domingo, 17 de enero de 2016

JUAN JOSE MONSANT ARISTIMUÑO, LA NADA COMO ESPECTÁCULO

     Quizá fue un chip incrustado en la suela del zapato, o diluido en un fuerte café ingerido en el bar del hotel donde Sean Penn se hospedó nomás llegar a México, lo que hizo que el servicio secreto de la Marina mexicana, lograra finalmente ubicar el escondite del “Chapo Guzmán”. Meses de seguimiento a este actor norteamericano identificado con las causas más antisistema del planeta, comenzando con la de su fallecido amigo Hugo Chávez, sumadas a las escuchas telefónicas de las conversaciones que la actriz Katy del Castillo sostenía con “El Chapo”, hizo de ellos un objetivo de seguimiento del gobierno mexicano y, posiblemente de la DEA, ese organismo que hace temblar a los jerarcas del gobierno venezolano, cada vez que se “filtra” una investigación, lo que condujo a la captura del famoso traficante.

     Ante todo, habría que preguntarse si vale la pena poseer tal poder armado, unido a decenas de millones de dólares, para vivir como una alimaña entre escombros, escondido, sin poder disfrutar libremente de la luz solar en cualquier parte del mundo al lado de una mujer, sus hijos o amigos; o en soledad, con un libro, aunque cuando uno está con un libro no está solo. Pero las respuestas serían de tal profundidad psicológica, antropológica, económica y socioculturales, que estarían fuera del alcance de mi capacidad cognoscitiva, formado más en la simplicidad del bien y el mal.
     Lo que nos mueve a reflexión, es lo que Vargas Llosa tituló la “Sociedad del espectáculo” que, a la par de su contenido, el título mismo es un libro. Sucede igual que con Adriano González León y “País portátil”, que hoy cobra mayor significación el título de su libro en la desgarrada Venezuela. Si solo hubieren escrito esas líneas, en mancheta, ya se hubieran sustantivado; no habría necesidad de explicar nada, como si fuera la palabra océano, territorio, genocidio, franciscano, budista o, terrorista.
    El hecho es que tanto Penn como del Castillo sucumbieron a la tentación de ejercer el periodismo, pero no son periodistas; son actores, viven del espectáculo, lo que conlleva una sicología muy especial: el ego como instrumento laboral; porque en el mundo del espectáculo se traduce en fama y la fama en dinero y el dinero en poder. Cualquier profesional del periodismo, de las letras en general, por ejemplo si a Thays Peñalver, Manuel Felipe Sierra, Álvaro Cruz, Anderson Copper, Arturo Pérez-Reverte o Patricia Janiot se le presenta la oportunidad de entrevistar, sin condiciones, al Chapo, al mismísimo Abu Bakr al-Baghdadi, jefe del Califato Islámico o a la reina Leticia de España, estoy seguro que lo harían, y deberían hacerlo, porque su objetivo es informar, dar a conocer, investigar, hacer pedagogía. Su intención no sería banalizar los hechos, despojándolos de su significado y trascendencia; mucho menos, rendir apología al delito, relativizando el mal, transformando un delincuente en un héroe popular.
     No creo que Sean Peen sea Ryszard Kapuscinski ni Kate del Castillo Oriana Fallaci. No sé si Penn y del Castillo han cometido delito alguno en su ruta por entrevistar a un señalado asesino y narcotraficante mexicano. Pero es obvio que las efímeras luces de neón, la frivolidad y la relatividad moral privaron sobre la realidad, la ética y el Bien Común de la sociedad.
Juan Jose Monsant Aristimuño
jjmonsant@gmail.com
@jjmonsant

El Salvador

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