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Después del septenio perdido volvemos al punto de partida con menos fuerzas y más desesperanza. El fracaso es tan contundente que pocos dan la cara por un interinato sostenido por un pitcher importado. Los hechos tuercen el cuello a dirigentes que se resisten a rectificar.
Nuestra política, chapoteando en menudencias, se despoja de sus vínculos sociales, teóricos y éticos. La mayoría de la élite política sobrevive en la jungla que sembró el gobierno y que ella ayuda a extender. Algunos ya no dejan oír ni un murmullo, agobiados por sus olvidos sobre la política como labor para tejer uniones y realizar fines nobles. Un pragmatismo sigiloso los consume.
El diferencial opositor pasa por renovar, sin anular, la distinción tradicional entre oposición y gobierno. Los fines del cambio deben repensarse porque el poder impuso su perspectiva: todos quieren ir a México. Y aunque sea un avance, no todos trabajan por el éxito del nuevo viaje. La mutación de la autocracia a la democracia clama por una propuesta deseable y viable de transición.
En vez de primarias, debería pensarse en los caminos para salir de las crisis que azotan al país y en particular de su expresión política institucional que niega a la democracia. La única posibilidad de ser alternativa frente a los autoritarismos es promover una oferta cultural, institucional y social de democracia que no sea una vuelta a la que sucumbió en las últimas décadas del siglo pasado.
El desafío es afirmar la cultura de entendimiento y dejar atrás conveniencias particulares. Hay que liberar a la conciencia nacional de las cadenas de autoritarismo, centralismo, populismo y dependencia nociva del Estado. El cambio comienza por pensar el país a futuro.
La refundación de la oposición supone recobrar su fuerza y rehacer su eficacia en tiempos de lucha por una progresiva democratización bajo condiciones autocráticas. Las nuevas rutas requieren otras cartas de navegación, otras herramientas y otros objetivos para que el enfrentamiento destructivo ceda paso a confrontaciones de signo positivo entre proyectos conservadores y proyectos innovadores.
Las visiones ortodoxas en la oposición impiden actuar como fuerza de innovación, democracia y unificación. También prolongan el gran fracaso del proyecto del PSUV, más de poder que de sociedad, que comienza a mostrar demandas, aun difuminadas, de reformulación. Para incentivar estas demandas hay que admitir que el gobernó y el PSUV son parte necesaria de las soluciones si se aspira ganar cambios con paz y estabilidad.
No dejemos de examinar cuanto tienen de apariencia y cuanto de posibilidades de futuro las novedades en curso. Es hora de partear una época que ponga fin a una tragedia que, porque nos afecta a todos, fomente el compromiso entre lados hoy opuestos. Hora de personas auténticas, honestas, con sentido común para cultivar acuerdos de mediano plazo. Para ello sólo se necesita una idea: es urgente hacer juntos un país para todos.
Simon Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim
@DiarioTalCual
Venezuela
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