Los
venezolanos tenemos 40 años viendo entrar y salir del poder a distintas élites
políticas y empresariales, quienes se las han arreglado para usurpar los
beneficios de la renta petrolera y al mismo tiempo, por la vía de la
socialización de las pérdidas, transferir a la población los enormes costos
económicos generados por su incompetencia, su derroche y su corrupción.
La
nación demanda ideas de gran aliento que produzcan resultados positivos en el
corto, mediano y largo plazo. Una razonable certidumbre respecto a un mejor
futuro. No espejismos asociados a figuras, con uniforme o sin él, a las cuales
les atribuimos facultades providenciales. La realidad es que tenemos un Estado
que concentra cada vez más riqueza y poder, pero paradójicamente, cada vez se
extiende más la sensación de que estamos peligrosamente expuestos a un desorden
institucional deliberado. Se desdibuja el imperio de la Ley y se enseñorea la
arbitrariedad. Necesitamos un liderazgo político y un sector estatal que sea
fuerte y eficiente en la esfera de sus competencias, a saber: seguridad
jurídica, seguridad personal y desarrollo de nuestra infraestructura física. Un
orden que garantice la vida, la libertad y la propiedad de las personas.
La
fea cara que nos muestra el desastre de los últimos 40 años, durante los cuales
hicimos uso de recursos casi ilimitados y curiosamente obtuvimos resultados
económicos decrecientes, con un aguacero de petrodólares que cayó sobre el
suelo de la patria pero que devino en devaluación, inflación, fuga de capitales
y endeudamiento público masivo, nos hace olvidar que Venezuela fue en un
tiempo, no muy remoto, un lugar en donde existió una formidable movilidad
social, lo cual permitió que centeneras de miles de depauperadas familias
campesinas pasaran de la vida en conuco a un bloque del Banco Obrero y de allí
a un apartamento de propiedad horizontal. Existió años atrás un país en donde
un iletrado no sólo se alfabetizaba sino que podía ver a un hijo suyo graduarse
en la universidad o egresar de la academia militar; una nación en donde sus
élites dirigentes se formaban en el sistema de enseñanza pública.
Tuvimos
una nación que en las primeras décadas del Siglo XX pasó de ser un rincón
oscuro del planeta a convertirse en el primer exportador de petróleo del mundo,
que tuvo una moneda sólida que no se devaluó en casi 100 años, donde la
inflación era un dato desconocido, que experimentó un crecimiento económico
sostenido superior a países como Alemania, Canadá Francia y EEUU, con un
Instituto de los Seguros Sociales que era ejemplo en América Latina y donde
había abundantes empleos productivos y el salario básico alcanzaba para mucho
más que comer. Un país receptor masivo de inmigrantes, con suficientes jueces y
fiscales para administrar y dispensar justicia oportuna y donde policías de
punto nos garantizaba transitar seguros por las calles o dormir tranquilos en
nuestras casas. Esa Venezuela que tuvimos de 1930 a 1977 desapareció, fue
sustituida por una que en 20 años creo las condiciones que engendraron la
pesadilla económica que vivimos hoy.
Identifiquemos
bien problema que tenemos por delante. Sin duda hemos padecido un sector
político y empresarial rapaz, que prevalidos del poder y los favores del
Estado, han concentrado y sigue concentrando toda la riqueza nacional,
administrando en nuestro nombre los bienes y activos de la república para
provecho de sus economías privadas.
Es
menester alinearnos en torno a un nuevo y amplio consenso nacional alternativo
que permita atender la verdadera causa de nuestra degradación material y moral.
Por un lado existe una minoría burocrática, que con y sin uniforme, ejerce el
abuso, atropella y detenta irritantes privilegios, los cuales le permiten
acomodarse confortablemente dentro del presupuesto nacional, ejerciendo la usurpación
de la renta petrolera y haciendo lucrativos negocios que se fomentan a la
sombra del poder político. Por otro lado existe otra Venezuela, conformada por
una vasta porción de compatriotas descontentos, que son víctimas del abuso, no
tienen privilegios, ni los solicitan, que nunca cabrán sustentablemente dentro
del presupuesto nacional y que apenas si se han enterado de la existencia de la
riqueza petrolera. En ese otro país hay venezolanos que han tenido la
oportunidad de hacer bienes de fortuna de forma honesta con su esfuerzo y
sudor. Hay también millones de conciudadanos que no han tenido esas mismas
oportunidades económicas pero que viven honestamente de su trabajo. Todos ellos
han sufrido y sufren por igual las consecuencias de un modelo en el cual los
gobiernos dan y quitan privilegios.
En
Venezuela no hacía ni hace falta una revolución, sino una devolución efectiva y
sostenida que permita recuperar lo mucho que nos ha quitado la rapacidad de
unos pocos. Nuestro país reclama que regrese la estabilidad y fortaleza de su
moneda, la posibilidad de ahorrar, el poder adquisitivo de sus salarios, sus
empleos productivos, su seguridad personal y jurídica, junto con su derecho a
elegir libremente la mejor manera de ganarse lícitamente la vida y disfrutar de
los frutos de su trabajo.
Podemos
instaurar un régimen político y económico sustentado sobre la base de
principios modernos, donde los recursos públicos sean realmente del público y
no del Estado y éstos puedan ser conducidos y aprovechados directamente por los
sectores populares a través de mecanismos privados de libre selección que
amplíen su horizonte de opciones y fortalezcan a cada uno su soberanía
individual.
A
estas alturas, habiendo experimentado los efectos reales que produce siempre el
socialismo de cualquier signo y siglo, no hay espacio para pensar en la
continuidad de lo que hay ni en el regreso a lo que había antes de 1999. Por
eso, una advertencia pertinente. A mis conciudadanos les recuerdo lo que una
vez escribió el filósofo y economista afronorteamericano Thomas Sowell: “ Nunca
pongas tu bienestar económico en manos de personas que jamás pagarán por sus
equivocaciones.”
Pedro
Elías Hernández
@pedroeliashb
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