Dice Andrés Oppenheimer, el primer analista de la realidad latinoamericana en Estados Unidos, que los motines callejeros chilenos son la expresión de la revuelta de una sociedad exitosa que demanda estándares de vida como los de Estados Unidos o Europa. No es un pobre país qontrario, se trata de una nación triunfadora que desea acelerar su desarrollo.
“Vayamos por partes”, diría Jack el Destripador. Chile, efectivamente, es una sociedad muy exitosa. Encabeza casi todos los índices económicos y sociales de América Latina, incluido el de la honradez (Transparencia Internacional). Ha reducido los niveles de pobreza muy notablemente. Ha aumentado los años de vida de las personas hasta ser de los más altos del planeta, lo que demuestra la calidad de sus servicios públicos de salud. (Los médicos cubanos radicados en Chile me dicen que sus homólogos chilenos cuentan con mucho mejores conocimientos, adiestramiento y equipos que a los que ellos accedieron en la Isla).
A ese panorama hay que agregar el bajo desempleo (6,5%), la mínima inflación (2,2%), el alto per cápita conseguido ($24,600) y el hecho innegable de que ese perfil de Primer Mundo se debe a los mercados libres y abiertos, impulsados, primero, por Pinochet. Y luego, a la democracia lograda por la transición, en la que figuran dos democristianos (Aylwin y Frei), dos socialistas (Lagos y Bachelet) y un conservador (Piñera). Cuando comenzaron las reformas había 200 compañías exportadoras. Hoy hay casi 2,500 y el país ha firmado docenas de “Tratados de Libre Comercio” con todas las naciones accesibles.
No creo que la motivación tras los desórdenes callejeros sean producto de las frustraciones de las clases medias. No conozco a ninguna persona razonable capaz de quemar una estación de trenes por alcanzar la calidad de vida de los norteamericanos y europeos. Los chilenos no viven peor que los húngaros, polacos o portugueses. Viven mejor que los rumanos, búlgaros y montenegrinos, todos pueblos de Europa, y las perspectivas eran que seguirían mejorando.
Sin embargo, a lo largo de mi vida he visto numerosos fanáticos capaces de destruir los fundamentos de una sociedad, como ocurrió en Cuba o Venezuela, incluso en Argentina, basados en supersticiones ideológicas. Basta conque se tengan las ideas y percepciones erróneas. Basta con que se desprecie al adversario por sus imaginadas fallas de carácter y humanidad. Basta con caracterizarlos como “burgueses al servicio del imperialismo yanqui” para salir a asesinarlos. A lo largo del siglo XX, entre nazis, fascistas y comunistas mataron mucho más de cien millones de “enemigos del pueblo”.
A mi juicio, está bastante claro que los comunistas querían destruir a Chile. ¿Por qué? Porque es un ejemplo nocivo para ellos. Era una sociedad exitosa en la que se empeñaban en ver solo las supuestas fallas. Si se había logrado el más abarcador de los éxitos educativos de América Latina, era a costa de explotar a los estudiantes, como denunciaba la joven comunista Camila Vallejo, acompañada por su pareja cubana.
Si los niveles sociales medios habían aumentado notablemente, exhibían el equivocado libro del francés Thomas Piketty sobre el capitalismo, o el índice Gini de Chile (50) para tratar de demostrar que la falta de equidad era terrible, ocultando que el coeficiente menor de Hispanoamérica lo ostenta El Salvador (35), lo que implica que ese dato no sirve para casi nada. Incluso, ocultaban que Chile, en la medida que se desarrollaba, reducía ese dato esquivo. En el año 2000 el Gini de Chile era 55. En el 2018 ya se había reducido a 50.
¿Quiénes fueron los encapuchados que cometieron esos desmanes contra la sociedad chilena? En primer lugar, creo que hay mucho de diversión siniestra en la tea incendiaria. Es tremenda la mezcla de las hormonas juveniles con las causas políticas, como se vio en París en el 68. Pero también hay que tomar en serio a Nicolás Maduro y a Diosdado Cabello cuando indican que ellos fueron los instigadores, pero los ejecutores fueron los comunistas locales. No se trató de una explosión espontánea, sino de un plan meditado.
Como dijo el analista Juan Lehuedé, en un vídeo que se ha transformado en viral (https://mail.google.com/mail/u/0/#search/Juan+Lehuedé?projector=1), no es posible quemar simultáneamente decenas de estaciones de trenes sin una previa coordinación. Por eso Estados Unidos y Europa van a aumentar las sanciones contra Cuba y Venezuela. Para esas naciones es muy clara la relación entre el pecado y los pecadores.
Carlos A. Montaner
montaner.ca@gmail.com
@CarlosAMontaner
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