El anciano se levanta de la cama tambaleándose. El anciano ha dormido mal, le duelen los huesos no sabe si es por gripe o por artrosis (…) El anciano se asombra de ser anciano; es un anciano reciente; dentro de poco se habrá acostumbrado ya a ser anciano. O quizá no. El anciano destapa la máquina y escribe…Salvador Pániker
Regresa Pániker
adonde nunca se ha ido: a sus dietarios, a sus más intimas reflexiones y
emociones que compila y comparte, en fin, vuelve el escritor - sin haberse marchado - a lo que más le gusta
y sabe hacer con soltura y maestría; hace suyo el consejo de Hemingway: “escribe lo mejor que sepas sobre
aquello que mejor conozcas”. Para que no
queden dudas sobre sus intenciones, el escritor afirma:
“Insisto. Yo (en mis diarios) no me ocupo
tanto de mí mismo cuanto de las impresiones que pasan a través de mí. En mis
diarios yo soy sólo un pretexto, / un recurso narrativo / reflexivo (…) El
diario me permite envejecer sin angustia. El diario es ese interlocutor que
todos deseamos tener. Un buen antídoto contra la soledad”.
En su más reciente
diario publicado, porque inéditos hay y habrá muchos más por ahora en espera de
imprenta y para la espera de sus lectores, Pániker insiste en sus permanentes
temas vitales e intelectivos. Machaca y comunica nuevas facetas de su versátil
inteligencia, los denominados leitmotifs de su paideia. Reitera así su
preocupación por los efectos nocivos de una Globalización que todavía propicia
severas diferencias económicas y sociales,
y por el excesivo uso que la denominada
tecnojuventud hace del ordenador y del móvil para quedar apresada y
dominada en las accesibles y amigables
redes sociales que - paradójicamente
- acercan a los seres humanos mientras
los alejan del verdadero prójimo y del inconmensurable placer de leer.
Sin tapujos el autor
manifiesta su más profundo rechazo por los populismos superficiales que ofrecen
ilusiones y promesas a los alienados en la esperanza o en el consuelo. De igual
manera, explicita enfáticamente su desagrado por el nacionalismo español, “lo
mismo digo del nacionalismo catalán, vasco o el de cualquier otro país”; además
– con justificada razón- observa que no entiende la pretensión de algunas
naciones, como la de su Cataluña natal, de tener un Estado propio, fuente de
innecesarios y decimonónicos conflictos.
Reitera su fe en el
Dios cómplice, amigo, que no juzga ni condena; reafirma su incondicional apoyo
al derecho que nos asiste para tener una muerte digna; subraya la necesidad del
diálogo, del encuentro entre ciencia y religión; enfatiza la vigencia de su
concepto de retroprogresión “la nueva sabiduría que cada vez es más vieja”;
critica acerbamente tanto al terrorismo internacional como a los que asimilan
unívocamente musulmán con yijadista; toma firme partido por la necesidad del
hibridismo y del cosmopolitismo. Empero, es necesario referirnos, en especial,
a un concepto fructuoso y capitalizable: el agnosticismo místico, escribe
Pániker:
“El místico sabe que
el concepto tradicional de Dios es sólo la caricatura antropomórfica de algo
infinitamente más extenso, más intenso, más inaccesible. El místico vislumbra
que ni siquiera tiene sentido llamar a Dios “Ser Supremo”, pues obviamente Dios
no es un ser. Por ahí incide el místico con el agnóstico. Por ahí camina
uno”.
Por supuesto que dos
pasiones serenas del ya maduro escritor no podían omitirse en este dietario:
Bach y JX, el orden es lo de menos, a ambos los lleva en su devoción y en su
escritura. Salvador, el coqueto y sempiterno seductor, aprovecha la ocasión
para informar de sus más recientes flirteos; nueva nomenclatura femenina
irrumpe súbita en la existencia de un anciano no tan averiado para las lides
del amor: GG y BEA. También se hace presente su afecto y admiración por “la
chica de los ojos verdes”, por Nuria la madre de sus hijos, así como el
insuperado , y por lo visto, insuperable conflicto con sus hermanos Raimundo y
Mercedes que no llegaron a ser sus amigos, como ahora sí lo son, y con mucho,
sus inseparables hijos.
Los demás, los otros,
el prójimo, los amigos vivos y muertos están indefectiblemente presentes en
este dietario que es indubitablemente un canto a la vida y nunca una
lamentación ante la inevitable muerte, aunque la misma sea , junto con las
dolencias del escritor: “yo últimamente levanto acta de mis enfermedades”, la
protagonista indiscutible del diario del
anciano averiado. Una mezcla de vida y muerte, de página social y obituario, le
da tono a las páginas de lo vivido por el escritor. Larga y diversa sería la
lista tanto de los amigos, familiares y allegados que permanecen en el entono
afectivo de Pániker, como aquella de los que viven por siempre en el recuerdo y
la emoción del escritor, comandada esta última por su madre, su padre, su hija
Mónica, su hermano José María y algunos compañeros de juventud y andanzas
existenciales, los muy selectos amigos de la quinta, de la cuadra afectiva de
Salvador que no es ciertamente la Plaza Mayor de Salamanca.
En relación con el tema central del dietario,
Pániker confiesa abiertamente, a raíz de su crisis neurológica de 1962:
“En el pasado me
bloqueaba la muerte. Al no tener digerida - o interpretada, o situada dentro de
un esquema general de las cosas – se producía como un efecto de obturación, en
todo lo demás. Era como si me dijera a
mí mismo: estoy aquí, he de morir, y no tengo intelectualmente resuelto el
asunto, lo cual es como caminar con un inmenso cabo suelto pendiente de
solución o, más bien. de decisión”.
El escritor, ya
superados los miedos atávicos y estructurada su postura vital ante la muerte -
, apoyándose también en testimonios de
poetas y novelistas, como es el caso de Bukowski, quien denominaba a la muerte como la última de una serie de bromas
pesadas – sabe que la convivencia con la vejez, la aceptación madura de la
muerte, el logro de la trascendencia implica sobre todo la autotrascendencia,
que Pániker aspira encontrar mediante la escritura:
“Escribir pues. Lo
cual sólo merece la pena si uno tiene
algo que decir y uno encuentra la manera de decirlo. Escribir bordeando la
enajenación de la gramática. Escribir sabiendo que la prosa antes fue verso,
que el verso antes fue canto, que el canto antes fue grito, que el grito debió
de partir de aquel gruñido o espasmo de la garganta de un simio asombrado
puesto en situación límite.
Escribir musicalizando la prosa, lo cual es una manera de aproximarnos a la unidad perdida con la natura”.
Enrique Viloria Vera
viloria.enrique@gmail.com
@EViloriaV
Santiago de
Compostela - España
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