miércoles, 6 de febrero de 2019

ALFREDO M. CEPERO, EN EL UMBRAL DE LA BARBARIE


"Cualquier país que acepta el aborto no está enseñando a su pueblo a amar, sino a utilizar la violencia para lograr sus objetivos". Madre Teresa de Calcuta.



Analizados a la luz de cualquier parámetro, los Estados Unidos son la primera potencia del mundo. Son la primera potencia en poderío militar, prosperidad económica y estabilidad política. Han triunfado en dos guerras mundiales y ganado la guerra fría en su cruzada de salvar al mundo de la indignidad del totalitarismo. Con un Producto Interno Bruto de 19.39 millones de millones de dólares representan el 24 por ciento del Producto Interno Bruto total del resto de los países del mundo. Y son el único país del globo que en sus 243 años de existencia jamás ha sido escenario de un golpe de estado. Sin embargo, cualquiera que diga que los Estados Unidos no tienen motivo alguno para estar preocupados por su futuro estaría radicalmente equivocado.

El error consistiría en confundir lo accesorio con lo principal, los resultados con el principio. Los padres fundadores que se reunieron en Filadelfia en 1776 no se propusieron crear un imperio para dominar militarmente a nadie o ser la envidia económica del resto del mundo. Se propusieron y lo lograron crear una nación de hombres libres capaces de determinar sus vidas sin interferencias del estado y con el poder de dar órdenes a sus gobernantes. Una idea desconocida hasta el momento donde el soberano no sería ya el rey sino el pueblo. Una república constitucional renovada periódicamente a través de elecciones democráticas.

De ahí la importancia de que los ciudadanos se mantengan fieles a los principios de "vida, libertad y búsqueda de la felicidad" enunciados por Thomas Jefferson y ratificados por el resto de los padres fundadores en Filadelfia. Esos principios se encuentran bajo ataque en este momento por segmentos de la ciudadanía que anteponen sus intereses mezquinos, sus conveniencias personales y hasta sus caprichos individuales al bienestar y la estabilidad de la nación americana. El principio de la santidad de la vida humana es el que se encuentra en mayor peligro por estos días.

Y prueba al canto. El gobernador demócrata del Estado de Virginia, Ralph Northam, nada menos que un médico pediatra, describió en detalle hace unos días el horrífico procedimiento del aborto de un embarazo a término completo. Una criatura ya fuera del seno materno y con altas probabilidades de sobrevivir podía ser sacrificada por decisión de la madre y del médico que asistía en el parto. En sentido jurídico, tanto la madre como el médico que toman esta decisión se convierten en reos de infanticidio.

Tradicionalmente, se ha entendido por infanticidio "la muerte que la madre o alguno de sus próximos parientes dan al recién nacido con objeto de ocultar la deshonra por no ser la criatura fruto de legítimo matrimonio". Pero en este siglo XXI, esta definición resulta obsoleta. Ahora ya no se necesita el pretexto de la deshonra de la embarazada para realizar un aborto. La gente aborta sencillamente por conveniencia personal.

De hecho, según el Centro para el Control de Enfermedades, en el 2017 se realizaron 882,000 abortos en los Estados Unidos. Otra estadística que ilustra la dimensión de esta barbarie es que, en el año 2014, el 19 por ciento de los embarazos en los Estados Unidos terminaron en aborto. Y entre 1970 y el 2015, según el mismo centro, se realizaron más de 45 millones de abortos en este país.

Pero los Estados Unidos no están solos en esta masacre. Cuentan con la deshonrosa compañía de países donde aun predomina la cultura materialista y delincuencial de la filosofía comunista. En tal sentido, un informe emitido en 2013 por las Naciones Unidas, señala que solo nueve países del mundo tienen una tasa de abortos superior a la norteamericana. Los mismos son Bulgaria, Cuba, Estonia, Georgia, Rumania, Suecia, Rusia, Ucrania, y Kazajistán.

Para agudizar la situación, la nueva bancada demócrata en la Cámara de Representantes ha fortalecido la influencia de la izquierda dentro del partido. Según esta izquierda radical, el supuesto derecho de la mujer a abortar a su antojo se antepone a la santidad de la vida del feto en su seno materno. Lejos están los tiempos en que políticos demócratas como Hillary Clinton, Harry Reid y Joe Biden caminaban una cuerda floja política respaldando un aborto "seguro, legal y raro".

Se acabó el espacio para la moderación. El presidente del Comité Nacional Demócrata, Tom Perez, ha declarado que todos los norteamericanos deben de apoyar el derecho de toda mujer a tomar decisiones con respecto a su cuerpo y a su salud. Y fue aún más lejos diciendo:"Nuestro partido no apoyará a candidato alguno que se declare defensor de la vida".

Con esta declaración Tom Perez se mantiene en sintonía con la ominosa Planned Parenthood que es al mismo tiempo beneficiaria y donante de fondos públicos a candidatos del Partido Demócrata. Esta organización criminal donó cientos de miles de dólares a candidatos demócratas al Senado y la Cámara de Representantes en las elecciones del pasado mes de noviembre. Ni un mísero centavo a candidatos del Partido Republicano.

Afortunadamente para Donald Trump, esta radicalización del Partido Demócrata hacia la izquierda aumenta considerablemente sus probabilidades de reelección en 2020. Una encuesta de la firma Gallop en junio del año pasado arroja un resultado esperanzador para los defensores de la vida del no nacido. En aquel momento, solamente el 13 por ciento de los norteamericanos se declaró favorable al aborto en el tercer trimestre de embarazo. Y después del escándalo provocado por las recientes declaraciones del gobernador de Virginia un número mayor de norteamericanos podría rechazar este bárbaro procedimiento.

Todo esto explica el apoyo masivo de los cristianos evangélicos a Donald Trump. Líderes religiosos como Franklin Graham y Jerry Falwell Jr expresaron muy temprano su respaldo al presidente. Estos líderes pasaron por alto sus dos divorcios y su vida licenciosa para juzgarlo por su conducta en defensa de la vida humana y su apoyo al estado de Israel. Las estadísticas muestran que el 80 por ciento de los cristianos evangélicos votaron por Trump en las elecciones de 2016.

En cuanto a las elecciones de 2020, contrario a todos los vaticinios de sus enemigos enceguecidos por el odio, podrían traer consigo un aumento de la base política de Donald Trump. Unas elecciones que mostrarán si la sociedad norteamericana es o no capaz de alejarse de este umbral de la barbarie y retomar el camino edificante de sus padres fundadores. Un camino donde se respete la vida y se garanticen la libertad y la búsqueda de la felicidad.

Alfredo Cepero
@AlfredoCepero

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