martes, 21 de febrero de 2017

EGILDO LUJÁN NAVA, LA MONTAÑA RUSA

FORMATO DEL FUTURO...

" Yo sigo la carrera de las armas sólo para obtener el honor que ellas dan: por libertar a mi patria, y por merecer la bendición de mi pueblo." Simón Bolívar.

No han transcurrido los dos primeros dos meses del 2017. Y apenas 50 días han sido suficientes para cambiarles la agenda a los venezolanos. Eso, evidentemente, es el anticipo de un año que presagia tempestades. Pero ¿para quién?. ¿Para quiénes?

De hecho, febrero, el histórico siempre agitado segundo mes de cada año en Venezuela, en esta oportunidad le ha servido de marco referencial para que los actores del devenir político, económico y social, entiendan que su desempeño será exigente y comprometedor.

Si no fuera así, nadie entendería a qué se debe que, con la agenda agitada, muchos insistan en afirmar que vivir en Venezuela es como estar montado en uno de esos sistemas mecánicos de distracción llamados  montañas rusas. ¿Porque suben y bajan y no se sabe si se detendrán alguna vez?. ¿Porque allí sólo suben los que se autodenominan valientes, mientras los que no confiesan su condición ante semejante reto prefieren guardar silencio y vivir el momento de temor?. Todo es posible. Aunque, al final, valientes o no valientes, lo que desean en el fondo de su curiosa forma de distraerse, es que esa pesadilla termine.

La diferencia para quienes se saben formar parte de esa curiosa forma de distracción, es obvia. En la montaña rusa, hay un comienzo y un final determinado por una estructura mecánica que fue ideada en atención a un objetivo de envidiable ingeniería. En Venezuela, el comienzo del día se supedita a la presunción de que concluirá. Sin embargo, nadie se atreve a definir de qué manera. Porque el primer paso debe darse con la encomienda a Dios de que permita salir y regresar, y si es sano y a salvo, mucho mejor.

El segundo paso es la dependencia de un influyente entorno sobrecargado de rumores, como de pronósticos de todo tipo. Asimismo, de múltiples acontecimientos  de todo tipo. Y que pueden ser de la indisponibilidad de servicio eléctrico o de agua, o de agua sobrecargada de evidencias de alta contaminación. ¿Y cómo saberlo?. Los especialistas consideran que basta con asociar agua indebidamente potabilizada, con la ya rutinaria detección de más y más epidemias. Es decir, de serias causas de más o de reencauchadas enfermedades que la ciudadanía sabe que existen, porque las viven y sufren, mientras que las autoridades las niegan, rechazan y a su recurrente cita le atribuyen un desempeño desestabilizador.
 
Lo cierto es que Venezuela, entre apreciaciones, impresiones y certezas, avanza en el 2017 inmersa en un ambiente no precisamente natural ni normal; sí de exigente cambio en el enfoque de su desenvolvimiento, como en la multiplicidad de situaciones que plantean la urgente evaluación de qué hacer, cómo hacerlo, porque, de lo contrario, habría que admitir lo que describen reseñas periodísticas fuera del territorio. Ellas destacan que los venezolanos parecieran ser los únicos habitantes del continente que actúan condicionados sumisamente y en obediencia,  en un ambiente de incertidumbre y de angustia permanente.

Lo demuestra, entre otros hechos, la casi  disposición dócil de “compartir” vida con la diaria aparición de unos y de otros escándalos, vistos como hechos rutinarios, cuando su sola composición obliga, al menos, a analizarlos, debatirlos y hasta confrontarlos, si ese fuera el caso. Es así como gobernantes y gobernados  lucen hermanados, o asociados en una especie de comandita en la que la complicidad impone su señorío.

De no ser así, otra sería la actitud -aunque fuera sólo por impulso moral y ético- ante casos como el mega-escándalo internacional liderado por la brasilera corporación privada 0derbrecht. En ese componente que desteje la madeja de un violento escándalo empresarial de corrupción de altos quilates mundiales, y en el que Venezuela sobresale como figura por su  renombre asociado a sobornos y corruptelas de alta y baja monta, la voz reparadora o de sometimiento al acto de reparación, nadie  la escucha.

Inclusive, la mayoría de los países de la región que aparecen citados como miembros de la lista que los coloca en posición abierta para conocimiento del mundo, ya dieron pasos concretos alrededor de la importancia de liberarse de la acusación de cómplices o de encubridores. Entre muchos posibles responsables, se citan expresidentes y personalidades denunciadas en procesos de averiguación. Algunos son ampliamente conocidos. 0tros lo están siendo a partir de su sola mención, más allá de lo que acaba de suceder en Brasil con la reunión de fiscales de los países citados, mencionados o seriamente comprometidos.

En Venezuela, sin embargo, la unidad mecánica de la montaña rusa criolla  va cuesta abajo, y el evidente escándalo es minimizado por otro no menos importante –y grave-como es aquel que se ha dado a conocer en los Estados Unidos, y el cual se posa sobre la propia imagen de la República, después que un alto Despacho norteamericano, es decir, de la nación más poderosa del orbe, de "El Imperio", como lo llama interesadamente el Gobierno venezolano, acusa al  novel Vicepresidente Ejecutivo de la República Bolivariana de Venezuela  de estar supuestamente  relacionado con serios hechos delictivos. Y los enumeran así: narcotráfico, blanqueo de capitales, conexión con grupos terroristas internacionales, concesión ilícita de pasaportes venezolanos a extranjeros, propietario de varias compañías nacionales e internacionales de dudosos manejos, etc, etc.

Desde luego, los venezolanos desearían que todo eso respondiera a una malsana manera de propagar falsas acusaciones. No obstante, la sociedad reacciona con desconcierto, de la misma manera que sucedería si el mal servicio eléctrico dejara a la montaña rusa sin posibilidad de desplazamiento, cuando la solidaridad gubernamental se manifiesta distinto a lo que se esperaría.

La solidaridad tendría que plantearse demostrando inocencia, nunca descalificando al acusador y satanizándolo, a la vez que se decide involucrar a medios internacionales  de comunicación, por el hecho de difundir lo que, desde luego, no deja  de ser una noticia de alcance global.  Esta última acción, en un país en donde la libertad de expresión y el derecho a la información, aun siendo derechos humanos universales, vienen siendo golpeados de manera inclemente desde hace más de una década, sólo incrementa la duda y fortalece las suspicacias.

0 en su defecto, si la solidaridad priva internamente como necesario recurso de afianzamiento gubernamental, entonces,  el Jefe de Estado debió haber   separado del cargo temporalmente al alto funcionario, para permitirle que se defienda y  aclare lo concerniente  a los hechos en los que se fundamenta la acusación. Y, de paso,  ofrecerle todo el apoyo que necesite, hasta demostrar su inocencia. 

Lo que hoy es tema obligado entre los análisis institucionales del país, como entre la propia ciudadanía que se queja de verse sacudida a diario con escándalos tras escándalos, es que, en  ningún caso, el Presidente de la República, como  máxima autoridad del país e imagen de todos los venezolanos, debería haber comprometido  su majestad, y  en forma irrestricta, para emitir un aval público incondicional.

Ante esta seria y comprometedora acusación, la sociedad venezolana  no se sintió involucrada ni comprometida, mientras no se había formulado la citada expresión de solidaridad incondicional de parte del Jefe de Estado. Porque, después de todo, las autoridades norteamericanas no estaban  emitiendo acusaciones en contra de la sociedad venezolana. Es una acusación de carácter personal que, al no ser aclarada, sí salpica a todos los habitantes, por igual.

Deben ser los tribunales nacionales e internacionales los llamados a hacer posible que se administre justicia transparentemente. Y eso incluye, desde luego, la posibilidad de demostrar inocencia, como de adjudicar responsabilidades a quienes corresponda.

A los venezolanos ajenos al posible hecho que motiva la acusación, hoy sólo les queda la posibilidad de ejercer su derecho a exigir que se sepa cuál es la verdad. El que no la debe no la teme, reza una expresión popular. Y es al acusado, a quien le corresponde  defenderse con valentía, hasta demostrar, si ese fuera el caso,  que está siendo objeto de un injusto tratamiento público mundial.

Desde luego, si eso no sucediera en esos términos, nadie, dentro y fuera del país, podrá evitar que se mantenga activa una situación que enloda    el  ya maltratado gentilicio de los ciudadanos venezolanos.
Al igual que en el desplazamiento en una montaña rusa, acusado y ciudadanía injustamente maltratada no pueden ignorar que esta situación no puede supeditarse a la posibilidad de que aparezca otro escándalo que lo minimice. Hay que agarrarse fuerte de las alternativas institucionales que permiten precisar en dónde está la verdad y quién miente. De igual manera,  apretar los dientes cuando sea necesario,  y cuidar el uso inteligente de las expresiones públicas, sin desatender lo otro no menos importante: prepararse para seguir el viaje de la vida, más allá de sentirse lanzados en otra bajada a toda velocidad y con los ojos cerrados.

Después de todo, lo que la mayoría de los venezolanos añora, día y noche, es que  la unidad de desplazamiento con todos ellos adentro no se descarrile, y que alguna vez termine lo que, por momentos, pareciera no ser una pesadilla, es decir, los escándalos. Porque mientras nada se aclare, la verdad, con medios o sin medios de comunicación, siempre se impondrá.

Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
@egildolujan
Coordinador Nacional 
de Independientes por el Progreso (IPP) 
Gente 
Miranda - Venezuela

Eviado a nuestros correos por
Edecio Brito Escobar
ebritoe@gmail.com
CNP-314

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