viernes, 4 de marzo de 2016

JOSÉ VICENTE CARRASQUERO, DESPRECIO POR LO NUESTRO

La lucha universitaria por un presupuesto justo y por su reconocimiento como órgano fundamental del quehacer creativo en la sociedad venezolana es de larga data. Fueron muchas las disputas con los gobiernos de turno para que entendieran que las solicitudes no eran meros caprichos y que por el contrario, la contribución de la Universidad venezolana al desarrollo del país no solo es fundamental sino que además imprescindible.

La Universidad venezolana ha llevado modernidad a todo el país. La red universitaria nacional desempeña su misión a lo largo y ancho de todo nuestro territorio. Las políticas conquistadas por las luchas universitarias han hecho de sus profesores unas personas en continua formación. El mérito que se consigue a través de la generación de conocimiento es el mecanismo de ascenso por excelencia en el escalafón universitario. A diferencia de otras instituciones oficiales, los profesores están obligados a ganarse sus cargos por la vía de concursos exigentes, en los cuales demuestran su idoneidad para el desempeño de la tarea que le asigna la nación: la formación de la generación de relevo que impulsará al país por la senda del desarrollo en todos los ámbitos de su existencia.

El recurso humano de las universidades es, sin duda alguna, su tesoro más preciado. Es con la sumatoria de logros y contribuciones de sus profesores, estudiantes, empleados y obreros que la universidad amasa su capital intelectual que la va preparando para los retos que la modernidad impone. Vivimos la era del conocimiento. Éste es el bien más preciado de la humanidad. Hay una evidente y fuerte correlación entre conocimiento y el desarrollo de los países. De ahí que las clases políticas hayan entendido la necesidad de fomentar el crecimiento de las universidades como esa especie de vivero en el cual la juventud se prepara para mantener a su país activo y vigente en esa lucha por contribuir al entendimiento de ese mundo cada vez más complicado en el que vivimos.

En su momento, los gobiernos venezolanos supieron dar impulso al fortalecimiento del sector universitario. Las becas de FUNDAYACUCHO enviaron a miles de jóvenes por el mundo entero a formarse para, en su mayoría, regresar a incorporarse a la tarea de sacar el país hacia la modernidad.

Lo que resulta paradójico es que en los últimos 14 años, los momentos de mayor y continuada bonanza petrolera, las universidades hayan sido abandonadas a su suerte y llevadas al deterioro por un gobierno que se auto denomina revolucionario. En un intento de paralelizar el estado, esta clase política se propuso la creación de un grupo de universidades que se ajustaban, sin discusión, al proyecto político que las cobija. Instituciones acríticas, en las cuales se imparte una doctrina política que ha sido abandonada por los países que buscan el progreso.

Y es que en el caso de las universidades, la división política comenzó a hacer estragos. Así, los presupuestos fueron congelados por años. La capacidad de las universidades para fomentar la investigación fue mermando hasta la asfixia. La posibilidad de contribuir con su entorno a través de programas de extensión se extinguió por la indolencia de una clase política que desprecia la libertad, esa que se conquista a través del conocimiento alcanzado a través de la perseverancia, la reflexión y la crítica.

Para nadie es un secreto que la Universidad venezolana cuenta con recursos humanos muy bien formados que pueden contribuir a resolver el problema eléctrico generado por la incapacidad de este gobierno. En una expresión de desprecio, prefirieron buscar ayuda en Cuba, donde sin duda no llegan ni siquiera a comprender la magnitud de nuestro sistema de generación de energía.

Se dejó por fuera a las universidades en la creación de un sistema de salud sustentable, que no dependa de mano de obra extranjera. Cuyos médicos tengan niveles de formación que garanticen a los pacientes una atención e primera.

Para gobiernos de verdad única, las casas que vencen las sombras son enemigas naturales. Eso explica el desprecio con el que se ha maltratado a la Universidad venezolana. La verdad impuesta no resiste los embates de la crítica reflexiva, de los señalamientos del deber ser en una sociedad que está necesitada de ejércitos de profesionales que ayuden a reindustrializar al país. Que promuevan la formación de una clase media mayoritaria que con su calidad de vida nos lleve a alcanzar los niveles de un país desarrollado.

La situación actual demuestra que la verdad única no la tiene fácil.

Jose Vicente Carrasquero A.
botellazo@gmail.com
@botellazo
Caracas - Venezuela

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