La solución a la catástrofe ecológica no está en el
socialismo.
El marxismo originalmente entendió la escasez como
fenómeno social producto de la explotación capitalista, profetizando en la
etapa superior del socialismo una abundancia ilimitada; asumió que los recursos
serían abundantes y no escasos. En la realidad material objetiva es exactamente
al revés: la escasez es un hecho económico del que únicamente nos libramos
parcialmente a través de economías capitalistas de mercado y el socialismo se
ha revelado como un sistema económico inviable que mientras se sostiene está
signado por la escasez, improductividad, explotación y miseria.
Una posibilidad ante el choque con la realidad era una
síntesis marxista maltusiana que se desdijese de alguna manera de la promesa de
abundancia socialista, pero manteniendo por otras vía la profecía de
inevitabilidad del triunfo socialista.
“Marx creía (…) que las clases trabajadoras se verían
cada vez más empobrecidas y el creciente conflicto entre capitalista y
trabajador llevaría a las situaciones de cambio revolucionario (…) una
explicación de por qué ha fallado en materializarse —hasta ahora— la predicción
de Marx, aparece a partir del mejor conocimiento de los procesos económicos
como consecuencia de la reciente preocupación por el medio ambiente. Como
apunté en The Closing Circle, ‘Una empresa que contamina el medio ambiente está
por tanto viéndose subsidiada por la sociedad; en esta medida, la llamada libre
empresa no es completamente privada’. También he apuntado que esta situación
lleva a ‘un efecto colchón temporal de ‘deuda con la naturaleza’ representado
por la degradación de medio ambiente en el conflicto entre el empresario y el
asalariado, que al llegar ahora a sus límites puede revelarse en toda su
crudeza…’ En este sentido la aparición de una inmensa crisis en el ecosistema
puede considerarse, a su vez, como la señal de una crisis emergente en el
sistema económico”, afirmó el neomarxista británico Barry Commoner.
La clave de esa síntesis es que el socialismo renuncia
a prometer una capacidad de producción superior a la del capitalismo, y
construye una teoría ecologista de la reducción del consumo mediante la
planificación central de la distribución. Lo paradójico de eso es que equivale
a justificar la apropiación estatal de los medios de producción y la
planificación central de la economía como mecanismo, no de la justicia
redistributiva o la supuesta superioridad racional de la planificación, sino de
la imposición de un racionamiento que garantice la drástica reducción del
consumo, en función de la dudosa reducción del impacto ecológico.
Es algo que hoy se predica y adelanta tanto en función
del control directo como del indirecto del Estado sobre la producción. Y en una
curiosa versión, en función control del indirecto de las burocracias
transnacionales de organismos multilaterales, sobre los medios de producción a
través del control de estados nacionales cada vez menos soberanos. Estamos ante
dos problemas distintos, aunque interdependientes, de una parte están los
potenciales riesgos que el impacto ambiental de una civilización pueda llegar a
representar para su supervivencia. En el propio proceso civilizatorio hay
factores que tienden a reducir tal impacto por debajo de un punto de quiebre y
desviaciones que pueden neutralizar los anteriores y empujar a una civilización
al desastre.
La gran paradoja actual en la confluencia global de
civilizaciones, es que se proponga el socialismo en sentido amplio como
solución global a los impactos ambientales de la propia civilización, ya que
tal planificación no tiene la capacidad de solucionar problemas de tal
complejidad porque lo que se propone es un sistema económico inviable en sí
mismo, e incapaz de la eficiencia económica sin la que la reducción de
cualquier impacto ambiental es simplemente imposible. Más allá de los
diagnósticos sesgados y las predicciones falsas del ecologismo politizado, el
mayor y menos discutido problema es las costosísimas políticas de planificación
central a escala global están sometidas a la bien conocida inviabilidad a largo
plazo del socialismo, por lo que colapsarán inevitablemente por sus propias, e
irresolubles contradicciones internas.
El gran dilema es que, en la medida que sea una
variante del socialismo en sentido amplio la solución propugnada por los
llamados expertos y propagandistas de problemas ecológicos —independientemente
del que sean problemas reales o inventados, exactos o exagerados— producto del
impacto ambiental de la civilización industrial sobre el entorno, terminarán
ocasionando mediante efectos no intencionados mayor daño ambiental que el que
intentaban evitar o corregir.
En la medida en que el socialismo en sentido amplio
como política ambiental garantiza su propio fracaso catastrófico a largo plazo,
y es únicamente dentro de los mecanismos del orden espontáneo evolutivo de la
civilización que pueden emerger soluciones viables a los problemas ambientales
reales, el peligro del intervencionismo creciente al debilitar la capacidad
adaptativa del descubrimiento en el mercado, las soluciones surgidas de
mercados severamente interferidos y debilitados no alcanzaran a corregir a
tiempo efectos en cascada de ciertos impactos, con lo que la humanidad se
habría encerrado en un callejón sin salida.
Otra posibilidad cada vez más amenazante es que
sumemos los riesgos convergentes de colapso económico, político, cultural y
ecológico en un mismo tiempo y lugar —y nada menos que alguna de las grandes
economías del planeta— por la voluntariosa insistencia en aplicar
pseudosoluciones inviables a los problemas emergentes en cada una de dichas
áreas. La escala del colapso sería tal que sus efectos alcanzarían a toda la
humanidad restante. O lo que es peor, de aplicar las pseudosoluciones
socialistas a escala global —lo que propugnan los socialistas de hoy y sus
tontos útiles de siempre— dejaremos las ruinas de toda civilización y los
cadáveres de toda la humanidad como la evidencia definitiva del que el
socialismo es perfectamente capaz de generar un colapso civilizatorio de la
magnitud necesaria para la extinción de la especie. Y a nadie capaz de
entenderlo.
Guillermo Rodríguez
@grgdesdevzla
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