Cómo exigir una sonrisa
placentera, mientras las heridas emocionales se agudizan sin remedio. Todos se desploman
y caen en un laberinto que parece interminable. Se cansaron de las ilusiones de
felicidad y los paisajes perfectos. De las proyecciones interminables y ese
país encapsulado que no termina de llegar. Le importa un rábano al pueblo el
estar inmersos en días históricos y determinantes, si el país yace en llamas y
con todos los medios de subsistencia revueltos.
Dónde está la fórmula
inmediata para el bien de todos. La pastilla amarga que solucione los
conflictos, sin estar atornillados en esa sala de espera eterna. Los trozos del
país que se cae a pedazos nos golpean en los sentidos. Nos derrumba y nos lleva
al umbral del desconcierto.
El desasosiego es tan
rotundo que ya no creemos en los augurios positivos, los salmos oportunos y los
juramentos por un futuro sin privaciones. Todo cambia de la noche a la mañana.
Y parece un concierto de gala en que todos los miembros de la orquesta siguen
los compases sin descuidar el más mínimo detalle y con el mismo sabor agrio de
la decepción.
Me ha inquietado cómo
las redes sociales se saturan de las mismas contrariedades y descalificaciones
hacia Guaidó. Las conversaciones de calle lo descalifican, le bajan su
envergadura y su razón histórica. No terminamos de entender la prueba de fe que
nos tocó vivir por 20 años enteros y que las soluciones justas por lo general
son complicadas.
Sigo sosteniendo con
soltura y convencido de mis hallazgos, que la programación del caos por parte
del régimen, siempre hace mella y logra su propósito inefable de perturbar y
demoler los ánimos de todos. Este nuevo apagón se hizo más extenso, turbio y
desquiciante. Lleno de trastornos para compartir y de cansancios para elevar la
enervación.
El presidente interino
nos habla con un convencimiento que le brilla en los ojos, sobre la operación
libertad. Suena a muchas cosas positivas y a entender que seguimos bien en la
ruta. Su esposa no solo se reunió la semana pasada en Washington con Pence,
sino que el propio Trump tuvo el deseo de charlar con ella en público. Hasta la
primera dama norteamericana quiso compartir unos minutos con su homóloga de
Venezuela.
Mientras, nos llenábamos
de agobios y dudas, ante un país a oscuras, sin electricidad, sin agua, sin
comida y hasta sin esperanzas. No logramos comprender que existe exasperación
en el gobierno, pues sabe que las decisiones futuras son inminentes. Hay
demasiado en juego para todos e intereses por definir. La independencia
nacional no se gestó con decaimiento y desmoralización. Bolívar siguió de
frente, ante sismos, bajas enormes en sus filas y traiciones por el poder.
Trump no solo se juega
su reelección, sino su juramento empecinado por librar de sistemas
desventurados al continente. Guaidó no solo pone en riesgo su destino familiar,
sino su propia existencia.
La logística rusa tiene
la intención de generar miedo y preocupación en la gente. Pero no veremos
ejércitos internacionales defendiendo a los malhechores de Miraflores. Los
ayudarán, quizá, en prepararlos para una posible batalla, pero sin ser parte de
ella.
Estos 99 militares rusos
y sus 35 toneladas en armamento, aterrizaron para hacerle entender a los
ineptos castrenses venezolanos, cómo utilizar los costosos equipos que le
vendieron en el pasado. Tal vez sí sea cierto que se desplegó una batería de
misiles de fabricación rusa S-300VM, como escudo para derribar aviones
enemigos. Pero dudo que sea un impedimento para el sofisticado armamento de
guerra de los norteamericanos, si se deciden a tomar la justicia por sus
propias manos.
Elevo una plegaria para
que todos no nos llenemos de frustración. La lucha por el restablecimiento de
la democracia será complicada y no podemos bajar los ánimos. Nuestro porvenir
ya no es errante y hay demasiado en juego para dejar escapar esta oportunidad
de oro.
El régimen está
atiborrado de sanciones, ahogo financiero y rechazo mundial. Esa es la primera
fase para buscar su desplome. Sin dinero en sus bolsillos despiadados, no
pueden comprar conciencias ni tiempo. Antes de una intervención militar,
primero se apelará a esa presión que tanto nos ha costado entender, cuando nos
abruma la dictadura con más daño.
Debemos de llenarnos de
una fe inquebrantable. No es fácil ante tantas contingencia y ruindad. Serán
tiempos violentos y convulsos, pero llegará la paz prontamente, para erigir ese
país necesario de prosperidad y justicia. La realidad actual es una enseñanza
para mirar con madurez, la bonanza futura. Por ahora nos resta esperar, luchar
con temple y defender con esperanza la meta por la libertad.
José Luis Zambrano
Padauy
zambranopadauy@hotmail.com
@Joseluis5571
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