La
relación entre el país y Nicolás Maduro nunca ha sido buena. Apenas un mes
después de la muerte de Hugo Chávez, cuando se realizaron las elecciones en
abril de 2013, Maduro apenas pudo obtener un apretado y cuestionado triunfo
frente a Henrique Capriles. Desde ese momento comenzó una relación tormentosa
entre el heredero designado por el caudillo fallecido y la inmensa mayoría de
los venezolanos. Cristalizó la profecía de
Diosdado Cabello cuando dijo: la oposición va a añorar al comandante,
quien es el único capaz de contener a los locos que lo rodean (se incluía a sí mismo).
Con Maduro se desataron todos los demonios. Los precios del petróleo comenzaron
a declinar. La incapacidad intrínseca del socialismo del siglo XXI y la
naturaleza perversa de ese modelo, atenuada por el carisma y simpatía de
Chávez, se rebelaron en toda su magnitud una vez desaparecido su inspirador.
Ahora esa falta de empatía entre
Maduro y los venezolanos, se tornó en
antipatía total. En divorcio irreconciliable. La gente no quiere a
Maduro por infinitas razones. Aunque no es sólo su culpa, a él aparece asociada
la hiperinflación, el fenómeno económico más erosivo de la calidad de vida. La
diáspora de millones de venezolanos. La
escasez de medicinas. El deterioro de los servicios públicos. La inseguridad personal.
El desempleo. Los innumerables males que
padece el país, se presentan enlazados con su desempeño en Miraflores.
Nada le sale bien. Pretende hacer una gracia y se le convierte en morisqueta.
Maduro se transformó en el obstáculo que debe removerse para que el país se
destrabe y comience a marchar de nuevo.
Se encuentra aislado, deslegitimado
y desprestigiado. Su soporte fundamental se encuentra en algunos miembros
prominentes de la cúpula militar, China y Rusia, regímenes autoritarios donde
la democracia despareció, y los representantes más agresivos de la tiranía
castrista: el ejército cubano y el G2. Maduro todavía ejerce el control del
Sebin y es capaz de movilizar algunos colectivos capaces de generar inquietud
en la población. A las marchas que convoca asiste muy poca gente. Perdió la
iniciativa política.
Las
recomendaciones de sus asesores, o las que son producto de su propia
imaginación, dan pena. Descalifica la millonaria ayuda humanitaria ofrecida por
países y reconocidos organismos internacionales. Coloca unos contenedores en el
puente Las Tienditas que bloquean el acceso de alimentos y medicinas al
territorio nacional. ¿No es él quien invoca hasta el cansancio la tesis de que
su gobierno ha sido bloqueado por una conjura internacional? ¿Quién es,
entonces, el verdadero bloqueador?
Dice
que Venezuela no necesita ‘limosnas’. Pero, a la vez, acepta la ayuda que Rusia
le brinda enviándole medicinas. ¿Debido a que proviene de uno de sus socios,
ese auxilio no es una limosna, sino un apoyo fraternal? Al multitudinario
concierto convocado en Cúcuta con figuras de alcance internacional, le opone
un melancólico encuentro de artistas
bolivarianos. Expulsó de Venezuela a los
eurodiputados, cuando necesita con urgencia en el viejo continente de
parlamentarios que le tiendan la mano y le laven el rostro autoritario.
Maduro
luce desconcertado, errático y desesperado. Parece haber optado por librar un
enfrentamiento que no tiene ninguna posibilidad de ganar. Se atrincheró
Miraflores. Es el nuevo defensor del puesto. No le importa el destino del país.
No le interesa si Venezuela continúa arruinándose. Le importa
un bledo que todos los indicadores económicos y sociales sigan deteriorándose,
tal como sucederá mientras él permanezca obstaculizando el proceso de
transición. En su presencia no habrá reactivación económica, ni tranquilidad,
ni paz. La nación seguirá sumida en el caos.
Esa
será una de las caras de la moneda. La otra será la lucha de los venezolanos
por reconquistar la democracia. La gente está viviendo un momento estelar.
Optimista. Como nunca antes contamos con el apoyo internacional. Los
principales factores internos también se han alineado para concentrar las
fuerzas en el cese de la usurpación, el gobierno de transición y las elecciones
democráticas.
Maduro,
afincado en la fuerza de la represión, podrá aguantar algún tiempo la
gigantesca presión interna y externa que se desató contra él. Lo que no logrará
es gobernar a una sociedad que se cansó de su torpeza y arrogancia. Frente a él
se abre un panorama con una clara disyuntiva: negocia su salida de la forma
menos traumática y dolorosa posible para él, sus colaboradores, el Psuv y el
país; o la conjunción de factores que han convergido para rescatar la libertad
le cobrarán su tozudez, su irresponsabilidad y su desprecio por la nación.
Vuelta
atrás no habrá. Llegamos a un punto donde se trata de elegir entre Venezuela o
Maduro. La opción es clara. Todas las formas de resistencia están abiertas.
Combinadas triunfarán. ¡Vamos bien!
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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