viernes, 3 de febrero de 2017

AMERICO GOLLO CHÁVEZ, DEL DESPELOTE AL LOGOS. (I)

TODA DICTADURA ES INTOLERANTE

Todo régimen dictatorial, sin importar sus determinaciones, vale decir, teocráticas, socialistas, “comunistas”, absolutistas, personlistas, civiles, militares, mixtas… etc., y   en toda partes, lugares y tiempos,  tienen en común su dogmatismo o fundamentalismo, si su hegemonía se sustenta en determinados dogmas o fundamentos “infalibles”; sean dos ejemplos,  las hegemonías medievales ejecutadas y sustentadas por la iglesia de Roma, la filosofía esclava de la teología, y el poder esclavo del Vaticano, durante casi toda la Edad Media y, en el siglo pasado,  

Franco,   cuya dogmática ha sido el tradicional espíritu inquisidor de la iglesia española, totalmente ajena a la moral cristiana,  la decisión y acción política amamantada por los factores del poder más reaccionario de Europa;  y las fundamentalistas de hoy, sustentadas por el islamismo, unas más obtusas  que otras, pero nada que medianamente   cuestione o dude del Corán o  ironía que toque a Mahoma se tolera. 

Las clasificadas dictaduras comunistas, in extenso, fueron y son, si quedan, dogmáticas, sus “evangelios”, el materialismo histórico y dialéctico, que las convertía  en una suerte de  religión atea y una práctica de la violencia como las más aberrantes expresiones inquisitoriales y, dictaduras de organizado refinamiento como el nacional socialismo, con un corpus ideológico bien argüido, la estructura del estado y la acción del régimen en identidad absoluta y un proyecto utópico bien orquestado;  mientras  las dictaduras sin mediano fundamento  concentran su hegemonía en el supremo líder, normalmente un ser narciso, megalómano, mitómano, cesarista.  El estado  soy yo, exclamaba  Luis XIV;  yo soy el pueblo, el pueblo soy yo, vociferaba Chávez; soy el pueblo, presidente obrero,  grazna Maduro.

  En  consecuencia,  toda dictadura es necesariamente  intolerante. Vale decir, crea su propia moral, conforma sus propios valores, dicta sus propias leyes,  de modo que todo cuanto se haga por el mantenimiento,  defensa y permanencia de régimen es legal y bueno para el “pueblo”. Todo cuanto disiente, oponga, critica, es repudiado, rechazado, negado, perseguido.  Y para ello no hay límites en sus formas y medios de ejecutar ese proceso.  La cárcel, la muerte, el silencio, la fuerza, la tortura, la corrupción, la perversión, control de los medios,  la mentira…son legitimados como necesarios y los delitos quedan   legalizados por su  utilidad.  Todo régimen dictatorial crea, pues, sus códigos  para dejar impune sus delitos  que favorezcan al proceso e impidan toda forma de  libertad de acción, de expresión, de pensamiento.

  Como su propia tragedia, todo régimen dictatorial es necrofílico. Y por ello inevitablemente  sádico. La muerte al enemigo, cuya definición se establece a priori, enemigo es  quien no se somete a la voluntad, deseos, “valores” del dictador; quien  discrepe es  hereje, quien no lo siga es apátrida, etc. y su ejecución por muerte, exilio, ostracismo, cárcel, tortura deviene en lección terrorífica  que obnubila, anula la voluntad para la acción crítica y práctica  liberadora.  Pero todo dictador padece, en grado sumo, de miedo. Miedo a la verdad, miedo  a la libertad, desconfianza extrema en el otro. Y este pánico lo obliga a la creación de un aparataje militar, de extorsión,  de investigación, espionaje,  para el control del individuo y de la sociedad, y el ejercicio del  terrorismo de estado y, ese modo de acción, generalmente bien diseñado, tiene como su propósito crear  miedo, terror que genera  abulia y finalmente  ataraxia o sencillamente  la “conformidad” e “indiferencia” de vivir con la muerte, de vivir muerto.

  Sin ser completa esta caracterización, ayuda; pero debo incluir una “sofisticada”. Las dictaduras, los dictadores, sean de gobiernos civiles, miliares,  narcotraficantes, de iglesias,   que de una u otra manera   quieren   adquirir trascendencia  y afirmar su permanencia en el tiempo recurren a la construcción de grandes obras de ingeniería, arquitectura, esculturas,  y,  en general, al empleo y dominio de las ciencias fácticas  pero secuestrada de ellas toda epistemología, toda criticidad y, desde luego, se rechaza, bajo grandes máscaras, a la filosofía, a las ciencias sociales, humanas. Ejemplifiquemos, la dictadura nepotista  de Corea del Norte ha hecho de la física y las “ciencias militares” un buen desarrollo, temible,  incluso.  La URSS fue (la República Federativa Rusa hoy) un ejemplar modelo y con matices lo es  actual China.  Pérez Jiménez es un ejemplo nacional, cuya obra básica permanece, a pesar de los esfuerzos de Betancourt por destruirla. Los dictadores sin  sentido de permanencia  reducen  su actuación a su propia deificación,  el culto a su persona, el mesianismo y a algunos trazos ideológicos  de gran tradición y arraigo en las masas, como diversas formas de brujería, cultos populares, santería,  vudú…y un denodado esfuerzo por dividir al conjunto social entre buenos/malos; patriotas/apátridas.  Revolucionarios/contrarrevolucionarios. 
 
  Las dictaduras como las de Pinochet, Videla, merecen una nota especial, porque son expresión de la confrontación artificiosa pero eficaz de la dicotomía democracia/comunismo, de modo que su justificación  consistía en la argucia contra  el fantasma del comunismo, cuyos riesgos eran la destrucción de los valores occidentales, democracia y cristianismo. Artificio que favoreció a países demócratas para justificar su propia negación, la felonía de condicionar la libertad y negar toda confrontación de ideas, y, en el devenir, esconder, manipular, sus propias deficiencias, fallas, injusticias.

  Finalmente, en este marco ha de incluirse la tendencia, en todas y sin excepción alguna de las dictaduras, de crear un responsable  a quien culpar para esconder y justificar  sus fracasos. Los comunistas y los judíos para Hitler. El bloqueo económico, arguyen los cubanos. La guerra económica, el imperialismo, la derecha… dice el presidente y el coro del PSUV.  Este es un hecho que arrastra la humanidad desde siempre,  lo inicia Adán, quien culpa a Eva, ésta a la Culebra, en fin… A estas caracterizaciones y  constantes universales, es imprescindible  observar que toda dictadura, todo dictador,  sean buenos/malos, según son las relaciones de poder y las  visiones que desde allí se generan,  concluyen siendo mitómanos y esquizofrénicos. 

¿QUE TENEMOS EN LA RPV?

  Si aplicamos las constantes que hemos visto arriba,  el régimen es una dictadura terrorista pero muy primitiva.  Chávez y Maduro son dictadores. Pero la organización y control del estado por los militares y con  la sumisión y complicidad de  civiles, bajo el ideolema  de la unión cívico—militar la hacen una dictadura militar y militarista. El militarismo es toda conducta que reconoce el poder militar sobre el poder  civil. El soldado sobre el ciudadano.  La disciplina, la fuerza, la capacidad de mando y dirección garantiza su eficiencia. El respeto, la sumisión,  la obediencia como normas de cohabitación. La fuerza sobre la razón. El proteccionismo y la seguridad y defensa de la patria en oposición al desorden y deshonestidad del civil.  El militarismo convierte al civil, incluido el presidente de la república en una marioneta  o en un cómplice cobarde, con el agravante de que el civil que reconoce el comandante supremo sobre él se desconoce  a sí mismo como ser,

  La segunda falacia, la unión cívico-militar  no es menos tragicómica. Obérvese, primero, que esta tal unión es falsa, tanto en su  historia como en su  intento de justificarla  en la “doctrina bolivariana”  sobre la función de los militares en la conducción política y de gobierno, del dominio  del Estado  sobre la sociedad y, segunda,  la identidad ejercito-pueblo-soberanía, de ésta  garantes, del pueblo protectores y salvadores es igualmente falsa, inconsistente. Es de sencilla demostración que Bolívar tenía absolutamente claro cuál era el papel de los militares subordinados al poder civil,  y la historia, en su totalidad y en todas partes,  ha probado que un excelente militar es un buen político, con rigurosa formación académica y visión abierta  de la historia. Y nada es más verdadera que la vieja y clásica sentencia, "La guerra es un asunto demasiado serio para dejarla en manos de los militares”. “Debo más a Aristóteles, mi maestro, que a Filipo, mi padre: éste me dio un reino y aquél me enseñó a gobernarlo". Alejandro Magno.  Y desde luego, Bolívar debe más a Simón Rodríguez,  a la Ilustración, a los griegos, el pensamiento francés,  en fin…


Notas… próximo texto  se introduce con la demostración del papel que Bolívar  da a los militares y…

Americo Dario Gollo Chávez
americod@gmail.com
@americogollo
Zulia - Venezuela

No hay comentarios:

Publicar un comentario