatro, es que las expectativas no se corresponden con la situación de crisis y de emergencia humanitaria que vive Venezuela.
Sólo dos acuerdos de sobrante razón, tocan el propagado problema de la soberanía de Venezuela sobre la Guyana Esequiba. Y no formaban parte de la negociación en curso. Más bien, sonaron a fáciles comodines que buscaron darle un giro de fácil entendimiento a las diferencias en juego. O que fueron parte del pertrecho diplomático del cual el régimen quiso aprovecharse para luego argumentar que su labor habría alcanzado algún resultado.
Es lo que el actor norteamericano Marx Groucho hablaba del concepto de política. Decía que “la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar luego los remedios errados”
Los inventivos y las sanciones que buscaban imponerse o evadir, hicieron que todo terminara reduciéndose a una pérdida de objetivos claros. Y que lejos de lo que pudo hacerse, todo pareció replicar el problema de cuando la política se sirve de las personas para hacerles creer que se les sirve a ellos. Y ocurre cuando la política negocia la miseria.
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
Venezuela
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