La supuesta
democracia protagónica en modo alguno ha fomentado en el pueblo la conciencia de la necesidad de
constituirse en un sujeto autónomo y
productivo, sino que ha agigantado su dependencia y la convicción de que
Papá Estado debe dárselo todo para resolver los problemas. Bajo las proclamas
de convertir al pueblo en sujeto de la revolución, solo se ha exacerbado el
populismo, que hasta ahora fue posible por los altos precios del petróleo. Con
su baja, parece venirse abajo todo el edificio organizativo y conceptual
levantado sobre la renta petrolera.
La formación de la conciencia crítica fue sustituida por la ideologización y por la
propaganda machaconamente repetida de que el
Gobierno ama al pueblo más humilde y que
si llegan al poder los de la
Oposición que “desprecian y odian al pueblo, le quitarán los beneficios y
bienes adquiridos”. El Ministerio de
Comunicación funciona como un excelente Ministerio de Propaganda y personas y
medios que sigan empeñados en mostrar la realidad y enseñar a pensar, deben
atenerse a las consecuencias. Nunca como hoy, hemos transformado el principio
cartesiano de “Pienso luego existo”, en “Pienso, luego soy una amenaza” o en “¡Existo, luego me piensan otros!”.
A la ausencia de formación política o a la
perversión de sustituir la política por la ideología, habría que añadir que el
desabastecimiento, la escasez, la inflación, la
criminalidad e inseguridad están destruyendo las organizaciones sociales. El pueblo tiene
bastante intentando sobrevivir a la
violencia y haciendo colas interminables para adquirir los alimentos de primera
necesidad, las medicinas y los repuestos
y objetos imprescindibles.
Por otra parte,
los liderazgos y las organizaciones tradicionales están siendo superadas por los dinamismos y pujanzas de las
organizaciones que se mueven en los corredores de la irregularidad, la
ilegalidad, las mafias, la violencia, el
crimen y la delincuencia. De ahí la
necesidad de reinventar la política que,
entre otras muchas cosas, va a
exigir políticos honestos, coherentes y desprendidos, muy cercanos al pueblo, que comparten sus dolores, necesidades, luchas y
esperanzas, capaces de interpretar y
convertir en proyecto las necesidades y aspiraciones del pueblo.
Urge, en consecuencia, abocarse a la construcción de organizaciones
sociales y políticas desde nuevas
lógicas de poder, de relaciones de género, de
relaciones con la naturaleza y sus bienes que, entre otras cosas, van a
exigir vidas más trabajadoras y productivas, más austeras y más solidarias.
Los políticos deben abandonar sus discursos
acartonados y escuchar mucho más al
pueblo pobre y entender que, a pesar de
la violencia y violaciones, de la corrupción y de la impunidad, de las armas y
de la criminalidad organizada, la mayoría de la gente que habita en la
marginalidad de la sociedad pasa haciendo el bien. Ese heroísmo cotidiano es
una reserva espiritual, mística y ética que ha de alimentar las luchas sociales
y populares y la refundación de la política.
Antonio Pérez
Esclarín
pesclarin@gmail.com
@pesclarin
Zulia -
Venezuela
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