miércoles, 1 de marzo de 2017

CESAR YEGRES M., MIERCOLES DE CENIZA

SUCRE POSIBLE

Esta historia la he narrado en varias ocasiones, pero dado que hoy es el día de Miércoles de Ceniza, nos parece conveniente volverla a relatar. Me encontraba en México, estudiando en 1964, y ese día, me dispongo ir a la Catedral para comulgar y que se me colocara la cruz de ceniza en la frente. La noche anterior han llegado a Ciudad México, provenientes de Chiapias, sur de la República, un  millar de indiecitos ataviados con su traje típico, camisa blanca y  pantalón corto del mismo color.

La Avenida que conduce al Zócalo, sitio donde se encuentra la Catedral, es la Netzahualcoyolt, arteria que en sus últimas 14  cuadras, el pavimento no es de asfalto ni de cemento, son adoquines. En cada cuadra hay un monumento de piedra alegórico al Vía Crucis. Aquel inmenso grupo humano,  de la representación indígena,  hace ese recorrido de rodillas.. No acceden al Templo, se quedan en la inmensa Plazoleta del Zócalo y allí, unos 60 o 70 sacerdotes le dan la comunión y le impregnan la frente con la señal de la cruz. Han llegado con las rodillas sangrantes, laceradas por el maltrato de los adoquines; sin embargo si sienten dolor no lo manifiestan, todo lo contrario, en sus rostros hay una alegría sublime por su encuentro con el Señor, en quien creen y a quien respetan.

Concluida la ceremonia, se retiran con el gozo infinito de haber recibido la gracia de Dios. Ese ritual se repite cada año y es la más conmovedora manifestación de fe que yo haya presenciado en mi existencia.

El compromiso de la creencia constituye un estado de toma de conciencia y allí radica el inmenso significado de la fe. Ello da trascendencia al sentido religioso de la vida, aun cuando no todos somos capaces de comprenderlo. Aquella multitud, que no dispone de mayor formación, la mayoría si apenas saben medio leer, nos brindan con su ejemplo, el testimonio de una fe superior. Alguien pudiera calificar ese hecho como idolatría o una noción sacrílega de lo que es Dios. Los antiguos entendieron que la “revelación” no es algo estático, fijo e inmutable, por ello, tanto judíos, musulmanes y cristianos supieron que la verdad revelada es simbólica. La revelación no es un acontecimiento del pasado, es un proceso creativo, siempre en curso.

Creer en Dios es más sencillo, cuando convertimos nuestras creencias en una práctica de amor, desprendimiento y sentido de la caridad. Esos indígenas mexicanos creen  en el Ser Superior,  sin complicaciones teológicas, doctrinarias o filosóficas.


César Augusto Yegres Morales
caym343@hotmail.com
@cayegresm
Sucre-Venezuela

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