En Venezuela, el paso destructivo de un huracán comunista está devastando la esperanza y entre sus vientos tormentosos, hemos extraviado sueños, principios democráticos, morales y éticos.
En Venezuela hemos perdido la capacidad de asombro y adquirido habilidad para superar adversidades. Sin embargo, esto no es de agradecer. No debemos acostumbrarnos, por ejemplo, a ver en la calle a personas, como si de animales se tratara, escarbar la basura para comer. Es inhumano e inaceptable, pero está ocurriendo.
En Venezuela (esperemos que no le cambien el nombre) la vida se ha transformado en un suplicio que inicia a las 4:00 de la mañana, hora en la que muchos trabajadores y estudiantes tratan de tomar un metro sucio, sin aire ni vigilancia, con escaleras mecánicas perennemente averiadas y donde, porque ya ha ocurrido, se corre el riesgo de sufrir un asalto, un descarrilamiento o quedarnos atrapados por un corte eléctrico.
En Venezuela, casi a diario, debemos hacer cola en el banco para retirar una cantidad limitada e insuficiente de dinero porque, irónicamente, hasta en las entidades bancarias el efectivo escasea.
En Venezuela, pinceladas o mejor dicho, grandes brochazos en un cuadro dantesco hecho por un pintor demencial, exhibe sin decoro la agonía de servicios médicos y el deterioro de hospitales. Muestran, además, galenos abnegados y mal pagados que ponen de su dinero para atender a pacientes que no pueden costear medicamentos, los cuales sí, es verdad, ya no escasean, pero son inalcanzables por sus elevados precios.
En Venezuela, la familia ha sido desmembrada. Los más jóvenes, en su mayoría, emigran en contra de su voluntad buscando no un sueño, sino el derecho de lograr una vida acorde a su esfuerzo. Muchas historias, abrazos y lágrimas de rupturas obligadas, reposan en mosaicos del otrora feliz y ahora adolorido Cruz-Diez del Aeropuerto Internacional de Maiquetía.
En Venezuela, en el área educativa, la crisis es grave. El índice de deserción estudiantil ha aumentado de manera alarmante. Cada vez es mayor el número de profesores capacitados que emigran y quienes, estoicamente se quedaron para impedir el deterioro de la enseñanza de nuestros hijos, deberían devengar un salario digno. Hay que cuidar a nuestros docentes, de ellos depende la formación del estudiante. Nelson Mandela, de manera certera, dijo: “Sólo la educación de las masas puede liberar al pueblo. Un hombre educado no puede ser oprimido si es capaz de pensar por sí mismo”.
En Venezuela, los abuelos, nuestros pobres viejos, son humillados al verse obligados a hacer colas denigrantes para cobrar pensiones vergonzosas cuyo monto es una estocada a la dignidad. A su edad están solos y muchos han fallecido con sus hijos lejos del hogar. Así de injusto, a grandes trazos, es el panorama.
Entonces, ¿qué? Pretendemos que un hombre haga lo que un país unido podría lograr. Lo dejamos solo. Lo criticamos. En agradecimiento, nos hacemos eco y partícipes de difamar su nombre y el de su esposa, difundiendo videos e información que destruyen la imagen de quienes meses atrás eran símbolo de esperanza.
Entonces, ¿qué? Achacamos la responsabilidad y condenamos a quienes han tenido el valor de enfrentar al diablo y a su séquito, como si veinte años de destrucción pueden recuperarse en pocos meses y como si nosotros, dioses quizás, fuéramos dueños de la verdad para juzgar y sentenciar. Como si en la vida real existieran superhéroes. No. No existen. Lo que hay son hombres valientes, honestos y comprometidos con una causa libertaria que necesita de nuestro apoyo, porque sin eso, sin unión y sin fe, no conseguiremos nada.
Pareciera que en Venezuela no hay una fuerza cohesiva que tenga por objeto algo tan noble como luchar por el bien común. Quizás ese es nuestro error. Quizás por eso no hemos avanzado con los pasos agigantados que amerita la emergencia. Quizás, esa es la razón por la que muchos se han convertido en seres egoístas, criticones, conformistas, ingratos y pasivos.
Todavía podemos salvarnos. Todavía, tenemos esperanzas. Consolidémonos en un bloque único e indivisible. Evitemos caer en campañas nefastas cuyo objetivo es la desunión, sembrar desconfianza y transformarnos en agentes multiplicadores que destruyen y desprestigian a todo aquel que intenta recuperar nuestro país. Diseñemos una nación mejor. Nuestros hijos lo merecen.
No caigamos en la trampa. Sabemos quién es el enemigo. No permitamos que nos manipulen. Allí está nuestro error. Por difícil que sea, tengamos paciencia, recuperemos la esperanza, seamos perseverantes y activos, solo así lograremos cambiar las condiciones atmosféricas y entonces podremos ver cómo el huracán llega a su fin.
Jeanette Ortega Carvajal
@Jortegac15
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