Con motivo
del desconocimiento del ilegítimo mandato de Nicolás Maduro por la mayor parte de los países del mundo
occidental, desde el pasado 10 de enero, cuando se le venció su periodo
presidencial de seis años, se ha venido hablando de un proceso de transición en
Venezuela que la llevaría a pasar del autoritarismo vigente a la democracia
nuevamente.
Dado que
sobre el tema no existen reglas fijas, aunque si experiencias distintas en varios países, las comparaciones no dejan
de surgir. En este sentido hay quienes consideran que el patrón de transición
política que mas se ajustaría al caso venezolano sería el español,
basándose quizás en lo exitoso del mismo, si se juzga por los
resultados alcanzados en el relativamente corto tiempo empleado por sus
protagonistas, así como en su proceso de consolidación posterior de la
democracia, con el triunfo de Felipe González en el año 1982, en las segundas
elecciones siguientes a la promulgación de la nueva Constitución en diciembre
de 1978.
Adicionalmente,
habría que subrayar el hecho importantísimo, de que dicho camino a la
democracia se hizo de forma pacífica, sin violencia, ni derramamiento de
sangre. Esto último cobra una significación particular en el caso venezolano,
pues quienes aupan dicho modelo, piensan que la polarización lograda por el
“chavismo” en estas dos décadas, exacerbando al extremo elementos
políticos,económicos, culturales e, incluso, raciales, con el propósito de
generar antagonismo y odio entre las diferentes clases de la sociedad
venezolana, es en cierto modo similar al existente en España entre republicanos y franquistas o
monárquicos, estas dos últimas categorías vistas como iguales, o bien entre el
separatismo, los crímenes de ETA aun invaden los recuerdos de la gente, y el nacionalismo. Una razón mas, por la cual,
la transición española podría servir como guia a la venezolana, no obstante
aquellas diferencias y rivalidades tan acentuadas.
Sin embargo, debemos estar conscientes de que
mas allá de la anterior referencia, y
por mas que el modelo parezca deseable, la comparación entre la
situación por la cual atraviesa Venezuela actualmente y la de España de mediados de los setenta, no son ni
siquiera parecidas. De hecho hay
dsitinciones de fondo provenientes de las circunstancias políticas de cada país
y de su momento histórico.
Si bien el
franquismo después de medio siglo permeó la sociedad española en todas sus capas, incluidas, sin que esto fuera un absoluto, la
obrera y la profesional, también es
cierto que una buena parte de la intelectualidad española de espíritu
progresista seguía siendo partidaria de
la república y de la democracia, situándose muchos en el socialismo de
avanzada. Pero mientras que allí la
izquierda clandestina era opuesta a la dictadura, en Venezuela ocurre lo
contrario gobernando una izquierda desde hace veinte años que no es precisamente democrática, no
obstante el cúmulo de elecciones ganadas. Una
izquierda que no se parece en
nada a la verdadera si es que existe, y no precisamente llena de intelectuales.
Lo mismo ocurre con instituciones como la
Iglesia y los organismos
patronales, que en la España de Franco formaban parte del sistema corporativo,
mientras que en la Venezuela de Maduro se sitúan en la acera de enfrente.
No por
casualidad, es el ejército el único punto común de apoyo de ambos sistemas
autoritarios. Pero con una diferencia, los militares en Venezuela están
cuadrados con el poder del que forman parte
por otro tipo de intereses mas allá de los meramente políticos.
Conforman una casta, es verdad, como en España, pero allí
desaparecido Franco esos intereses dejaron de ser comunes y los militares en
general no se opusieron a la transición.
En Venezuela, por el contrario, el alto mando se aferra al poder.
En cualquier
caso, una transición política, requiere de ciertos factores que todavía no se
han hecho presentes en la Venezuela de hoy, pero que son absolutamente
necesarios, como lo sería la aparición o
surgimiento de un desencadenante; un suceso que por su impacto e importancia
precipite los acontecimientos. Un buen ejemplo de esto lo tendríamos en la participación de las fuerzas armadas en
dicho proceso de transición de manera
activa o bien de manera pasiva. O también en iniciativas provenientes de
la élite autoritaria, como por ejemplo,
un reconocimiento del régimen de la situación de crisis actual o el
establecimiento de fechas para la entrega del poder a un gobierno de transición
que se encargue de la convocatoria y regulación de unas elecciones libres,
transparentes y democráticas.
En el caso
de España ese hito se dio con la muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975. A
partir de ese momento, arranca una transición que, en cierta forma, ya había
sido iniciada por él, al designar en
1969 como su sucesor, dentro de la Ley de Sucesión de la Jefatura del Estado, a
quien se conocería después como Juan Carlos I, uno de los varios actores
principales en la configuración de la democracia española. Maduro, por el
contrario, si bien fue el sucesor de Chávez, nombrado por el mismo con la
claridad de la luna llena, el 6 de diciembre del 2012, en lugar de impulsar la
redemocratización del país, se encargó de aplicar una receta mas stalinista que
otra cosa, en una sociedad, cansada, golpeada y saturada de calamidades
sociales y económicas asfixiantes para la mayor parte de su población.
En
Venezuela, la transición es un proceso que dependiendo como se mire, puede
decirse que ni siquiera ha empezado, a diferencia de España donde el asunto
estaba ya encaminado y se hizo una realidad con la muerte del caudillo. Por lo
que su escenario se asemeja mas al episodio de la enfermedad y posterior muerte de Chàvez, del 2012-2013,
que al actual del 2019.
Si los doce
años de gobierno de Chávez significaron la transición hacia el autoritarismo,
los seis de Maduro marcan su apogeo,
al igual que el inicio del declive del
“chavismo” y de su ciclo de vida. Ya se dejó pasar de manera irresponsable una
oportunidad única hace seis años, sería imperdonable repetirlo.
José Luis
Mendez La Fuente
@xlmlf
No hay comentarios:
Publicar un comentario