La
dinámica de los eventos en este momento puede devenir en una combinación
peligrosa de factores y elementos que lo hagan semejantes a experiencias poco
exitosas vividas por la oposición en el
pasado como consecuencia del reciente fracaso del método “sí o sí”. Hablamos
del “carmonazo”, la exposición de los militares activos en la Plaza Altamira y
el paro petrolero.
Estas
tres circunstancias, ocurridas por separado de impacto negativo cada una, se
estarían copiando en este momento de forma simultánea, con el riesgo de copiar
también sus resultados de no cambiarse la estrategia de blitzkrieg, o guerra
relámpago, que los hechos indican agotada. Juramentas un nuevo presidente, pero
esta vez sin pisar Miraflores; ya no tienes el control sobre PDVSA para una paralización de la industria, pero
activas un embargo petrolero externo que puede generar resultados inversos a
los deseados; intentaste pronunciamientos de funcionarios militares desarmados
dentro del país en una plaza pública exponiéndolos inútilmente y ahora haces
algo similar pero allende la frontera.
La
gran diferencia ahora respecto a los sucedido más de 15 años antes, es el
amplio respaldo internacional con el que cuenta la oposición que controla la
A.N, el cual pudo haberse debilitado y
fragmentado si se continuaba asomando de manera insensata la posibilidad de una
intervención militar extranjera como forma de resolver el conflicto venezolano.
Las posiciones de la Unión Europa, el grupo de Lima y de los propios EE.UU
sobre el uso de la fuerza en nuestro país, han puesto las cosas en su lugar.
Hay
que jugar con las dos cartas más poderosas que se tienen disponible: el
respaldo del mundo democrático occidental, pero sobre todo el apoyo popular
interno. Estos dos factores, administrándolos correctamente, en el contexto de
otra estrategia de mayor aliento, deben dar paso a una negociación que permita
pactar unas elecciones libres o algún tipo de consulta popular vía referéndum
consultivo, con nuevas autoridades electorales que generen confianza en un
plazo razonable para visualizar una solución en el horizonte. De no usarse
debidamente estos dos inmensos aliados, los mismos se pueden desdibujar y
debilitar. Hay que tener en cuenta que
la tarea de la conducción política no es sumarse a las corrientes de opinión
dominantes, sino influir sobre ellas. De esta forma se pueden manejar mejor las
expectativas que se cifran las personas y disipar espejismos. El liderazgo no
está para complacer emociones, sino para que éstas le impriman energía vital en
la dirección correcta a la causa a la cual sirven.
Existen
varios indicios que hacen suponer que si la crisis política venezolana no tiene
un desenlace rápido, se irá imponiendo inexorablemente algo que se conoce como la realpolitik. El
gobernador del estado de Roraima en Brasil, dirigente del Partido PSL de Jair
Bolsonaro, se reúne con Ministros de Nicolás Maduro para resolver el asunto de
la frontera sur venezolana; una comisión científica de juristas internacionales
altamente calificada del Bundestag alemán emite un informe que cuestiona el
reconocimiento de Alemania a un jefe de
Estado de forma calificada como injerencista y que no tiene control sobre su
territorio nacional; la UE no reconoce a los diplomáticos designados por Guaidó
como embajadores, sino sólo como sus representantes personales; se evidencia,
de forma aun no expresa sino solapada, una merma del respaldo de los partidos
políticos de oposición representados en la A.N a Guaidó y una tendencia al
desencanto popular impulsada por la impaciencia inmediatista. Esta lucha contra
el proyecto autoritario en Venezuela se inscribe dentro de lo que se conoce en
la literatura sobre el tema como guerra
de posiciones y no de movimientos ni de maniobras temerarias. Se trata de una
lucha de acumulación de fuerzas en el tiempo, preservando los espacios
conquistados previamente y avanzando paso a paso para ganar más terreno. Se
suele olvidar que el control del poder legislativo venezolano fue una posición
ganada electoralmente en 2015 por la oposición. Encarar esta realidad
estratégica y táctica cara a cara con la audiencia que clama un cambio político
en el país es fundamental a objeto de administrar las energías en una carrera
que demanda fondo. De no hacerlo, se corre riesgo de regresar al castigo que
describe el mito griego de Sísifo.
Existen
también otros elementos a tomar en cuenta en este difícil juego político
venezolano. Si bien el mundo democrático occidental está en bloque a favor de
la causa por la libertad en Venezuela y en contra de Nicolás Maduro, sin
embargo no hay que desestimar los apoyos internacionales que tiene el
oficialismo y que durante muchos años fueron tejidos precisamente por Maduro
como Canciller de Chávez. Por primera vez en la
historia de los últimos 200 años, la supremacía económica del mundo
occidental no es avasallante. Según datos del Banco Mundial, el PIB planetario,
en virtud del fenómeno de la globalización económica, está repartido en partes
casi idénticas entre las democracias de occidente y los regímenes considerados
como “iliberales” de Europa oriental, Euro-Asia y Asia, es decir sistemas
políticos caracterizados por la ausencia de separación de los poderes públicos,
concentración del mando en líderes fuertes, autoritarismo y opacidad institucional.
China, Rusia, Turquía. Irán, Vietnam y otras tantas naciones con signo político
similar tienen en conjunto economías poderosas, con enorme peso en las
transacciones comerciales globales y poseedoras de recursos naturales
energéticos sumamente estratégicos (por ejemplo, Europa depende del gas ruso
para calentarse en invierno). Son además regímenes que no se pueden considerar
de izquierda o socialistas, sino más bien de derecha conservadora y en el caso
de los chinos y los vietnamitas, hace tiempo que dejaron de ser comunista. Este
no es un dato despreciable y le otorga al alineamiento de fuerzas
internacionales en torno al conflicto venezolano una mayor complejidad. Tal
cosa le permite un abanico de opciones alternativas al gobierno de Nicolás
Maduro que le pueden hacer resistir más tiempo al frente del poder de lo
inicialmente previsto por la cátedra política.
Sin
embargo, durante su presidencia, Maduro, no ha podido construir a su alrededor,
como sí lo supo y pudo hacer Hugo Chávez en su momento, una hegemonía en los
términos en que ésta es definida por el marxista Antonio Gramsci. Nos referimos
a los mínimos consensos de opinión y de ideas que le doten de un relato
poderoso con el cual se identifique una porción lo suficientemente
significativa de la población que le
sirva como fuente de legitimidad. La revolución bolivariana perdió su encanto y
sólo le queda el control social y la coacción que supone el ejercicio de todo
poder.
Los gobiernos por más autoritarios y opresivos
que sean requieren establecer un acuerdo general y tácito con la población
según el cual las personas reciben o tienen una razonable expectativa de
recibir algo de estabilidad y de bienestar para sus vidas, a cambio de las
restricciones a su libertad que se ven obligadas a conceder. En Venezuela hay
un régimen que intenta calificar para alinearse junto a ese grupo de naciones
llamadas “iliberales”, pero ese acuerdo
general, tácito e imprescindible no existe o está seriamente quebrantado. La política
económica estatista ha minado tremendamente la viabilidad del poder chavista.
No obstante el socialismo tiende a cambiar de piel y metamorfosearse hacia
formas menos socialistas para no colapsar. Tal vez los aliados chinos y rusos
ya lo hayan sugerido para continuar dando apoyo.
Pedro
Elías Hernández
@pedroeliashb
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