PIDO LA PALABRA
Ante la avalancha de problemas que sorprendieron al país, el venezolano
se vio absorbido por la indiferencia que lo sacudió. Tanto fue, que recurrió a
argucias que además de zarandearlo, terminó apocándolo.
Entre las tácticas políticas tomadas de cualquier manual de guerra
militar, está la de confundir al enemigo. Práctica ésta tan antigua, que el
mismo Sun Tzu, hace más de dos mil quinientos años, elaboró con propósitos
bélicos específicos. Confundir, ha servido también como estrategia. La
intención, más que enmarañar situaciones que permitan alcanzar la victoria
rápidamente, luego de complicar las condiciones alrededor de las cuales se
establece la insurrección, es asentir consideraciones capaces de inducir el
engaño necesario por el cual el enemigo tienda a imaginarse realidades que por
presumidas, son equivocadas. Es el momento para desguarnecer al enemigo sin que
advierta la maniobra del contrario.
Es la idea que desde el ejercicio de la política, buscan concretar
quienes abusando de facultades y recursos, llevan adelante para así ganar el
espacio político suficiente que pueda garantizar la victoria deseada y
trajinada. Sólo que no siempre dicha táctica deviene en triunfo. Sobre todo, cuando
la confusión perseguida, se convierte en el problema que mantiene inmovilizado
a quien intenta arreciar el conflicto desde la palestra del poder.
Tan grave maraña resulta en una crisis de voluntad política que arrastra
otra crisis de tipo emocional y que, por natural reacción, toca situaciones
políticas dominadas por presunciones que no alcanzan realidades concretas.
Justamente, el caldo de cultivo de situación-problemas con la capacidad
intrínseca para desmontar cualquier configuración que la historia haya podido
elaborar en beneficio de las tradiciones sobre las cuales cabalga la cultura de
una sociedad.
Es precisamente, el lugar común que ocupa el conformismo como recurso de
resignación de una población ante la posibilidad de verse atropellada por las
contingencias provocadas por un gobierno obtuso y reaccionario. Pero también,
es lugar común de los miedos que alimentan la anomia entendida como el estado
de desorganización social a partir del cual se alimenta el desmantelamiento de
normas tan esenciales como las constitucionales. Pero al lado de estas
realidades, puede igualmente surgir la apatía a consecuencia de la
desmoralización que afecta a una población irrumpida por la subestimación en la
que se sumerge por causa de la crisis de voluntad política que la atrapa.
Este es el problema que padece el venezolano toda vez que la estrategia
de confusión azuzada por un alto gobierno igual o peormente enredado por
propuestas que no alcanzó a cumplir, por desesperación tanto como por
ineptitud, hizo que arreciaran dificultades de todo orden y naturaleza. Hacia
fuera y hacia adentro. En medio de tal desguace de fortalezas, comenzó a
afectarse la idiosincrasia del venezolano reduciendo sus expectativas al menor
grado posible. Tanto, que ante la avalancha de problemas que sorprendieron al
país, el venezolano se vio absorbido por la indiferencia que lo sacudió. Tanto
fue, que recurrió a argucias que además de zarandearlo, terminó apocándolo.
Para ello, se obligó a inventarse fórmulas de supervivencia económica y de
subsistencia política. Así nació el bachaquero. Se potenció la delincuencia. Se
multiplicó la corrupción en todas sus manifestaciones. El país se tornó un
revoltillo del quinto infierno. Y todo derivó de posturas asumidas por
venezolanos que se resignaron a vivir entre ¿el conformismo, el miedo o la
apatía?
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
Merida - Venezuela
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