Dos
temas han dominado la prensa mundial durante los últimos días. Uno: el
reconocimiento de EEUU a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela
seguido por el ultimátum de las naciones europeas a Nicolás Maduro para que
mostrara disposición a convocar nuevas elecciones. Dos: la ruptura del acuerdo nuclear
entre EE UU y Rusia. Los dos temas tienen un solo destinatario: Vladimir Putin.
Razón más que suficiente para que la mayoría de los comentaristas políticos
norteamericanos y europeos hubieran comenzado a hablar de “La Nueva Guerra
Fría”.
“Nueva
Guerra Fría”: Como titular de periódico es bueno. Como expresión de una nueva
realidad política internacional, tal vez. La llamada Guerra Fría -término
inventado por el escritor George Orwell en 1946- fue una confrontación
indirecta entre dos grandes potencias mundiales. Pero Rusia es hoy solo una
potencia regional (Obama dixit) aunque con pretensiones de erigirse en sucesora
de esa potencia mundial formada por la URSS y sus aliados. Es lo que justamente
quiere evitar -en continuidad con la política Obama- la administración Trump.
Parece ser también la filosofía que inspiró a Trump a romper el día 02.02-2019
con el así llamado Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF, por
sus siglas en inglés).
El
término “alcance intermedio” juega un rol fundamental. EE UU dispone de zonas
europeas para realizar operaciones de alcance intermedio y hará lo imposible
para que Putin no intente crearlas en las cercanías de los EE UU, es decir, en
América Latina. A partir de esa situación se explica el interés de Putin por
cultivar amistad con las “tres dictaduras”: Cuba, Nicaragua y Venezuela y, a su
vez, el interés de Trump para que Putin saque lo más pronto posible sus manos
de América Latina.
La
posición de Trump frente al tema venezolano tiene por lo tanto muy poco que ver
con la tragedia que vive Venezuela bajo la férula de Maduro . Lo que más
interesa a Trump es advertir a su colega Putin que los propósitos orientados a
expandir su radio de acción geopolítica tienen límites. Dicha posición cuadra
perfectamente con la premisa sentada en el pasado reciente por Henry Kissinger:
“Ninguna Cuba más en América Latina”. Si Kissinger alentó la instalación de
crueles dictaduras militares en el cono sur a fin de detener al “comunismo”,
hoy Trump levanta su mano en contra de Putin y también mueve negativamente el
dedo: “Aquí no, tú. Todavía mantenemos nuestras zonas de influencias. Con ellas
no te metas Vladimir”.
Trump
ha tenido hasta ahora un comportamiento repetuoso hacia Putin. Mucho más que
hacia Angela Merkel, para poner un ejemplo. Retiró incluso sus tropas de Siria
cediéndosela amablemente a Putin, aceptando que ese espacio le corresponde al
autócrata ruso por derecho propio al haber “pacificado” sangrientamente al país
y convertido al tirano Bashar al- Asad en su empleado personal. El problema es
que durante la implementación de esas decisiones bilaterales, Trump no se dignó
a hacer la menor consulta a sus ex aliados de Europa. Fiel a su creencia de que
solo él debe velar por los destinos de América, pasó por alto el hecho de que
Rusia es el principal adversario de la UE, el que alienta ultraderechas y
ultraizquierdas para desestabilizar a sus gobiernos, el que espera el primer
resquicio para recuperar posiciones perdidas por la ex URSS en Ucrania y probablemente
en los países bálticos. En ese marco hay que ubicar la ruptura de los convenios
relativos al armamento nuclear.
Trump
intenta, evidentemente, volver a utilizar el potencial atómico de los EE UU
como medio de disuasión sustituyendo, si es necesario, las armas de la política
por la política de las armas. Cree – y no le faltan razones – que personajes
como Kim Jong Un y Nicolás Maduro - no entienden otro lenguaje.
Por
eso Trump ha incluido amenazas militares a Maduro si es que no abandona el
poder en un plazo breve. Hecho que a su vez explica por qué los países europeos
dirigidos por el eje Alemania-Francia dan preferencia a una salida política al
dilema venezolano. Con ello intentan dificultosamente señalizar a la oposición
venezolana que en el espacio occidental no solo la voz de los EE UU es la que
cuenta. Pero tampoco podemos obviar que lo hacen velando por sus propios
intereses. En efecto, a ningún gobierno europeo escapa que si Trump llegara a
proceder militarmente en contra de Maduro, Rusia se encontraría con pleno
derecho para hacer lo mismo en Ucrania poniendo así en peligro la paz europea.
Quienes más deben temer una agresión militar a Venezuela son seguramente los
ucranianos. Es seguramente ese eventual contragolpe putinista lo que interesa evitar
a los gobernantes europeos cuando intentan cerrar la grieta venezolana
utilizando medios políticos.
Venezuela,
para todos los poderes involucrados, no es un fin en sí. Y para Europa es antes
que nada un medio para evitar el comienzo de una escalación que bien podría
escapar al control de todos. Hay por lo tanto una competencia velada entre dos
estrategias: la unilateral -en el mejor de los casos, bi-lateral- de Trump y la
multilateral de la EU. ¿Cuál de las dos logrará imponerse? Trump lleva por el momento
ventajas. Sus decisiones no pasan por largas discusiones con otros gobiernos,
cuenta con los medios para imponerse y está muy interesado en recuperar la
hegemonía militar de los EE UU en el hemisferio occidental. ¿Y cuál será el
precio? Todavía no lo sabemos. Pero si Trump sube la intensidad de sus
presiones, no será muy bajo. Para los venezolanos en todo caso, no.
En
síntesis : si todavía es apresurado hablar de una nueva Guerra Fría, han
aparecido por lo menos dos “elementos” constitutivos de la primera: Competencia
feroz en el plano nuclear y exportación de los conflictos hacia otras zonas,
evitándose así una confrontación directa. La diferencia entre las dos guerras
frías (si es que de verdad hay una segunda) es que los conflictos esta vez no
serán bi-polares sino multipolares, vale decir, entre diversos poderes
mundiales. Putin, visto así, se encuentra más cerca de las otras potencias
nucleares (China, Corea del Norte, Irán) que Trump. Una amplia coalición
nuclear anti-norteamericana solo podría ser contrarrestada con una reedición
del antiguo “pacto atlántico”, el mismo que Trump acaba de echar por la borda
al desligar el destino de su nación con el de los países europeos. Pero estas,
por el momento, son hipótesis.
Lo
que sí sabemos es que la suerte de Venezuela no solo depende de Venezuela.
Sabemos también que en la cuenta criminal del régimen militar de Maduro hay que
agregar el haber convertido a su país en una carta a ser jugada por las
potencias militares del planeta. Y por último, sabemos también que en caso de
una escalación del conflicto internacional, la peor parte la pagará Venezuela .
Ojalá no sea así. El pueblo de Simón Bolivar y Andrés Bello ya ha sufrido
demasiado.
Fernando
Mires
@FernandoMiresOl
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