El culto a la victoria, más aún, a la victoria fácil o trampeada, siempre ha caracterizado el desempeño gubernamental de proyectos ideológicos de tendencia hegemónica.
Saber ganar, aunque
pareciera asunto fácil, no es así del todo. Ganar no es solamente vencer la
contienda. Es comprender su significado de manera que el momento no se vuelva
oportunidad para jactarse de la hazaña lograda. Así deberá ser, siempre y
cuando el triunfo resulte de un esfuerzo propio sin que alguna trampa o efecto
de manipulación altere el hecho en cuestión provocando alguna espuria ventaja.
Por minúscula que sea.
En cambio, saber
perder, es más difícil de lo imaginado pues constituye el acto mediante el cual
debe reconocerse el hecho de ver negado, abolido o descalificado el objetivo aspirado. Por tanto, debe
aceptarse, sin disgusto ni protesta, las pérdidas inherentes a la situación en
curso. No obstante, las realidades llevan a distinguir entre quien no sabe
perder, porque no sabe aceptar la derrota, y quien tiene la valía de saber
perder.
Este problema que, en
el caso venezolano, adquirió gigantescas proporciones, se dio, precisamente, en
el cauce de las elecciones parlamentarias del 6-D en las cuales el oficialismo
salió duramente castigado. Y dicho resultado, no fue asimilado por dicha
facción política. El culto a la victoria, peor aún, a la victoria fácil,
caracterizó siempre el desempeño gubernamental. Su malsana obsesión, enredó
valores morales que coparon su discurso político. Sobre todo, aquellos que
plantean una batalla contra la frivolidad y la presunción que envuelve las
expectativas de quien supone, equivocadamente, que la vida se reduce a un “todo
o nada” en su entorno social. Es decir, de quien, con abierta soberbia, tiende
a arrogarse siempre la condición de “ganador”. De lo contrario, cree caer en el
error de vivir el mal de la “insatisfacción crónica”. O sea, son incapaces de
entender que “la derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce”. Así lo
expresó el escritor argentino Jorge Luís Borges.
Lo que en los últimos
días ha vivido Venezuela a raíz del triunfo obtenido por la Unidad Democrática,
avivó serias diferencias políticas. A pesar de haberse hablado de respeto y
sindéresis a los resultados que serían alcanzados en los comicios
parlamentarios del 6-D. Las afrentas, insultos y desprecios han estado desde
entonces al servicio de altos funcionarios, dirigentes del partido de gobierno
y afectos al proceso revolucionario. Estos personajes, actuando como prosaicos
perdedores de la referida consulta electoral, asumieron una incoherente actitud
defensiva la cual ha hecho que no hayan querido hablar ni oír de sus
negligencias. Es decir, perdieron la oportunidad de aprender de los errores
cometidos a lo largo de su trabajo de gobierno.
La obstinación
mostrada estos días por estos perdedores de personalidad atorrante y
conflictiva, incluso durante la presentación del resumen expuesto por el
presidente de la República, que intentó dar cuenta de los aspectos políticos,
económicos, sociales y administrativos de la gestión de gobierno
correspondiente a 2015, los llevó a que en ningún momento fueran capaces o
tuvieran la paciencia y amabilidad de escuchar a los otros. Aún cuando ganaron
otras veces. Su comportamiento siempre fue el mismo. Luego del 6-D, siguieron
enfrascados en buscar culpables y seguir acusando por lo que no hicieron o no
terminaron por hacer. Esta vez, más torpemente.
Que si sabotaje,
ingobernabilidad. Que si el Imperio. Que si la oposición apátrida. Que si la guerra
económica. Que si el desacato al TSJ. Aunque a última hora resultó más
estratégico jugar a retroceder, que continuar insistiendo en mantenerse
testarudo ante un poder cargado de violencia y rencor. Que si la burguesía. Que
si el legado del Comandante Infinito y Sideral. Que si el modelo neoliberal
capitalista. Más aún, que si fraude electoral. Siempre pretextos para
desconocer al actual Parlamento. O quizás, para continuar en la palestra
pública. O para sostenerse en el poder hiriendo o lapidando susceptibilidades.
O desconociendo poderes. O simplemente, disfrazándolos para seguir burlándose
del pueblo luego de someterlo mediante medidas que, a riesgo de altos costos
políticos, pudieran convertirse en una especie de trampa para vapulear la
democracia más de la cuenta. Verbigracia, el Estado de Emergencia Económica por
primera vez decretado.
Aunque al país le ha
tocado, por ahora, resignarse a soportar un régimen alevoso y brutalmente
radical, las realidades por venir serán diferentes y alentadoras. Volverán a
legitimar toda intención de situar en su justo lugar político a quienes por
inoperantes y desorbitados no supieron ganar. Pero también, a quienes por
mentirosos no supieron perder.
VENTANA DE PAPEL
SIN CONTENIDO NI
VALOR
El populismo no da tregua para enmendar la plana.
Siempre se plantea, por encima de todo, arrimar sus fichas al despelote pues en
el despelote es donde el populismo suele pescar afectos. O mejor dicho, ilusos.
La oportunidad que bien mereció aprovechar el presidente de la República al
momento de presentar a la Asamblea Nacional “un mensaje que de cuenta de los
aspectos político, económicos, sociales y administrativos de su gestión durante
el año inmediatamente anterior” (Del artículo 237, Constitución Nacional), fue
relegada.
Distintas razones pueden explicar las omisiones que
fracturaron la posibilidad de haber pronunciado un discurso de Estado. Un
discurso distinto del que siempre manifiesta contra estamentos que sólo caben
en el conjunto de alusiones permanentemente impugnadas desde la visual de un
proyecto político de gobierno que descansa en la nimiedad, la majadería y el
desconocimiento sobre las inclementes realidades que justificaron la decisión
tomada por buena parte del pueblo venezolano para rechaza, mediante el voto-castigo,
la endeble gestión emprendida por el gobierno nacional.
Sin embargo, la intención del discurso presidencial
no estuvo encaminada a pronunciarse respecto de la situación económica del
país. A pesar de que esa misma tarde, el Banco Central de Venezuela, con un
retardo abismal, dio a conocer las cifras alcanzadas por la inflación durante
2015. Aunque bastante acicaladas para no
restarle méritos a la alocución presidencial. El presidente se conformó
con hacer repetidas referencias a la manida “guerra económica” con argumentos
marcadamente insignificantes que ya dejaron de tener impacto mediático. De lo
que si se permitió hablar con la entonación propia de cualquier mitin
callejero, fue del neoliberalismo capitalista y de los deplorables precios de
la gasolina. Aunque con marcado énfasis, exhortaba a recordar al finado
presidente militar como de quien hubiese dependido la honrosa misión de llevar
a Venezuela al escenario de países geopolíticamente nivelados en materia de
reivindicaciones sociales, laborales, económicas y educacionales.
Tan tamaña mentira, sirvió para ir dejando de lado
consideraciones y explicaciones sobre el grave problema de la corrupción, de
los desfalcos cometidos por funcionarios del régimen, del narcotráfico del cual
se acusa a venezolanos vinculados con familiares y colaboradores
presidenciales, del manejo doloso de finanzas públicas, de las pérdidas que
agobian la economía nacional por causa de la pésima administración de
industrias nacionales en manos del gobierno central, de la represión a
protestas justificadas constitucionalmente, de la persecución y encarcelación a
dirigentes de la oposición democrática, de la coacción a la libertad de prensa,
de información y de expresión incitada por la hegemonía comunicacional, de la
escasez de alimentos generada por la injusta expropiación de medios de
producción ahora improductivos, del desvío de fondos petroleros a propuestas
proselitistas, de la presunción de instaurar un Estado Comunal a desdén de lo
establecido por la Constitución de la República, entre otras razones que han
malogrado la funcionalidad y viabilidad de un sistema declarado democrático.
Lejos de afianzar alguna posibilidad de
conciliación política, el presidente se atrevió a augurar que “la relación
política de 2016, no va a ser fácil”. Su discurso cayó en lugares comunes,
espacios vacíos y con términos saturados de incoherencias inconsistencias,
señalamientos irrespetuosos y de generalidades. O sea, fue un mensaje sin
contenido ni valor.
“Quien no ha aprendido a ganar, en medio de cualquier circunstancia, nuca aprenderá a perder en buena lid pues apelará a excusas para buscar imponerse a costa de toda argucia de la más baja calaña”
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
Merida - Venezuela
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